Publicamos un fragmento del capítulo final de Un río que crece. 60 años en la literatura boliviana 1957-2017 (Asoban, 2017), enfocado en la internacionalización de nuestras letras en los últimos años

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11 de noviembre de 2017, 4:00 AM
11 de noviembre de 2017, 4:00 AM

Hay, sin duda, muchos ángulos y enfoques desde los cuales recortar el paisaje literario de la década 2007-2017. Podría priorizar una comparación entre los modos en que los escritores inmediatamente contemporáneos y los escritores que levantaron su obra en el siglo XX decidieron representar la relación sujeto-política; o podría poner el énfasis en las estrategias simbólicas a las que recurren los escritores de este siglo para dibujar los espacios bolivianos y nutrirlos de una batería afectiva que haga las veces de identidad. 

Sin embargo, considero que, en este tramo del siglo XXI, el quehacer literario en el territorio boliviano experimenta un fenómeno en el que vale la pena detenerse por su potencia transformadora. Se trata del imparable proceso de internacionalización, en apariencia sostenido principalmente por la voluntad de crear redes, tejidos y diálogos con campos culturales de otros países, pero en su dimensión más profunda gatillado por una conciencia distinta de la literatura, es decir, por un cambio de paradigma. 

Un nuevo espejo.
Hacía apenas un par de años que Evo Morales había asumido la presidencia y las aguas de las distintas regiones de Bolivia se habían agitado, no solo ante la nueva configuración del paisaje social, sino porque aleteaba en el aire un inevitable déjà vu. Igual que en la década de 1930, con la crisis existencial que significó la Guerra del Chaco, en el segundo quinquenio del siglo XXI Bolivia volvía a mirarse en el espejo para descubrir que no existía un único nacionalismo, sino muchos, y que esos muchos nacionalismos se encontraban también en franco desplazamiento, en imparable flujo. Si la Guerra del Chaco puso a todos los gentilicios nacionales bajo la misma sed y el mismo sol en esa suerte de palimpsesto histórico que fue el Gran Chaco y su porción boreal, la descarga simbólica que significó la llegada a la silla presidencial de Evo Morales, puso en el escenario imaginarios que los centros hegemónicos habían mantenido en la galería de los exotismos.

La globalización que, en términos prácticos se habilitó a nivel de nuevo ethos social con las tecnologías virtuales, también había instalado ya su impronta definitiva. Los escritores que comenzaban a escribir, publicar o construir esa suerte de imaginación compartida que genera la circulación de la ficción y los relatos de la consensuada “realidad” se nutrían de un nuevo oxígeno, lo cual marcaba un horizonte de expectativas radicalmente distinto al que habían dibujado las generaciones anteriores. La idea de que la deseada internacionalización era posible se instauró irrevocablemente en las nuevas camadas, que no dudaron en acometer un camino de doble carril: el éxodo físico y el éxodo conceptual. Es preciso señalar que, ya en los noventa, el escritor cochabambino Edmundo Paz Soldán había establecido los contornos de ese nuevo modelo de escritor: un escritor globalizado. 

En esta rápida comparación, consensuemos en que el aura de la mediterraneidad había permeado la sicología y la personalidad del artista boliviano del siglo XX, imbuyéndolo de un estoicismo muy parecido a la resignación y por el cual el arte y, en concreto, la literatura, eran asumidos como caminos sin retorno, en el sentido existencial y material de la expresión. El escritor del siglo XX parecía profesar una suerte de ontología que, lejos de conectar al hacedor de arte con una comunidad creadora, lo conducía a una búsqueda existencial que lo desgarraba del mundo. 

Los dos éxodos

(…) Ambos éxodos, el físico y el conceptual, se dieron de forma simultánea. Es probable que (…) inicialmente solo surgiera la intuición de que era preciso un desplazamiento más arriesgado hacia otros espacios, no solo para vivir la experiencia de la extranjería –tan útil y enriquecedora para un escritor–, sino para precisamente diversificar los espacios de enunciación de Bolivia. Es decir, para multiplicar Bolivia, poniendo en funcionamiento esa operación creativa que es tan común en otras tradiciones latinoamericanas y que consiste justamente en contar el país desde un lugar que no es el país, o aprovechar esa distancia para articular un silencio patrio a modo de otro palimpsesto. 

El siglo XXI boliviano se gesta en la misma placenta que otras sociedades latinoamericanas por virtud de la globalización y su implacable avatar, la virtualidad.