Es una de las profesoras rurales, de las que piensa cómo conseguir cuaderno para cada alumno, algo más cercano a su realidad

24 de septiembre de 2020, 13:22 PM
24 de septiembre de 2020, 13:22 PM


En tiempos de antigua normalidad, ella tomaba una moto o un trufi y caminaba desde la carretera para llegar -40 minutos después- a su trabajo, en la unidad educativa de la comunidad La Senda, municipio de San Javier.

Hoy, en época de pandemia, Marlene Colque Reynaga (33) se ha vuelto experta en elaborar cartillas para mandar lecturas y trabajos a sus alumnos que están entre primero y sexto de secundaria, a los que imparte 12 materias, desde filosofía hasta educación física e inglés. Se ayuda con internet y aplicaciones para alimentar una cultura general que le exige su carga horaria. 

Por cinco años estudió en la Normal de San Julián, luego fue maestra en Okinawa y, desde hace tres años, La Senda se convirtió en su fuente laboral. Ahí enseña a los hijos de los encargados de haciendas de la zona y a los alumnos que llegan de comunidades cercanas. En total, tiene como 100 chicos aprendiendo de sus clases.

Mientras el Covid-19 siga siendo una amenaza, Marlene solo viaja una vez al mes a La Senda, para recoger los trabajos finalizados y entregar las nuevas lecturas y tareas de las cartillas. Dejó su número a fin de que los estudiantes o papás la contacten en caso de dificultad, pero sabe que muchos de ellos tienen celulares básicos. Para algunos, pensar en WhatsApp es ‘patear oxígeno’. Y quienes cuentan con un preciado teléfono más moderno, tienen que moverse para encontrar señal.

Enseñanza online

“La pandemia nos ha cambiado en el sentido del uso de la tecnología, sabemos algo sobre el tema, pero no en el nivel que se requiere”, confiesa Marlene.

Sobre las decisiones de las altas esferas de Gobierno, dice que “no ha funcionado la educación virtual, varios chicos y sus padres son de escasos recursos, a veces no tienen ni cuaderno ni lápiz y nosotros tenemos que darles”, dice, y ante la insistencia reconoce que a menudo sale del bolsillo de los profesores.

Ahora gasta más en crédito para coordinar con el director, con los padres y otros profesores. Algunos de sus colegas incluso se quedan a dormir en las comunidades para educar. Para ella es imposible, tiene tres hijos que mantener con un sueldo que oscila entre Bs 3.000 y 4.500. “Si no tuviéramos los ingresos de mi esposo no nos alcanzaría, creo que los chicos y los profesores de estos lugares estamos un poco abandonados”, sostiene.

Bajo nivel

Marlene es consciente de que el grado de formación de sus estudiantes no es el óptimo, pero insiste en que tienen sueños que los empujan y muchos llegan a salir profesionales.

Sin embargo, a los más inteligentes, que no tienen condiciones para emigrar a la ciudad, les toca resignarse con el bachillerato. Y ese es uno de los tragos más amargos para una ‘profe’ con pasión y vocación.