Vestigios. Con brocales encalados, con ladrillo visto o revestidos con cerámica, mantienen su presencia, como esperando que alguna lluvia los recargue. Eran parte del rito diario para surtir de agua potable a las familias. Flota la idea de convertirlos en parte de visitas guiadas.

El Deber logo
15 de septiembre de 2019, 4:00 AM
15 de septiembre de 2019, 4:00 AM

Desde las épocas en que las duchas se tomaban a ritmo de tutuma, los aljibes fueron parte de la vida diaria. Esta tecnología, conocida ya en la época de los romanos, constructores de acueductos, era también utilizada por los musulmanes. Como se sabe, España estuvo dominada durante ocho siglos por los árabes, y entre el fuego del álgebra y la música del idioma, nos llegó la palabra aljibe, de al gubb, que significa el pozo.

Estas estructuras permanecen en varias casas del centro de la ciudad, como la vivienda que perteneció a monseñor José Santistevan, impulsor de la construcción de la catedral.

En la Manzana Uno, en elegante disonancia con el diseño moderno del entorno, reposa el brocal que surtió a la familia Landívar. Parejas que proclaman su amor, chicas ‘instagrameras’ y extranjeros curiosos se toman fotos en el lugar.

Y pensar que, en 2004, una retroexcavadora estaba lista para hacer añicos este vestigio “porque no iba con el proyecto”, le explicaron al arquitecto Jery Dino Méndez, que no se movió del sitio hasta que estuvo seguro que nadie lo derrumbaría. En esa época, el arquitecto se desempeñaba como director del Centro y Patrimonio Histórico, repartición hoy desaparecida.

Desde ese cargo, comenzó a registrar los aljibes que hay en el centro de la ciudad. Llegó a 49 pero cree que puede haber unos 80. Por ejemplo, en la casa que está a lado de la Casa Melchor Pinto, hay uno. Ruinoso, invadido por la persistente vegetación, en medio de muros de adobe que la lluvia va lavando. En cambio, el que está en Café Patrimonio, también en la Casa Melchor, está cundido de macetitas, charlas vespertinas y olor a café mascao.

En la fraternidad Haraganes se excavó un acceso hasta el interior, y donde antes se almacenaba agua hoy se guardan vinos. La cava recibe la luz que entra por la boca del brocal, que está cubierta por un vidrio.

Marcelo Araúz recuerda las épocas cuando los vecinos solían pedir un poco de agua de uno de los dos aljibes que fueron construidos en 1903 en su casa.

En una hamburguesería, el aljibe fue parte de la puesta en valor de la casona. En la casa que un día ocupara Dionisio Foianini, fundador de YPFB, las tomas de agua parecen seguir esperando alguna lluvia para recargarse.

Las canaletas de los techos confluyen hacia ese punto central. Quizá, algún día, sea parte de un recorrido turístico en el que el guía explicará que el uso del aljibe desapareció cuando la red de agua comenzó a instalarse a mediados del siglo pasado. El ritmo de vida cambió, las duchas comenzaron a tomarse al apresurado ritmo de chorro y el aljibe se jubiló honrosamente.

2 y 5. Cava. La fraternidad Haraganes transformó el suyo en un lugar para guardar vinos. La luz entra por la abertura.
3. Restaurado. Una cadena de hamburguesas funciona en una casona restaurada. Incluyó el aljibe.