Nació en 1951 en la comunidad austriaca de Linz. Tenía 11 años cuando su familia, de siete hermanos y dos progenitores, migraron en 1962 a San Ignacio de Velasco a establecerse con los franciscanos

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17 de febrero de 2019, 5:00 AM
17 de febrero de 2019, 5:00 AM

Nació en 1951 en la comunidad austriaca de Linz. Su padre era un profesor de Viena y su madre, del mismo país europeo. Tenía 11 años cuando su familia, de siete hermanos y dos progenitores, migraron en 1962 a San Ignacio de Velasco a establecerse con los franciscanos. Mónika Jessen, la líder de Fridolin, desayunó con EL DEBER en una mesa preparada en el imponente local de la avenida Monseñor Rivero.

Escogieron Bolivia para vivir porque fue el único lugar en el que un obispo aceptó a la pareja con siete hijos. Una de sus hermanas murió de fiebre tifoidea, pero el octavo fue el único que nació en San Ignacio. “Vivimos ahí cuatro años y nos teníamos que volver a Austria, pero nos quedamos en Santa Cruz. Mi padre comenzó como profesor y visitó en moto los pueblos vecinos de Velasco para enseñar religión”.

Hizo la primaria en Austria y la secundaria en el colegio de San Ignacio, que tenía una directora y un maestro alemán. “Allá hicimos dos años y pasamos al colegio Alemán, donde salí bachiller en el 69”.

Algunos de sus hermanos estudiaron en La Salle y uno de los varones en Muyurina. El mayor partió a Buenos Aires como aspirante a sacerdote, pero se casó y se quedó en Argentina. Peter tiene una empresa de repuestos de motos y accesorios, además de ser cónsul honorario de Austria. Otro tiene una panadería. Cristian se dedica a abastecer de dulces a los supermercados. “Antes todos los hermanos estábamos en la pastelería. Mi hermana Renate trabajó muchos años conmigo y se jubiló”.

Fridolin, en una pequeña cocina

Su madre María Pittesser fue la que empezó con Fridolin, en 1975. “Ante la incertidumbre laboral de mis padres, los profesores alemanes les aconsejaron vender tortas, porque las hacían sabrosas. Así mi madre comenzó en su cocina, con una batidora manual, y un hornito.

Con mi esposo vivíamos en la calle Pari, que tenía una sala libre afuera. La acomodamos para la pastelería con cuatro o cinco mesitas. Yo atendía la venta y todos los días a las 3 de la tarde nos llegaban unos pastelitos, una torta y los vendía”.

En los comienzos su competencia era Las Delicias. “Me encantaba ir porque tenían unas deliciosas bombitas. Casi no había cosas dulces y nosotros nos dedicamos más a eso. Después los clientes nos pidieron cuñapeses, tamales y empanadas”.

Al comienzo de Fridolin solo trabajaba su mamá, que después tuvo la ayuda de una muchacha y de ella, que hacía y servía los jugos. “Comprábamos unas salteñas y vendíamos algunas galletitas y dulces. Poco a poco incrementamos gente. Yo conseguí a alguien que me ayude en la cocina. Gracias a unos pesitos ahorrados, mi madre compró una batidora más grande, una cocina, un freezer y reinvirtió un poco”.

Mónika Jessen de Anglarill nació en 1951 en la comunidad austriaca de Linz | Foto: Jorge Uechi

El año en que salió bachiller del Alemán se fue a Brasil. Su esposo Willians Anglarill estudiaba allí Ingeniería Mecánica. “Justo cuando volvimos mi mami empezó la pastelería. Mis suegros nos dieron la casa de la calle Pari y nos pusimos a vender las tortas. Mi primera hija Karen nació en 1971. En 1974, Jean Paul. El tenía nueve meses cuando abrimos Fridolin. Los pastelitos se hacían por El Cristo, en la casa de mi mami. Todos los días a las 3 de la tarde llegaban los taxis con lo que ella había hecho”.

