La serie de Netflix, producida por David Fincher, propone un universo oscuro en el que se repiten viejas recetas 

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11 de noviembre de 2017, 4:00 AM
11 de noviembre de 2017, 4:00 AM

“Debo estar en el infierno”, es lo primero que se lee en el prólogo de Mindhunter (Cazador de mentes), el libro del agente del FBI John Douglas. En ese párrafo, Douglas describe su pesadilla más recurrente: los asesinos y violadores a los que puso tras las rejas los torturan buscando su muerte.

El libro es una crónica que narra alrededor de 25 años de carrera de Douglas en la UCC (Unidad de Ciencias del Comportamiento) del FBI y sus encuentros con peligrosos criminales. Dicho así, parece muy interesante, pero en la práctica gran parte del relato se ancla en la vida personal del tipo de manera muy condescendiente (“Estaba en gran forma”, “Tenía muchos músculos”, “Ya era conocido como el chico malo”, “tenía talento para tal o cual cosa”, “Me ovacionaron sinceramente”). Con esto no quiero decir que el libro no tenga valor, sino que a los datos valiosos estorba esa torpeza del autor de ponerse por encima del texto.

El libro también lo firma Mark Olshaker, que no es un colega de Douglas, sino el escritor profesional que apoya al agente del FBI en la redacción. 

Charlize Theron compró los derechos del libro y ante el fracaso por llevar la historia a la pantalla gigante se unió al cineasta David Fincher. Juntos quisieron vender el proyecto a HBO en el 2009 y finalmente, este 2017, la convirtieron en una serie exclusiva para Netflix.
Hay buenas y malas noticias al respecto.

En ese juego odioso de libro vs serie, puedo decir con propiedad que el versus no existe ya que la versión de Fincher para Netflix es muy libre de la crónica de Douglas. Corre como gacela por pradera verdosa lejos, lejos de Douglas.

Fincher ha creado un universo oscuro donde se repite la vieja fórmula de agente ingenuo que va descubriendo cosas que empiezan a cambiarlo internamente. Todo sucede, claro, acompañado del colega refunfuñón con mayor experiencia. 

Para eso extrapolan a Douglas en el personaje Holden Ford (Jonathan Groff). Douglas fue francotirador, participó en guerras, y cuando empieza su estudio tenía hambre de protagonismo y gloria. Ford, en la serie, es un joven ingenuo, bastante atarantado, que comienza el estudio casi por accidente y que se la pasa con cara de asombro ante cada hallazgo y preguntando obviedades.

La serie nos muestra a dos agentes del FBI bonachones tratando de sacar adelante su proyecto de estudio del comportamiento criminal ante una institución burocratizada. 

Lo más chocante de los episodios iniciales es que los personajes principales son bastante tópicos y ya hemos visto ese tipo de dupla muchas veces. 

La guionización de la mayor parte de los episodios corre a cargo de Joe Penhall, cuyo trabajo más destacado es su adaptación a la pantalla gigante de La carretera (Cormac McCarthy). Penhall tampoco aporta a particularizar este thriller; sin embargo, la dirección de Fincher (primeros dos y últimos dos episodios) es tal cual su filmografía y sus otros escarceos televisivos (House of Cards) sobria y elegante.

El primer episodio de Mindhunter es casi de manual, sin nada que te motive a ver el segundo aparte de dejarte llevar por el hype. Tu seguimiento al rebaño rinde sus frutos cuando finalmente aparece en escena Edmund Kemper (un gran Cameron Britton).  Con el universo de Kemper (un asesino en serie que decapitó a su madre y violó la cabeza, entre muchas fechorías más) cuyas respuestas son calcadas a las del verdadero asesino, se abre la ventana a la insania que la gente esperaba con soda y pipoca. 

Paralelo a las entrevistas a asesinos y criminales violentos, Holden y su compañero investigan algunos crímenes sin resolver que se les van presentando. Entre esas incógnitas y la riqueza de los personajes perturbados podemos decir que la serie funciona y que mantiene el interés. Mindhunter comienza en 1977 y en cada episodio vemos a un misterioso personaje del que solo se muestra una secuencia. Ese es el asesino BTK, un asesino en serie de Kansas que recién fue arrestado en el 2005.

El leit motiv del libro y de la serie es desmitificar a los asesinos y, más que humanizarlos, tratar de entender por qué actuaron como actuaron. En la realidad este trabajo se usó para prevención de delitos y “cacería” de criminales, muchos casos se resolvieron siguiendo un protocolo establecido gracias al estudio de Douglas. 

Pero seamos sinceros, pocos están viendo la serie porque vayan a “aprender algo” del comportamiento humano, la serie se la mira por el morbo que despierta el tema. Fincher mismo ha dicho que películas como Seven o El silencio de los inocentes enaltecen la imagen del asesino y la pone en una posición casi de virtuosismo. Desgraciadamente, Mindhunter tampoco es tan ajena a eso. Si bien estos personajes vienen de entornos degradados y de situaciones familiares muy jodidas, la serie pone un cierto halo de fascinación a los mismos. Son las intervenciones con los  sicópatas las que están mejor montadas, las que tienen los mejores diálogos y las secuencias más memorables. 

Y es entendible, el problema es vender la pomada de que estás ante una serie diferente y de corte más profundo que otras de la misma temática, cuando en realidad el tratamiento es más bien convencional. 

Mindhunter tiene 10 episodios en su primera temporada y ya ha sido renovada para una segunda entrega. Es una serie que se inicia flojita y que va creciendo conforme avanza. La temporada cierra de manera muy abierta y promete que esa urina asustada llamada Holden agarrará mayor fuelle en lo que sigue. 

Con grandes actuaciones, un sólido diseño de producción y personajes secundarios (asesinos) de lujo, Mindhunter se deja ver. En lo particular, pienso que no alcanza niveles de embeleso. Como thriller puede resultar algo aburrido (sobre todo al inicio), como estudio del ser humano no profundiza y se queda en una somera aproximación a la mente de un asesino, como vistazo al nacimiento de protocolos del FBI para manejar casos como los que la serie presenta hay cierta ingenuidad en la narrativa y cierta ingenuidad que se atribuye a un espectador que ya ha visto un montón de temáticas parecidas y no es el espectador de los años 70 a los que la serie recrea. 

¿Vale la pena verla? Tiene buenos momentos. El caso de Benjamin, lo del profesor cosquillas, lo de Kemper, como que le dan peso suficiente para que digás que sí, que vale la pena. 

La segunda temporada será su prueba de fuego, una temporada en la que terminará de crear su personalidad como serie y veremos si sale de la casilla en la que parece estar muy cómoda: fórmula tradicional para la masa.