La escritora mexicana Fernanda Melchor habla de su novela Temporada de huracanes -una de las mejores novelas latinoamericanas del año pasado- y de su trabajo dentro del periodismo

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9 de marzo de 2018, 19:36 PM
9 de marzo de 2018, 19:36 PM


Un crimen ha ocurrido en uno de esos pueblos de México olvidados por Dios que se llama La Matosa. Ese es el punto de partida de Temporada de huracanes, segunda novela de Fernanda Melchor, escritora y periodista veracruzana, que en 200 páginas despliega un arsenal de historias y personajes que llevarán a resolver cómo murió La Bruja. 
Con un ritmo que no para y un uso del lenguaje que también destaca, Temporada de huracanes fue una de las mejores novelas de 2017 y una suerte de consagración literaria para Melchor. 

—Una de las cosas que impresiona de Temporada de huracanes es el ritmo. Un amigo me dijo que le recordaba al guitarrista de Spinal Tap, el que tocaba con el volumen a 11. ¿Cómo fue para vos la escritura de tu novela, escoger esa intensidad de ritmo y que no decaiga?
Sí, hace poco un amigo me decía que Temporada de huracanes tiene reglas muy duras, tiene reglas muy rígidas, por así decirlo. Está escrita en ocho capítulos que no tienen punto y aparte, es una prosa de corrido durante páginas y páginas. Eso siempre es como un riesgo ¿no?. Al lector le puede aburrir o parecer pesadísimo y botará el libro y jamás lo volverá a agarrar, pero yo tenía la impresión de que esta historia solo podía contarse con un ritmo así, solo tenía sentido si tenía una atmósfera como muy oscura y un ritmo trepidante. Y además esta apariencia como coral, siempre la imaginé con muchas voces. Pasa que al principio yo no sabía cómo articularlas. A mí quien me ayudó muchísimo fue un gran colega y escritor mexicano que se llama Martín Solares. Yo le decía que quería contar la historia de un crimen pasional, pero con una profundización, y para eso necesitaba muchas voces que hablen del crimen y que vayan componiendo una especie de fresco de lo que es una comunidad y lo que pasa cuando ocurre un crimen. Le dije que no lograba articularlo, porque quería un narrador en tercera persona también, para explicar cosas, pero quería también que los personajes pudieran hablar con sus propias voces, porque cuando tú cuentas una historia de miseria moral y también material -pero sobre todo moral- lo que no puedes hacer es estar encima de los personajes juzgándolo todo, porque eso cae muy mal, es lo que yo siento. A veces eso es lo que no nos gusta de los novelistas clásicos del Siglo XIX, que tienen esta visión como divina, por eso, yo quería estar más al ras. Entonces me dice Martín: ‘Tienes que leer El otoño del patriarca’. Al final lo leí y eso fue lo que me hizo encontrar el narrador, porque justamente en ese libro hay una voz que está en todas partes y entra y sale de los personajes, y era la única manera de que tuviera forma en mi novela las voces y el ritmo.


—En los agradecimientos al final del libro mencionás lo de  El otoño del patriarca, pero también agradecés a varios periodistas cuyos trabajos fueron importantes para el desarrollo de Temporada de huracanes...Y para vos, ¿qué tan importante fue la escuela periodística al momento de escribir la novela?
Pues, yo creo que muchísimo.  Yo estudié periodismo porque me parecía que el camino de la escritura no tenía que pasar a fuerzas por la universidad. Desde muy joven pensé que no tenía que estudiar letras para poder escribir. Desde muy joven quise ser escritora y también me gustaba el periodismo, porque es como ser detective: estás detrás de misterios y tratando de resolver cosas y encontrando maneras para contarlas. Lo que nunca me gustó del periodismo fue la forma diaria en lo que se lo practica, a mí lo que me interesan son las historias. 
Yo tengo un libro de crónicas, Aquí no es Miami, en el que cuento historias de Veracruz y escribirlo me ayudó muchísimo a formar una especie de músculo narrativo; es decir, contar historias verdaderas me ayudó a aprender a contar historias de ficción. Además, cuando el periodismo está hecho, no digamos bajo el disfraz de la objetividad, sino reconociendo la manera en que tú como observador afectas un fenómeno, cuando más que periodismo es antropología, yo creo que sí puedes contar una historia arriesgándote. Yo creo que así sí se puede. A mí al menos es el periodismo que me gusta. Y te enseña a poner las cosas siempre con palabras y es un hábito que al escritor le sirve muchísimo; y bueno, el periodismo también me enseñó a conocer mi ciudad, me enseñó a hablar con la gente, a llegar y a preguntar las cosas. 


