La escritora española propone un tema controversial en la cultura contemporánea: la relación entre una niña y un hombre adulto

El Deber logo
10 de noviembre de 2018, 4:00 AM
10 de noviembre de 2018, 4:00 AM

Cara de pan, la nueva novela de la escritora española Sara Mesa (1976), ha sido una de las atracciones de la feria de Frankfurt. Este libro corto y potente se atreve a tocar sin complejos un tema controversial en la cultura contemporánea: la relación entre una niña y un hombre adulto. El narrador de la novela se coloca en una situación difícil: las opciones para el desarrollo de la trama parecen predeterminadas negativamente, hacia la transgresión o la cursilería. Lo fascinante es cómo logra encontrar el camino en medio del campo minado.

Sonia, el personaje principal de Cicatriz, la brillante anterior novela de Sara Mesa, dice que le interesan “los anormales, excéntricos y marginales… los que tienen algo que ocultar”. Esa frase podría aplicarse a toda la obra de Mesa: en Cara de pan asistimos de nuevo a la dinámica compleja que se desarrolla entre dos inadaptados. Por un lado, la niña desde cuya perspectiva se narra la novela, conocida por sus amigas como Cara de pan: cansada del colegio, ha decidido no acudir más y pasa los días escondida en un parque; por otro, un señor mayor al que la niña llama el Viejo, que interrumpe su retiro con relatos sobre pájaros y disquisiciones sobre Nina Simone. ¿Puede haber alguna relación entre los dos? “Los hombres no pueden ser amigos de las niñas, le han dicho siempre (a Cara de pan), y aún más: es imposible que un viejo se haga amigo de una niña. El viejo engaña, tiene intenciones ocultas, sucias. Esto es lo natural, no lo contrario”.

Sara Mesa extrae todo el provecho posible de una situación cargada. Es obvio que algo ocurrirá entre los dos: la novela se tensa en la espera de ese momento y se carga de esos huecos de sentido por los que se cuela la fantasía. El Viejo es demasiado ingenuo, con su habla cargada de signos de admiración, y además no trabaja, ha estado internado en un siquiátrico y lo han amonestado por acoso sexual: algo se esconde ahí (hay truculencia en la respuesta, pero no la esperada). La niña, por su parte, en su afán por madurar –tiene casi catorce, es casi adulta–, se pregunta por qué el Viejo tarda tanto en decidirse: “¿Es porque es fea, porque es gorda, por los granitos en los brazos, porque nunca ha vivido nada digno de contarse, porque no tiene la voz ronca y seductora de otras chicas?”. No solo los lectores esperan el próximo movimiento; también los personajes.

Cara de pan es un taller maestro sobre cómo escribir sobre situaciones y personajes a contrapelo del gesto normal y del momento histórico: los editores están buscando la gran novela del #metoo, pero Sara Mesa va por otro lado. Uno de sus logros es que pueda ser leída en relación con la actualidad, pero que a la vez no esté pendiente de ella y sea capaz de trascenderla. Es cierto que no todo cierra: ¿puede la niña faltar tanto tiempo a clases sin que nadie del colegio se interese por ella? Eso le da a la novela un aire de fábula: en el espacio que crean el Viejo y la niña se suspende el tiempo y buena parte de lo que ocurre afuera (la realidad igual logra inmiscuirse). El deseo de entenderlos con armas tradicionales es inútil: dice el Viejo que los doctores y otras autoridades intentan cocinarlos “al gusto de la sicología”: “¡Como pollos rellenos!... Los abren y los vacían y después rellenan el hueco con lo que piensan que es mejor”.

La Casa Melchor Pinto celebra su segundo aniversario dando inicio a su proyecto Ciclo de Arte, con el auspicio de Repsol Bolivia. Se inaugura con un homenaje al artista boliviano Arturo Borda a través de una exposición de bocetos inéditos y tres cuadros, que se prolongará por seis meses y estará acompañada por un ciclo de conferencias acerca del artista y su obra.

Tags