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29 de marzo de 2024, 4:00 AM
29 de marzo de 2024, 4:00 AM

Hemos perdido el mar. El fallo de La Corte Internacional de Justicia de la Haya fue decisivo. El espantoso 1879 deberá ser recordado junto al no menos teratológico 2018 como los momentos de flagrante derrota marítima. Lo intentamos, pero perdimos. Punto final. Por tanto, es imperioso entender qué hacía el presidente Arce el 23 de marzo, el famoso Día del Mar, lanzado vituperios contra el vecino. Hacía lo que venimos haciendo desde hace décadas: denunciar a Chile, repetir sonoramente lo viles que son, tras lo cual afirmamos, sin rubor, que “recuperaremos nuestras costas arrebatándoselas al enemigo”. ¿En serio? Sí, dijo eso o algo parecido, con un desparpajo desconsolador.

¿Por qué lo hace? Encuentro la respuesta o una aproximación a ésta, leyendo la fascinante reflexión del tres veces ganador del Premio Pulitzer y columnista del New York Times, Thomas Friedman, “¿Qué le está pasando a nuestro mundo?”, publicado en Infobae. El autor plantea su inquietud preguntándose por qué Hamas decidió dedicarse a matar y morir como estrategia política privilegiada y no siguió el camino de Dubai que prefirió fundirse en el capitalismo, atraer turistas y capitales erigiéndose en la Meca del desarrollo árabe. Son dos caminos. Son dos vertientes del desarrollo antagónicas: uno progresa guerreando, el otro progresa generando trabajos, emprendiendo negocios, atrayendo inversiones del extranjero. Simple. La primera genera enemigos, la segunda amigos. Ya está. Tan simple como eso.

¿Hay países que siguen la primera estrategia? Por supuesto. Seguramente el más relevante por su enorme peso político es Rusia convenciendo a su gente de que la OTAN se quiere meter en su territorio, quitarles soberanía, amenazarlos día a día. Es el fantasma del enemigo utilizada con espantosa, pero real eficiencia. ¿Hay más? Claro, es la misma táctica que emplea Irán contra los infieles, teniendo a los Estados Unidos como la representación de la infidelidad política. ¿Más? Sí, Hamas, provocando como lo hace da la espalda a los Acuerdos de Oslo establecidos por Fatah. ¿Qué proponían esos acuerdos? No entremos en detalle, baste saber que proponían un acuerdo. ¡Un pacto!, para evitar mayor daño humano solidificando la república palestina. Hamas no siguió el consejo, expulsó a Fatah y se esforzó por exhibir su condición de “odio por siempre”. Es como en el matrimonio, sólo que al revés: “¿Juran odiarse toda la vida…? Si, juramos odiarnos”. Sepamos que similar planteamiento ha sido el sello de Netanyahu que decide hacerse el loco con la posibilidad de un acuerdo.

¿Qué vemos? El despliegue del odio y el temor como los pilares de la política. No hay donde perderse. El éxito de tu gestión reside en tu viveza para insuflar odios milenarios. ¿Y el programa económico, social o climático? Pueden esperar. Antes, mis estimados abominadores, debemos cerrar el conflicto con estos enemigos. ¿Cerrar el conflicto? No, me equivoco. No lo quieren cerrar, quieren que el conflicto viva y reviva todos los santos días de nuestra vida. Es nuestra gasolina. Le ponemos odio al cacharro que manejamos.

¿Se entiende? No hay duda: es la táctica añeja de nuestros gobernantes masistas. ¿Autoridades no masistas no hicieron lo mismo? Sí, seguro que sí, con una “mínima” diferencia: 2018 y nuestro fracaso jurídico que sella toda posibilidad a futuro, al menos aquella referida a la soberanía.

Entre elegir ser un país que atraiga al mercado generando empleos y oportunidades, preferimos el toque putinista, chiita, hamista. Entre elegir ser un país con conexiones territoriales sólidas con la puesta en marcha de los corredores bioceánicos del Atlántico al Pacífico y viceversa, preferimos despertar la ira de nuestra ciudadanía. Una ciudadanía todavía anhelando irse a bañar a una costa boliviana soberana. No va a ocurrir. No lo va a hacer y esa peligrosa política de antagonismos creados –sólidamente creados- sólo va a traer beneficios a los aborrecedores gobernantes a cargo de Bolivia.

 

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