Ayudan a nacer, a vivir y a morir. Las enfermeras son imprescindibles en el cuidado de los pacientes. Recogemos las historias de algunas de ellas

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19 de mayo de 2019, 4:00 AM
19 de mayo de 2019, 4:00 AM

Les dicen ‘bacinilleras’, ‘limpiachatas’ y ‘curacarachas’, entre otras cosas. Las que tienen clara que la vocación de servicio no es fácil, no se dejan amilanar.

Como todos los años, el pasado 12 de mayo se celebró el Día Internacional de la Enfermería, en conmemoración del aniversario del nacimiento de Florence Nightingale, considerada la creadora de la enfermería moderna.

Probablemente la fecha no sonó y tronó con la misma intensidad que otras como el Día del Médico, etc., lo dicen algunas de ellas, pero celebraron, convocadas por su entidad matriz, el Colegio de Enfermeras de Santa Cruz, en el coliseo Santa Rosita, con un festival de danzas en que participaron profesionales de todos los hospitales de la ciudad.

Reconocen que algunas tienen ganada la reputación de aburridas, pero hay las que sacan pecho por el oficio, que en las buenas y en las malas alzan la bandera de la empatía, del calor humano y el respeto, sobre todo en los hospitales públicos, donde ni los remedios ni los equipos o recursos humanos sobran, y a los que paradójicamente acceden los pacientes menos pudientes, con mayores dificultades para costear tratamientos.

Experta. Yaneth Carvalho no cambia los hospitales públicos por nada

Modelos en el oficio

Esas enfermeras casi siempre sonrientes son ‘caras conocidas’ en el ámbito de la salud, además de cotizadas, y hasta emblemáticas. Una de ellas es Gaby Lijerón de Tarres, que con 72 años no tiene claro cuándo se jubilará. Dice que ama el oficio y que no tiene apuro para irse a descansar.

Estudió licenciatura en Enfermería en San Pablo (Brasil). Trabaja en el Oncológico desde que se fundó, en 1978, cuando empezó a trabajar en marzo, pero le pagaron por el ítem desde julio, sin derecho a retroactivo. Se conoce la historia de ‘pe a pa’ y tiene un cariño especial a este hospital que fue iniciativa de tres médicos visionarios, de un generoso cruceño que donó el terreno, y de las gestiones de las damas de la Legión Cruceña de Lucha contra el Cáncer, que organizaban actividades carnavaleras para que los habitantes de Santa Cruz no tuvieran que viajar para hacerse atender hasta Sucre, al hospital Cupertino Arteaga, el único con bomba de cobalto del país en esa época.

“Nunca me quise ir y tuve invitaciones de la clínica Niño Jesús y de la Siraní, que está a dos cuadras de mi casa, ni siquiera pregunté por el sueldo. Siento que soy más útil y necesaria acá que en una clínica privada. Este hospital se hizo con mucho amor y aunque es público, no lo hizo ningún gobierno”, dice.

Gaby lleva 50 años de enfermera, 41 de ellos en el Oncológico, hasta 2013 fue la jefa del Departamento de Enfermería, y desde ese año hasta la fecha ascendió a gestora de calidad del Departamento de Enfermería.

Según sus allegados en la profesión, sus bodas de oro en el oficio no han hecho titubear su calidez, del mismo modo que las lágrimas de su madre no pusieron en duda su llamado cuando dijo que sería enfermera. “Esto es una vocación de amor y servicio. El respeto y la ética en las relaciones humanas son básicos no solo en enfermería, sino también en la vida”, dice, sin embargo, reconoce que no es tan fácil como suena. “Hay situaciones en que el dolor nos alcanza, las enfermeras se sientan con el paciente y los familiares, llora con ellos. Resolver las dificultades es una constante, es el día a día porque los hospitales públicos afrontan muchas dificultades económicas. Cuando un equipo falla, buscamos el modo de que otro hospital nos socorra, y también lidiamos con la escasez de personal”, argumenta.

Hace años aprendió a lidiar con el dolor en el que navega a diario, gracias al consejo de una sicóloga argentina que llegó para capacitar a los recursos humanos. “Ella hablaba de la importancia y lo saludable de bajar la cortina al salir del hospital, como una buena forma de recargarse para asumir la jornada siguiente”, cuenta, pero reconoce que le ayuda su carácter sereno y controlado.

Cuando da una mirada a la profesión, Gaby reconoce que no es valorada como merece. “La enfermera licenciada es una profesional universitaria que tiene estudios similares a los de un médico, aunque no los mismos, pero no recibe el mismo trato ni social ni económicamente. Cuando pienso en las razones, quizás tenga que ver con que la enfermería en Santa Cruz fue empírica por muchos años”, opina, aclarando que no pretende desmerecer a las graduadas con la práctica. Valora mucho a las nuevas generaciones por su empuje y el afán de superarse en lo académico, de tal modo que visibilizan la enfermería a otro nivel.

Por su trato a los pacientes y su trayectoria, Gaby ha sido distinguida múltiples veces, los homenajes más recientes han sido del Ateneo Médico, las Mujeres Universitarias de Santa Cruz, el Colegio de Enfermeras y por las Mujeres Profesionales.

Mientras Gaby define el momento exacto para jubilarse, su sucesora ejercita para alcanzar la alta vara. Yaneth Carvalho Valdez tiene la misma edad del Oncológico, 41 años, 16 de ellos trabajando en el único centro especializado en cáncer del país. Actualmente es la jefa del Departamento de Enfermería del Oncológico, tiene a su cargo 130 enfermeras, 60 de ellas licenciadas y 70 auxiliares.