—Le hiciste un perfil a Enrique Metinides, un fotógrafo que es un símbolo de la crónica roja. En una entrevista que le hacen a él, que es un tipo que vio muchas cosas a lo largo de su carrera, dijo que no  podía creer lo que fue apareciendo a finales de los 80, comienzos de los 90 en México, y hasta hoy,  con el tema de la violencia ¿Vos qué opinás de este momento que sucede en tu país y cómo creés que puede ayudar el periodismo y la literatura a reflejarlo?
A mí me cuesta mucho trabajo entender lo que pasa en mi país, y yo creo que todos mis libros han sido una especie de intento de entenderlo, desde mi libro de crónicas porque además yo viví toda mi vida en Veracruz (ahora vivo en Puebla) y ahí particularmente hubo y hay todavía situaciones con saña: el año pasado acaban de descubrir una fosa con más de 300 personas. 
Un colega y yo hicimos un artículo el año pasado, se llama Qué más te pueden hacer si ya te mataron, y va de cómo hemos permitido como sociedad que ocurra esto, y además cómo hemos permitido que ya ni siquiera nos afecte, que sea la realidad. La violencia este año repuntó nuevamente como no lo había hecho desde hace un buen tiempo. El problema además no surge desde ahorita, y tiene que ver muchísimo con el capitalismo salvaje que rige las relaciones entre los hombres ahora. O sea, los cárteles de la droga son como las tiendas de conveniencia estas que matan al comercio, pero son convenientes porque están abiertas las 24 horas y siempre te atienden rápido y tienen lo que tú quieres, y el narcotráfico es eso finalmente. Y el salvajismo al que hemos llegado, eso yo creo que sí tendría que tener una explicación adicional, yo no creo que la ambición pueda explicar eso. Yo creo que hay maldad ahí. 
Hay un fotógrafo que se llama Bernardino Hernández, acabo de escribir algo sobre él. Al igual que Metinides, es un fotógrafo de nota roja, pero él está en otro rollo, por ejemplo: él fotografía sobre todo gente ejecutada en la vía pública, en la calle o en el interior de su casa. Gente relacionada con el crimen organizado, y lo que fotografía siempre es la presencia amenazante de los policías, porque aquí en México se ha comprobado que la Policía es uno de los principales responsables de las desapariciones, los políticos también, el narco también, pero es muy difícil hablar de eso aquí.


—En una entrevista mencionaste que lo que te interesa al momento de escribir son los personajes y sus conflictos, primero, y después las palabras. Pero en muchos momentos de la novela pareciera que la prosa y el uso tan preciso del habla coloquial se lleva adelante todo; es decir, la novela tiene personajes muy buenos, pero el lenguaje es muy poderoso ¿Cómo fue ese trabajo con el lenguaje, con la palabra en Temporada de huracanes? 
Fíjate que en esa entrevista debí haber dicho que lo que más me importa son los personajes y sus conflictos y el lenguaje. Lo que pasa es que yo lo hago en ese orden: uno empieza a pensar en un personaje, crea otro, son como constelaciones, surgen conflictos, uno desarrolla las historias luego escribe la novela. O las está escribiendo mientras está pensando en todo esto. 
Por un lado es un poco como hacerle un homenaje a la forma de hablar de la gente de donde yo soy, de Veracruz. Yo recuerdo, por ejemplo, que cuando era niña me gustaba muchísimo hacerme la dormida cuando íbamos de visita, o donde fuera en coche, para escuchar lo que hablaba mi mamá con sus amigas o con mi abuela o con mis tías, lo que hablaban cuando pensaban que no había niños. Me gustan esas estrategias, que mucha gente aplica oralmente al contar una historia y son como genios, no saben que son grandes ‘narratólogos’ porque en su vida han intentado escribir algo ni les interesa, pero cuentan muy bien las historias. Y me interesaba jugar con esas cadencias. Me interesaba también por ejemplo saber cómo se iba a leer fuera de México, no tengo la menor idea de cómo se lee fuera, porque en México es muy rudo el lenguaje, realmente es muy, muy obsceno y  me interesaba que los personajes pudieran expresarse como ellos. Decía Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, y bueno, a mí el lenguaje popular me fascina, creo que hay una sabiduría en el lenguaje popular que supera a la mejor poesía, incluso en las vulgaridades. A veces hay construcciones que me parecen muy agradables. 
Temporada de huracanes me costó mucho hacerla, pero cuando quedó yo sentí algo diferente que con mis otros libros. Yo sentí que al final había escrito algo que me sentía muy contenta de haber hecho, que se parecía muchísimo a la idea original que yo tenía de ese libro.


—¿Cuáles van a seguir siendo tus búsquedas en tu literatura, qué es lo que te interesa al momento de escribir ficción?, porque en tu primera novela y en Temporada de huracanes... se mantienen un poco de las mismas ideas.
Sí, definitivamente. Bueno, más allá de la violencia y drogas y estas cosas, y los jóvenes, lo que me interesó en Falsa liebre, mi primera novela, por ejemplo, fue la exploración de lo que es esta etapa de la vida que generalmente ocurre en la adolescencia, pero también te puede pasar en cualquier momento, cuando estás como atrapado, ni eres niño ni eres adulto, estás en esa etapa intermedia y estás en la desesperación de la falta de oportunidades o no puedes hacer nada, estás ante un abismo. Estas situaciones límites me interesan. La adolescencia es un tema claro para mí. Los amores prohibidos también son un tema que me gusta mucho. Esta posibilidad -o ilusión, más bien- del amor como una realización imposible.
Si tú te fijas en Temporada de Huracanes hay narcos, pero son como parte del escenario. No tienen una función realmente relevante, o sea, los narcos están ahí como están ahí los cañaverales y la lluvia. Me interesa contar las historias también del México de hoy. Y en la ficción, no sé, siempre es como una exploración también.