17 de agosto de 2022, 4:00 AM
17 de agosto de 2022, 4:00 AM


“Nada es lo que parece y pocos parecen lo que en realidad son”, dice el dicho popular. Eso pasa, por ejemplo, con la coca. Nos vendieron (¿o regalaron?) el mito de que la coca es buena y que la mala es la cocaína; pero es imposible hablar de cocaína sin hablar de hoja de coca, simplemente porque la coca es la materia prima para la elaboración de cocaína. Para vendernos u obsequiarnos el paquete en cuestión, aún hoy, nos dicen que la “coca no es cocaína”, pero se callan cuando se les replica que sin coca no hay cocaína.

Y otra vez hoy, después de tantos y minuciosos estudios sobre el tema, todavía se repite que la hoja de coca tiene cualidades maravillosas como proteínas, carbohidratos, aminoácidos, vitaminas y minerales sin fin; pero lo que no dicen es que, con las distancias políticas del caso, lo mismo tiene, por ejemplo, el pasto con que engordan las vacas, o cualquier materia viva. La verdad es que, científicamente hablando, es muy difícil encontrar cualidades que hagan de la hoja de coca un vegetal diferente a los demás, en sentido positivo. En lo que la hoja no se parece a los demás vegetales, es en que tiene cocaína y ahí no hay “sentido positivo” que valga (0,72 % la coca chapareña y 0,85 % la coca yungueña según la “Operación Break Through de la DEA). Ojo: no estamos en contra del consumo mal llamado “tradicional” (porque fue implantado por los españoles), lo respetamos, pero sería maravilloso que solo se cultive coca para ese fin y nada más.

Pero bueno, era necesaria esta introducción, porque como no puede haber cocaína sin coca, la sola existencia de esta planta condiciona la elaboración de cocaína. A la expresión de “sin coca no hay cocaína” se suma esta otra: “Donde hay coca, hay cocaína”, y si no, veamos dónde se siembra coca y dónde se fabrica cocaína: Colombia es el mayor productor de coca (245.000 hectáreas), es también el país donde más droga se fabrica (1.010 toneladas métricas según el Departamento de Estado); Perú (88.200 hectáreas según el Departamento de Estado de los EUA), con una producción de 810 toneladas de cocaína según la misma fuente. En el caso de Bolivia, las hectáreas cultivadas de hoja de coca son 39.400 y el potencial de fabricación de cocaína es de 312 toneladas, según la Unodc. Los indicadores corresponden a informes emitidos en Julio del presente año. Lo que no dicen estos informes es el “juego” político que se hace, especialmente en Bolivia, sobre el manejo de la hoja de coca.

Pero con las cifras frías, hasta dan ganas de consolarse con que Bolivia no es el mayor productor de coca ni de droga; pero si vemos más allá de los informes nacionales o internacionales, aquí operan cárteles internacionales brasileños, mexicanos, peruanos, no importa si -como dice el Gobierno- a través de “emisarios” que seguramente no vienen de vacaciones, sino a hacer “negocios” porque aquí hay algo que quieren comprar, convirtiendo a Bolivia en un país productor de la materia prima, fabricante de cocaína, refinador de la droga peruana, centro de acopio y distribución internacional de la droga, lugar donde se trafica también con sustancias químicas, se lava dinero (¿alguien lo duda?) y también se consume droga. ¿Cómo entramos en este esquema perverso? Es que, en realidad, la cantidad de materia prima disponible en el país excede con creces lo necesario para cubrir el mal llamado “consumo tradicional” y ya sabemos a dónde va ese excedente.

Bolivia tiene autorizadas 22.000 hectáreas a través de la Ley 906. Si sabemos, después de conocido el estudio llevado cabo en la gestión de Evo Morales, que son necesarias solo 6.000 hectáreas para producir coca destinada a 1.125.000 bolivianos que tienen la costumbre de “acullicar” coca (11 % de la población), y si consideramos lo “legalizado” a través de la mencionada ley con la coca de Chapare que ahora, así sea legal, sigue siendo excedentaria, haciendo un cálculo pertinente este nos llevaría a restar 6.000 de 39.400 hectáreas existentes hoy día para obtener 33.400 hectáreas que proporcionarían materia prima para el narcotráfico, es decir que la mayor parte de la producción de hoja de coca estaría destinada a la fabricación de droga con el consecuente regocijo de quienes la necesitan para fabricar cocaína. 

A todo esto, hay que sumar la cantidad de coca legal, lícita, que se desvía al narcotráfico. ¿Y la coca legal comercializada por Sacaba en Cochabamba y Villa Fátima en La Paz? Bueno, en 1999 se autorizó comercializar 8.251 toneladas métricas… y alcanzaba para todo lo lícito. Ahora. Según Unodc, se comercializó el año 2019, 19.324 toneladas métricas de hoja de coca. ¡Más del doble! ¿Qué crece? El mercado, claro; pero el mercado tiene dos vertientes: lo lícito y lo ilícito. ¿Cuál crece más? A esto se suma el actual conflicto cocalero que se divide también como casi todo en Bolivia: los que defienden la legalidad y los que pugnan por obtener beneficios fuera de la ley y que buscan anular al sector tradicional de los cocaleros. Además, nos quieren vender otro mito, el de la “industrialización” de la hoja que absorbería el cultivo excedentario, pero según la Unodc solo se destina un 1% de la producción lícita a ese fin.

Pero más allá de las cifras frías, ya no es posible ocultar (o disimular) las actividades del narcotráfico en Bolivia porque han rebasado cualquier sistema de vigilancia y control. Se cultiva más coca que antes de la Ley 1008, se expulsó a la DEA, se redujeron los puestos policiales en Chapare, no hay presencia del Ejército en la zona productora, nos falta logística, un sistema de inteligencia.

Todo ello, sumado a una ley que “revaloriza” la materia prima para fabricación de droga y que además contempla disposiciones para el remplazo de los terrenos de cultivo agotados por su explotación inmisericorde con la hoja de coca que es una planta tan dañina al medioambiente (¿y que da lugar a la invasión de los parques naturales?), que cuando se instalen los radares se destine uno solo a la vigilancia aérea ilegal, con reparticiones del Estado infiltradas por los narcos… ¿y no leemos, vemos y oímos que la frecuencia de los “ajustes de cuenta” se multiplican y tienden a volverse cotidianos? En fin…

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