Su labor es destacada por sus colegas, tanto por su hambre de conocimientos científicos como por la forma en que se relaciona con enfermeras y pacientes.

Es licenciada en Enfermería de la Universidad Evangélica Boliviana, con especialidad en Oncología y, si bien sabe que los hospitales públicos son todo un desafío, no los cambia. Tiene experiencia en centros privados y elige ir cada día “a la guerra sin armas”, describe la rutina en el Oncológico. “Por más que se tenga los insumos, si no hay las habilidades y la empatía, el paciente no se beneficiará, además la rotación de enfermeras es mayor en las privadas”, dice. Desde su experiencia en ambas arenas, reconoce que la diferencia salarial es mínima, y que se puede hacer mejor carrera, con escalafones, en el sistema público.

Mantener el buen humor es decisión para Yaneth. Hay situaciones que la inquietan, una de ellas es cuando se presentan situaciones de supuesta negligencia. “La gente solo ve los resultados, pero nosotros sabemos todo lo que hay detrás, lo difícil que es que una enfermera atienda a 29 pacientes que tienen que recibir un calmante a la misma hora. El paciente 29 se va a quejar porque tendrá que aguantar el dolor por dos horas. O cuando una enfermera atendía a cinco niños en cuidados intensivos, o una especialista administra más de 20 quimioterapias al día, a veces incumpliendo protocolos. No hacemos milagros”, argumenta.

Cada día pierde soldados que luchan por su vida, y esa es la otra parte dura. “Lidiamos con la impotencia de saber que alguien en un estadio con 80 o 90% de posibilidad de sobrevivir muere porque a su familia, que vive con Bs 1.500, le lleva millonadas el tratamiento. Nosotros todo el tiempo pedimos calmantes a los que tienen para dar a los que no, no nos guardamos nada para vender, y si un paciente no tiene bata, la conseguimos como sea”, dice. Incluso las sábanas y almohadas son, en muchos casos, donación de los hoteles Los Tajibos y Buganvillas, cuando les toca cambiar su ropa de cama.

Formarse constantemente enseñó a Yaneth y a sus colegas que su labor las expone, por ejemplo, a radiaciones en la radioterapia, y por ende a pedir condiciones de bioseguridad que en otros tiempos desconocían. “Es un costo que las clínicas asumen fácilmente a diferencia de los centros públicos”, explica.

Quería ser doctora, pero su padre, un sanitario (enfermero empírico) de los campamentos de YPFB no quiso dejarla partir a Sucre, así que la inscribió en Enfermería. Se quedó para obedecer a su fuerte figura paterna, y dice que no se arrepiente ni por un segundo. La hace feliz que el tercero de sus cuatro descendientes varones aspire a profesionalizarse en salud.

Rita Mendieta (49) lleva 22 años de oficio, 17 de ellos en la maternidad Percy Boland, donde en la actualidad es la responsable del personal de enfermería del Servicio de Emergencias. Paradójicamente, cada día lidia con la muerte en el lugar donde nacen los niños. “Trabajo con pacientes críticos (gestantes) que han convulsionado, con sangrado y shock hipovolémico, con patologías como la preeclampsia grave, otras cardiacas, con compromiso de vida”, explica.

Rita intenta que su buen trato no sea modificado por el estrés, y el mérito es concentrarse en que salvar vidas es su misión. “Me muevo en medio de la adrenalina, pero he aprendido que la calidad es vital, que hay que escuchar al paciente, que conoce su cuerpo como nadie”.

Confiesa que, a pesar de sus esfuerzos, hay cosas que hacen mella en su buena vibra. “Me enojan y entristecen los casos de violencia sexual, me dan impotencia, no me enojo con el paciente, sino con la sociedad, por más que hagamos lo que hagamos, el daño ya está hecho, solo podemos actuar en el estado fisiológico, no en el sicológico”, lamenta, mencionando una de las grandes preocupaciones de la Maternidad, las estadísticas de niñas abusadas y embarazadas.

También lucha con la escasez, especialmente cuando hay pacientes en estado crítico. “Pedimos donaciones, no es nuestro trabajo, pero sí nuestra preocupación por salvar una vida, acudimos a las damas de Davosan que nos colaboran, no podemos decir no existe, me apena que un paciente muera por falta de un medicamento que ni siquiera es caro y que no figura en las prestaciones del seguro”, acepta.

Sus casi dos décadas en la Percy Boland no le han restado sensibilidad, sigue emocionándose con los nacimientos como en su primer día. “Es hermoso ver a un bebé agarrando la mano de su madre por primera vez, o a la mamá acercando al niño a su pecho. Hace muchos años trabajamos el apego precoz como parte del protocolo médico, pero no puede cumplirse en todos los turnos porque no hay las enfermeras suficientes y se dan partos simultáneos, pero ese momento es crucial para el desarrollo de la criatura”, justifica.

Sufre cuando un bebé es no deseado, sabe que los recién nacidos sienten la separación de sus madres, estallan en llanto, igual que le ocurrió a ella en un pasillo cuando una mamá quería regalar a su hijo.

Les dicen ‘limpiachata’, entre otras cosas, pero son la última mano que toma un moribundo.

 En la maternidad. Rita Mendieta salva la vida de gestantes y ayuda a que los niños lleguen a este mundo