En Dolor y gloria, nueva cinta del cineasta español, estamos ante un autorretrato, un final de trilogía y un alter ego encarnado por un ‘arrebatador’ Antonio Banderas

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16 de marzo de 2019, 4:00 AM
16 de marzo de 2019, 4:00 AM

Es lo primero que dice antes de sentarse: “Yo pensaba que iba a ser una película muy triste”. No sin un par de aplazamientos previos debido a las migrañas que padece con cierta frecuencia, Pedro Almodóvar se muestra relajado y exultante en su despacho de El Deseo.

Dolor y gloria es, para entendernos, un autorretrato. Y un autorretrato no se toca. Al menos es lo más cercano que el autor de Volver ha rodado acerca de sí mismo, bajo el trasunto que encarna Antonio Banderas con el sobrenombre de Salvador Mallo. Es en la película un cineasta paralizado, aquejado de múltiples dolencias, que emprende un viaje mental al pasado -su infancia en las cuevas de Paterna y su edad adulta en el Madrid de los ochenta-, estimulado por la heroína, acaso en busca de un pacto con todos aquellos fantasmas que regresan sin previo aviso. Sostiene Almodóvar que, sin haberlo pretendido, Dolor y gloria cierra una trilogía de “creación espontánea” que ha tardado 32 años en completarse.

Tanto en La ley del deseo como en La mala educación, protagonizadas también por directores de cine, se distanció conscientemente de la identificación autobiográfica. Aquí, sin embargo, las referencias son más evidentes, empezando por la interpretación de Banderas, que le toma como modelo. Hasta la casa que habita Salvador Mallo es una réplica de la suya ...

Eso le convierte en un alter ego, pero no hay una base confesional. Todo procede en verdad de una decisión pragmática. Suena prosaico, pero era una estrategia creativa. Yo acababa de escribir un guion que no me gustaba y quería poner en marcha otra cosa, y esto era lo más práctico en el momento de escribirlo. Me he utilizado. Uno decide siempre el pelo que le tiene que poner a su personaje, y esta vez me basé en el mío, pero con la misma intención de algo que viene de fuera. El personaje evidentemente es una gran proyección de mí mismo. Creo que no es una autoficción aunque yo estoy dentro de la película. He recorrido las mismas sendas emocionales que el personaje.

¿Cómo ha trabajado con Antonio Banderas está ambivalencia?
Al contrario de lo que se pueda pensar, no me ha imitado en ningún momento. Yo le dije que si le facilitaba las cosas podía hacerlo, pero no quiso. Lo que ha hecho ha sido ficcionalizarme.

Antonio ha hecho algo muy especial, ha ido a la contra de la imagen dura que explota en pantalla, y ofrece una interpretación completamente nueva para él. En La piel que habito tuvimos algunos roces, pero aquí ha sido mucho más fácil, entendió perfectamente lo que le pedía. Cuando escucha y mira sabemos lo que está pensando y sintiendo. Está arrebatador y me da la sensación de que es el mejor trabajo de su carrera.

Muchos maestros a lo largo de la historia del cine han sentido en algún momento la necesidad de autorretratarse. ¿No es este su caso? Supongo que inconscientemente esa necesidad la he sentido. No es una decisión inmediata, pero cuando estás instalado en ella, a partir de ahí yo soy escritor, no soy el que está hablando... Soy consciente de que me he tomado como referencia, pero no para saldar cuentas, sino para visitar partes de mi vida que no había hecho de este modo. La película nace de mí mismo para convertirse en una ficción muy elaborada. El compromiso con la verdad desaparece, y lo que importa es la verosimilitud cinematográfica, no la biográfica.

El miedo más profundo de Salvador es el de tener que dejar de rodar, de que puede que sea su última película. ¿Lo siente usted así?
Es una sensación insoportable. En mi caso no es tan intenso como el del personaje de Antonio, pero ese miedo ya está acechando. El cine es muy físico.

Me conmueve mucho la imagen de John Huston rodando Dublineses en silla de ruedas, no sé si yo podría hacerlo. Fue un punto de partida para la película, sin duda, tanto los dolores de espalda que sentía como el miedo a no poder rodar. Estas cosas son difíciles de hablar, y me daba miedo esta película, porque quería huir del lamento y la autocompasión, soy lo opuesto a eso. Como tenía que explicar al espectador la cantidad de dolencias de las que es víctima el personaje, que son las mías, decidí hacer una lista de todas ellas para que se enterara en dos minutos y medio. No es cinematográfico, pero es una información crucial, y recurro a una secuencia animada por Juan Gatti.

Yo estaba convencido de que tenía que hacerlo pero a la vez era consciente de que era la secuencia más arriesgada de la película. En ninguna escuela de cine debería ponerse como ejemplo, pero creo que está salvado por la inspiración de Alberto Iglesias y Gatti. El texto está leído con cierta ironía, en plan brechtiano para huir del lamento.

Aparte de la fama y el dinero, ¿cuál es la gloria?
La existencia de mi cine. Que pueda seguir dedicándome a lo que más me apasiona, a lo que da sentido a mi vida. Creo que soy muy afortunado, porque el tiempo me está tratando muy bien en términos artísticos. No tanto de salud. Treinta años en la actualidad dan para mucho, pasan muchas cosas y el mundo cambia rápidamente. Es fácil envejecer mal. No solo físicamente. Eso nunca lo he tenido claro, nunca he echado la vista atrás.

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