La delegación boliviana se acomoda en la sede de la CIJ mientras la chilena guarda un silencio casi sepulcral. La prensa mapochina monta guardia en busca de una declaración

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30 de septiembre de 2018, 13:29 PM
30 de septiembre de 2018, 13:29 PM

“Estamos a 24 horas del fallo”, dice Sacha Llorenti, embajador de Bolivia ante la ONU, que acaba de armar un zafarrancho al aparecer en el lobby del Crowne Plaza de La Haya. Una docena de periodistas hambrientos de una declaración lo han rodeado con trípodes y cámaras mientas él ha permanecido en silencio, para luego explicarle que se designará un vocero para hablar.

Cado dos, diez o 15 minutos, una nueva autoridad boliviana desfila por el lobby del hotel, situado en el medio de un parque de árboles altos en el centro de La Haya, mientras los periodistas bolivianos y chilenos que ahí esperan comparten lo poco que tienen y comparan los campamentos: mientras La Haya es una fiesta para la delegación boliviana, en el campamento chileno hay un silencio que comienza a preocupar a los mapochinos, que aún siguen sin entender la bajada a última hora de su canciller, Roberto Ampuero, que se verá el fallo de Corte Internacional de Justicia desde el palacio de La Moneda, en Santiago.

Así, mientras Claudio Grossmann, el agente ante la CIJ es la única figura silente que está en La Haya, en la delegación boliviana se ve hasta a Jorge Alberto Gonzales, que está presente en La Haya por ser el embajador de Bolivia ante la OEA, pero el expresidente del Senado se destaca también por su manejo de medios y su posibilidad de salir indemne se las preguntas complicadas. Ayer cuando le preguntaron cómo había visto las maniobras militares de Chile en la frontera con Bolivia, respondió que no las vio, puesto estaba viajando de Washington a La Haya.

Pero la figura y el mejor comunicador del Gobierno de Bolivia sigue siendo el presidente Evo Morales. Antes de aterrizar en Rotterdam ya había dicho todo lo que iba a decir en el día: Que mañana le esperan buenas noticias en Bolivia. Pese a ello, se encargó de mandar un mensaje sin necesidad de pronunciar palabra y que llegó a La Moneda: invitó a toda la prensa boliviana a almorzar un menú marino en un restaurante popular de La Haya, el Simonini, un lugar de autoservicios donde sirven pescado y mariscos fritos muy cerca de la costa del frío Mar del Norte que baña la ciudad de La Haya.

En el restaurante el presidente se rodeó de sus ministros y estuvo todo el tiempo animado. Dejó que se tomaran imágenes antes de comenzara a comer y luego se vengó de los periodistas ordenando a los fotógrafos oficiales que fotografiaran a sus invitados. Hubo tiempo para alguna selfi entre risotadas y buen ánimo y el almuerzo se cerró con un casi obligatorio brindis con buena cerveza holandesa: “Por el fallo de mañana”, salud. “Para que no falle mañana”, respondieron desde la mesa del mandatario. Hasta con una cerveza en la mano, el optimismo boliviano es sereno.