La responsabilidad de definir e interpretar el tiempo ha pasado de los físicos a los artistas, en un mundo en que la lógica y la realidad están bajo sospecha

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13 de abril de 2019, 4:00 AM
13 de abril de 2019, 4:00 AM

Una de las pocas ventajas del arte actual es que puede ser aún más fantástico que el mundo de Einstein. La forma de locura que adquiere el tiempo y el espacio sería una instalación artística, por ejemplo, una sala inmensa totalmente a oscuras con millones de relojes alineados en apariencia exactos y donde el espectador pudiera percibir que los más alejados marchan más lentamente comparados con los más cercanos, hasta que se parasen completamente a una distancia, según los cálculos de las leyes físicas, de un cuarto de la circunferencia del universo.

Para el visitante de esta sala de turbinas ideal, aquel territorio inaprensible sería el lugar donde nunca se hace nada (Bertrand Russell lo llamó “tierra de loto”), y por tanto fantaseable, a pesar de que ninguna onda luminosa podría atravesar el límite.

En nuestro hipotético museo, el tiempo sería ruidoso y ruinoso, pero tranquilos, porque el planeta Tierra es un reloj en sí mismo donde todo es susceptible de ser fechado, desde un eclipse visible en Mongolia hasta la distancia entre dos cuerpos en un momento dado de Greenwich. El tiempo cósmico y el artístico tienen en común que no están garantizados.

Pero cada uno posee su propio latido y textura, que en el primer caso depende de los sucesos de su vecindad y en el segundo de la experiencia del artista/espectador.

El arte trata de lo que pasa entremedio, de cualquier fenómeno periódico regular asumido como conciencia de un tiempo propio, por ejemplo, el bodegón con la imagen de un conejo en proceso de fermentación en el vídeo de Sam Taylor-Wood A little death (4’ 33’’, 2002).

En un mundo en el que los sucesos no son un objeto, los humanos hemos creado lenguas y lenguajes donde preguntas como “qué es el tiempo” puedan responderse.

Cuando Marina Abramovic tituló su performance de 700 horas The artist is present (2010), donde se la ve sentada, inmóvil, frente a una persona del público durante las horas que está abierto el museo, se refería no sólo al tiempo presente en que estaba ocurriendo la obra, también a cuando la obra se interrumpe o al momento en que volverá a ocurrir. No necesitamos cambiar el “está” por el “estuvo” o “estará”, ya que el título indica una propiedad atemporal. O no.

El mismo sentido del tiempo aparece en otro ejercicio más de egocentrismo, la crónica vital en forma de ópera Vida y muerte de Marina Abramovic (2012), donde la artista serbia repasó su vida y adelantó cómo quería que fuera su funeral, que incluiría tres copias exactas de sí misma. Para Joseph Kosuth, el tiempo es concepto, objeto e imagen (Clock. One and Five, 1965), lo contrario que para el fotógrafo Nicholas Nixon, cuando retrata a las hermanas Brown durante 35 años como ángeles viviendo en la tierra de loto. En la partitura 4’33’’ (1952), de John Cage, el tiempo es el de cualquier fragmento de la vida cotidiana.