10 de marzo de 2023, 4:00 AM
10 de marzo de 2023, 4:00 AM


La hoja de coca adquirió relevancia durante la presencia española en la región andina (mal llamada “época colonial”, porque ya vimos en una nota publicada anteriormente, que en América nunca hubo territorios coloniales españoles – nunca fuimos colonia de España).

Lo que parece indiscutible es que entonces fueron los españoles quienes masificaron el uso de la coca entre los indígenas americanos (ojo: indígena es el originario de cualquier región del mundo según la Academia de la Lengua) y, de esa manera, la hoja de coca empezó a ser “importante” para esa parte de la población, especialmente andina, para que produjera más y reclamara menos. No vale la pena entrar al debate si ese hecho es suficiente para considerar el consumo de coca como “tradicional” o como un consumo impuesto por los patrones.

En todo caso, desde la época pre-republicana, no se puede negar que la hoja de coca fue importante para la población indígena andina que se “apegó” a su consumo declarando a la hoja de coca como “sagrada” y a su uso como “tradicional”. Dejemos la discusión de ambos temas a un lado y veamos cómo evolucionó el tratamiento del asunto en el transcurso del tiempo.

Los españoles repartían las hojas de coca entre la población indígena dijimos, especialmente entre aquellos que trabajaban las minas de Potosí y fomentaban su consumo a tal grado, que después se extendió a otros sectores “originarios” que ya no la utilizaban solo como paliativo contra el hambre (uso primario). Sino que gracias a las propiedades analgésicas y antiperistálticas de la cocaína contenida en la hoja, la empezaron a usar como medicamento (la coca del siglo XX, Alcaraz et al- 2000).

De allí a utilizarla como “mágica” porque calmaba el dolor, especialmente de estómago, fue solo un paso el darle otra utilidad: adivinar el futuro, servir de sustrato de ritos andinos, eso sí, heredados de los sacerdotes y nobleza indígenas.

De esa manera llegó a nuestros días como panacea “tradicional”, útil para casi todo (sus defensores dicen que cura hasta adicciones) y con carácter “sagrado” (para que nadie se atreva ni siquiera a hablar de ella). A todo esto, tan cerca como la década de los setenta, adquirió nuevas propiedades que le redituaron muy bueno dividendos: su carácter social primero y su “monarquía” política que llegó a instalar un presidente en el gobierno.

No hay estudios sobre la cantidad de gente que consumía la hoja de coca en tiempos prehispánicos y prerepublicanos. Durante la república, se empezó a estudiarla tan tarde como el final de la década de los 40 cuando la ONU llevó a cabo un estudio en Perú y Bolivia (NNUU – Informe de la Comisión de Estudio de las hojas de coca, Mayo de 1950, Consejo Económico y Social, Actas Oficiales, Duodéçimo Período de Sesiones, Suplemento especial N° 1, Lake Succusess, Nueva York) donde se menciona una población del 33% como consumidora de hojas de coca en Bolivia; luego, Carter, Mamani y Parkerson llevaron a cabo otro estudio (“La coca en Bolivia” – 1984), calculando 18% de consumidores de esta planta. El Centro Latinoamericano de Investigación Científica llevó a cabo otro estudio el año 2000 (“La coca del siglo XX en Bolivia”, Alcaraz et.al.) y obtuvo un 14% de consumidores de la “hoja sagrada” y finalmente el gobierno del MAS realizó estudio entre los años 2010 y 2013 encontrado 11,2% de consumidores de estas hojas. Como se ve, los consumidores van disminuyendo y no aumentando como nos quieren hacer creer.

Y llegó al poder el Gobierno del MAS, que enarbolando la hoja de coca como bandera, suprimió la Ley 1008, siendo la primera que reglamentaba el cultivo de este vegetal y promulgó la Ley 906 que establece la “Revalorización, producción, circulación, transporte, comercialización, consumo, investigación, industrialización y promoción de la hoja de coca en estado natural”; es decir que, interviniendo en toda la cadena de la producción y comercialización de la hoja de coca, la promueve y estimula. ¿Y la “erradicación concertada? Fue un fracaso, como lo muestran las cifras de los “monitoreos de la hoja de coca” que realiza cada año la Unodc.

Si la Ley 906 estimula todos los eslabones de la cadena de la hoja de coca, esta se ve complementada con la expulsión de la DEA (¿Por qué?), de Usaid que financiaba cultivos alternativos a la planta productora de cocaína. Y también al establecimiento de una sola (y escasa) guarnición policial, cuando antes había por lo menos tres en la región del Chapare. ¿El ejército? Bien gracias. La tardía (y aparentemente inútil) instalación de los radares franceses en territorio nacional (¿dónde están sus informes?), de cualquier modo, aunque funcionaran, los radares solo mostrarían ubicación de vuelos, nada más.

Son inútiles sin aviones de intercepción, bien equipados o helicópteros artillados; La ausencia (o deficiencia) de actividades de inteligencia antidroga; la casi absoluta carencia de logística como transporte adecuado para internarse en el monte (donde se encuentran los laboratorios de elaboración de droga), radares móviles y drones de vigilancia… ¿Hay un plan antidrogas? Y si hay, ¿por qué no incluye el equipamiento adecuado para una tarea que, si se deja avanzar, va a terminar por llevar al país por los caminos de Colombia o México?

Por todo lo expuesto, las tareas de estimulación y fomento del consumo “tradicional” de la hoja de coca, que pueden estar bien y ser respetables, ¿no son un bumerán y se convierten en estrategias de estímulo a la producción y tráfico de drogas?

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