Una investigación sobre el taquirari ha llevado a Arturo Molina a desarrollar un trabajo que reúne algunas de las canciones más representativas de la región. El debate en torno a sus orígenes retorna, de esta manera, al tapete

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22 de septiembre de 2018, 4:00 AM
22 de septiembre de 2018, 4:00 AM

Taquirari. Música de amor, de serenata, de fiesta y de tradición, pero también de misterios, de leyendas y de una historia ligada a las transformaciones culturales de la región, cuyo debate por sus orígenes sigue despertando pasiones.

La publicación del Cancionero Cruceño Taquirari, obra del fondo editorial de la Alcaldía, motiva a un análisis sobre los antecedentes de uno de los géneros musicales más representativos del oriente boliviano.

El libro, que incluye 20 conocidos taquiraris con sus respectivas partituras, seleccionados por el autor de la obra, el músico e investigador Arturo Molina, dedica varias páginas al debate que surgió en torno al génesis del ritmo, que se ha plasmado en memorables piezas, como El trasnochador, El guajojó, Niña camba y Viva Santa Cruz. En un par de textos, de los varios que dejó publicados, el extinto compositor e investigador trinitario Roger Becerra Casanovas, indica que la palabra taquirari deriva etimológicamente del vocablo moxeño takirikiré y, aunque no relaciona el término con la música, afirma que “el taquirari es la forma cultural más elaborada entre las manifestaciones espirituales del moxeño”.

“El taquirari sintetiza el mensaje de la selva y sus ríos. Significa flecha: danza ritual de homenaje al instrumento que aseguraba al moxeño el sustento diario, a la vez que le protegía de las acechanzas del mundo en que vivía”, escribe Becerra en Reliquias de Moxos.

Molina menciona también en el cancionero al historiador vallegrandino Hernando Sanabria Fernández, quien sostiene la tesis de que el taquirari tuvo su origen en las Misiones de Chiquitos, llegando a Santa Cruz de la Sierra transmitido por los indígenas de las haciendas ubicadas a orillas del Río Grande. Sanabria recuerda que, antes de la Guerra del Chaco, el taquirari alcanza un mayor grado de popularidad gracias al maestro Mateo Flores, que no solo compone música en ese ritmo, sino que la bautiza con el nombre con el que se lo conoce.

Molina considera que es necesario saber diferenciar lo autóctono de lo meramente musical. En ese sentido, cree que el origen del taquirari es español, al igual que otros géneros de la región, como el carnaval (que en el siglo XIX era conocido como guachambé).

Molina no se anima a afirmar que el taquirari proviene de Chiquitos, pero es categórico al negar que el ritmo, tal como se lo conoce sea autóctono, situación distinta a la de la chobena. “Lo que hace Becerra es una analogía con el ritual. No está hablando de una música, que en el caso del taquirari siempre fue tonal, no puede ser autóctona. En el caso de la chobena, el ritmo es autóctono, pero la melodía no, porque responde a un sistema tonal, pero el ritmo de la chobena no se encuentra en otro lado, por eso es autóctono”, explica Molina.

Tierra adentro En torno a un tema autóctono, el cantautor Aldo Peña relaciona al taquirari con el tairari, sonido que emiten pobladores de algunas comunidades en el Chaco boliviano. El músico prepara un libro con los resultados de una investigación sobre el tema que ha realizado en varios lugares de la zona chaqueña. “He viajado por Villa Montes, el chaco chuquisaqueño y varias comunidades de la región.

En una de ellas encontré a un guaraní que tocaba su violín y cantaba una música que la hicieron con los misioneros franciscanos. El sonido del tairari mezcla la voz con el sonido de violín, algo muy monótono.

Es un tarareo que lo susurraban con los misioneros franciscanos. Es música precolombina, como los cantos guturales de los ayoreos.

Al mismo tiempo, son formas de comunicación. No hay que olvidar que primero está el sonido antes que la palabra”, explica Peña. El comunicador e investigador Rubén Poma opina que la primera semejanza del tairari con el taquirari tiene que ver con el vocablo. No puede afirmar que de ahí deriva el ritmo, pero aclara que todo hecho cultural forma parte de un proceso cuya naturaleza evolutiva determinará la forma que esta adquiera, de acuerdo con los elementos que se resten o se agreguen.

“El tairari se lo encuentra en la parte de la avarenda, el lugar donde viven los ava, es decir, los guaraní hablantes. Yo me he encontrado con gente que lo toca y lo baila. Naturalmente, la música está muy vigente en estas comunidades, sobre todo en Caraparí (municipio de la provincia tarijeña Gran Chaco) y también en Tentayapï (población del chaco chuquisaqueño)”, indica el hombre que ha penetrado en las entrañas de las culturas de tierras bajas. “La mayoría de la gente que habla del tairari lo relaciona con el nombre, pero no con lo que realmente es: una manifestación de una cultura.

Al incorporarse otros elementos, como la guitarra o la banda, la música nativa ya no es nativa, sino folclórica”, añade Poma. El director y arreglista César Scotta encuentra difícil que se logre establecer los orígenes del taquirari, así como de diversas manifestaciones culturales de la región que se han visto transformadas con el paso del tiempo.

“Todas las formas van variando y se van enriqueciendo a medida que se desarrollan. Todo eso las hace más atractivas. La música no está ajena a ello y hoy podemos ver con la música del oriente boliviano que no ha quedado ajena a las fusiones.

Yo espero ver más de eso, que los jóvenes no solo le den nuevos aires a nuestra mú- sica, sino también a las letras. No tiene sentido que sigamos hablando de una realidad que ya no existe, de una Santa Cruz de hace 60 años”, expresa Scotta, que menciona a Percy Ávila como un ejemplo de alguien que renovó el folclore nacional en su momento y que dejó algunos de los taquiraris más hermosos. Molina coincide con Scotta de que es tiempo de una renovación en la música folclórica oriental y, al mismo tiempo, valora las investigaciones sobre los ritmos, danzas e instrumentos de la región que permiten acercarnos a esos orígenes, como en el caso del taquirari o cualquier otra forma musical.

En ese sentido, destaca los trabajos que en los últimos tiempos han realizado investigadores como Damián Vaca y Yolanda Cabrera. Aldo Peña aguarda que aparezcan más trabajos sobre etnomusicología en el oriente boliviano. Rubén Poma, por su parte, reclama que nos conformemos “con brincar en el Carnaval”. “La riqueza de nuestra música está en los pueblos, en las comunidades. Se necesita trabajar más, para dar a conocer esos tesoros escondidos, aún estamos a tiempo de hacerlo”, recalca el documentalista.

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