Se declara autodidacta y aprendió de pasteles por su madre y los libros. ”Me gusta innovar, hacer recetas nuevas. Al comienzo de Fridolin todos mis hermanos ayudaron. Unos 8 años después quedé sola con mi esposo. Entonces alquilamos la esquina de la Cañoto y Florida. Eso era grande y él me ayudaba con las compras y se atendía hasta las 2 de la mañana, con una wiskería. En la tarde era café, en la mañana desayuno y ofrecimos también almuerzos. Fue el despegue, con la primera sucursal, además de la Pari. La fábrica estaba en la casa de mi mami en el Cristo, pero se trasladó en 1999 cuando compramos el lugar y aprovechamos el patio para hacer un edificio de tres pisos”.

Más de 300 empleados

Fridolin tiene más de 300 empleados. “Hay máquinas, pero son pocas. En esta época es difícil ganar. Ahora la carga es pesada. En las sucursales siempre hay un cocinero con un ayudante. Lo que es dulce se hace en la Cañoto y ahí tengo nutricionista. Hay una ingeniera de alimentos, un chef pastelero. Es gente ya estudiada que dirige, ve la calidad. Tengo que entrenar gente porque recién ahora hay universidades. Tenemos empleados de hace 20 años que trabajan con nosotros y hacen las recetas como se las enseñamos”.

Cuentan con 24 locales, de los que dos están en Montero. “Cuando nuestros chicos salieron profesionales nos empujaron a tener otros locales . Si uno se queda estático se muere. Estamos pensando en hacer premezcla. Ya tenemos un laboratorio que hace todo en base a vainilla y solo hay que aumentar el líquido”.

Calcula que Fridolin produce cada día unas 400 tortas. Tiene cámaras congeladoras y ofrece 700 para fiestas especiales.

Existe un plan de expansión, pero este año afianzarán sus locales. Las tres sucursales en La Paz ya no están y ahora pretenden franquiciar.

Opina que hay trabas que hacen difícil su negocio. Son las inspecciones municipales, los impuestos y el doble aguinaldo. Su marido se ocupa del mantenimiento de los vehículos y las máquinas.

Dos veces por semana su grupo de compañeros de La Salle llega a la Monseñor Rivero y a la Cañoto. “Sigo en la cocina para estas cosas especiales. Hago merengue con chirimoya y sale la torta. Si aparece una receta interesante la hago”.

Fridolin ofrece unos 900 ítems, pero en variedades de tortas hay unos 10, en pasteles otros 10 y en lo salado, también unos 10.

Su hija mayor Karen estudió Administración Hotelera en Chile, además de Sicopedagogía. Jean Paul es el segundo y estudió Administración de Empresas en EEUU. Ella está en la parte de marketing personal y en la producción de la empresa. Él está en las sucursales. Hay en la organización una gerente general, uno de marketing, uno de ventas y otro de producción.

El directorio de la compañía está integrado por los dos padres y los dos hijos. Se reúne una vez por semana, junto a un equipo de análisis de mercado. Señala como el mayor rasgo de su liderazgo el hacer las cosas con pasión.

Tiene dos nietos, de 19 y 16 años, y dos nietas. A su esposo le gusta la torta de suflé de chantilly, a ella la de merengue y chirimoya. Su rutina comienza a las 6:00 de la mañana y caminan en pareja antes de desayunar a las 8:00 en Fridolin, donde llegan sus hijos y la gerente, con los que revisan las novedades del día. ”Después me quedo en mi oficina central. La cocina principal está al lado, la producción de tortas es a la vuelta. Todos los productos pasan por mi ventana. Miro todo. Me meto un rato a la cocina a degustar los platos”. Los domingos se reúne con sus compañeras de curso en alguna casa a tomar café y con sus familiares los jueves.

Mónika Jessen de Anglarill, la austriaca que inventa los sabores de Fridolin | Foto: Jorge Uechi