Fue el discurso más corto del presidente en 12 años de mandato. Trató de reconducir su gestión sobre  la base de nuevos desafíos, agradeció a colaboradores, también por las críticas, pero no habló del 21-F

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23 de enero de 2018, 6:00 AM
23 de enero de 2018, 6:00 AM

Fue el informe ante la Asamblea Legislativa Plurinacional más conciliador desde que Evo Morales llegó al poder. Trató de nombrar a todos los sectores, desde los que recogen la basura en las ciudades, hasta los que siembran el campo pasando por periodistas, empresarios y científicos. Habló de errores sin nombrar ninguno. Habló de los logros de su Gobierno que ya no son solo suyos, sino que agradeció a sus ministros, al pueblo y a su lucha.  Habló de los sueños de cada departamento que ha logrado cumplir y prometió hacer realidad el resto hasta 2020 o 2025. No habló de códigos judiciales ni de renunciar a la repostulación.

No habló de las demandas ciudadanas que se escuchan en las calles y que ayer se hicieron sentir en siete ciudades con cacerolazos de gente que por lo general no pasa hambre -zona sur de La Paz, el centro cruceño-  y de tractorazos de sectores productivos a los que acaban de pactar con el Gobierno la liberación de las exportaciones de sus productos. Hasta la plaza Murillo, que vio otra vez desfilar a los que apoyan las políticas de Evo Morales, no llegaron los ecos de la protesta que piden que se respete el voto del referendo del 21-F. 

En la oposición más orgánica, la organizada en partidos políticos,  el mensaje del presidente dejó una sensación de ya haber sido oído y un deseo de un anuncio de que renuncia a su repostulación que no llegó. De momento, los movilizados anuncian que seguirán con su protesta, mientras que la Asamblea Legislativa Plurinacional no pierde tiempo y hoy comenzará la abrogación del Código Penal.
Con ello, el Gobierno cree que habrá desmantelado lo más complejo de la protesta, lo califica de ‘conspiración.

Preámbulos
La previa del discurso del presidente Morales fue extraña. Se cumplió temprano todo el protocolo, el centro paceño estaba muy vigilado para evitar la infiltración de algún cacerolazo y el comportamiento de los asambleístas fue ejemplar. Pero el discurso del vicepresidente Álvaro García Linera, el que suele ser una especie de marco teórico de la nación, hablaba sobre computadoras y cómo su capacidad de procesamiento se duplica cada año o año y medio.

Al final era una especie de arenga a prepararse para la economía del conocimiento, una forma de decir que ahora, a diferencia de cuando entraron al Gobierno, la gente pide obras en la que se usa mucha tecnología y no tanta mano de obra (hospitales de cuarto nivel, teleféricos, en lugar de caminos o escuelas) y pidió a los jóvenes y a sus padres aumentar dos horas de estudio en casa para apropiarse del conocimiento y estar a la altura de los nuevos tiempos.

De cierta forma anunció un cambio de timón que no tiene que ver con lo político. El Gobierno, con la inauguración de la planta de urea y la construcción de otra de propileno, cree haber alcanzado la industrialización y ahora aumentará la inversión de $us 6.000 millones a unos $us 9.000 millones (era el PIB cuando comenzaron en el Gobierno y es igual a la actual deuda externa).  

El discurso

A las 10 menos 10 de la mañana el presidente comenzó a saludar a los que estaban en la Asamblea Legislativa. Arrancó como arranca desde hace unos cuatro años: elogiando la estabilidad política, contando sus experiencias como soldado y recordando que antes de su docena de años en el poder había un presidente por año. Luego miró a la Asamblea y juzgó que esa diversidad de corbatas, ponchos, guardatojos y chulos era la plurinacionalidad, que ese era el pueblo que están ahí fruto de la rebeldía de los más desposeídos.


Parecía un  típico discurso  de esos que suelen extenderse toda la mañana, pasar hasta el almuerzo y robarle minutos a la siesta del feriado. Pronto comenzó a enganchar cifras. Dijo que Bolivia creció un 4,2% en el último año, más que ningún otro en América Latina, que el PIB pasó los $us 37.000 millones, que la deuda externa es el 24,6% del PIB, que en su docena de años se invirtió tres veces más que en los tiempos de capitalización en exploración de hidrocarburos y que Bolivia tiene el menor desempleo de América Latina.


Luego no le bastaron los 12 años anteriores a su llegada al poder y comparó su gestión con lo hecho desde la fundación de la República. Mostró que había construido cuatro veces más carreteras, prometió que hasta 2025 edificará el 85% de la red fundamental.

Después engarzó cifras sociales, mostró cómo la sociedad boliviana pasó de pirámide a pentágono, cómo ahora es un país de ingresos medios, con 6,5 millones por encima de la línea de la pobreza, que hay más maestros, más colegios, más ítems de salud, más aeropuertos, hectáreas cultivadas y habrá más termoeléctricos, hidroeléctricas y fábricas de cemento. 

Todo eso llevó a mostrar los anhelos históricos de cada departamento y cómo el Gobierno asegura que se habían hecho realidad. Hizo una lista que arrancó en la planta de hierro en Mutún, pasó por la represa Rositas, aterrizó en el aeropuerto de Alcantarí, recorrió la carretera Diagonal Jaime Mendoza, hizo cemento en Potosí y Oruro, abordó un vuelo entre Oruro y Chimoré e inspeccionó el tren Montero-Bulo Bulo.

arecía que el presidente le pidiera al pueblo que lo valore, que tome en cuenta que lo puede perder en 2020. No hacía meaculpa ni admitía derrota electoral alguna o movilización callejera.

Luego de decir que había logrado construir un país de personas de ingresos medios, con mayor justicia social y con optimismo hacia el futuro, comenzó a dar su homenaje de agradecimiento. Se esforzó en nombrar a todos, incluso a los médicos y a los bolivianos que están fuera del país. Cambió el tono, sonó más poético, habló de unidad, de un proceso histórico que acabó con el “lamento boliviano”, el “Bolivia se nos muere” y el “Pueblo Enfermo”.

Dijo que se acabó con el pesimismo y el derrotismo, que se lo sustituyó con el “milagro boliviano” de la estabilidad y el crecimiento económico, que se demostró que un indio podía gobernar y hacerlo bien en economía, que se podía nacionalizar sin que se vayan las empresas, que se puede industrializar y gobernar con todos los bolivianos. 

Dijo que ahora el desafío era la soberanía tecnológica, que para seguir siendo soberanos política y económicamente, deberían ser soberanos tecnológicamente. Prometió becas, convenios, negociar con Alemania para producir litio, exportar carne, soya y café a China. Ahí se fijó cinco desafíos: convertir a Bolivia en un país industrializado; garantizar una salud gratuita, eficiente y oportuna; elevar la calidad y tecnificación de la educación, mejorar y el elevar el empleo en la juventud y justicia rápida y transparente para todos. Parecía que estaba iniciando una gestión, no a dos años de concluir un mandato. 

Hacia el final, hubo un atisbo de autocrítica. “Sí, hubo errores, pero nunca tomamos medidas contra el pueblo. Somos humanos nos podemos equivocar, pero nunca vamos a quitarle al pueblo lo que ha ganado con su lucha y conciencia”, dijo.

Ahí, justo antes de despedirse, habló de un pueblo unido, libre, que marcha con decisión hacia el futuro, hacia un destino de grandeza, pero no habló del Código Penal ni de los reclamos de que respete el voto del 21-F y no se presente a otra elección consecutiva. Ahí terminó su discurso, volvió a Palacio Quemado y balconeó ante el paso de sus seguidores.