El mandatario boliviano pasó del optimismo a los gestos de derrota en muy pocas horas. En su peor momento, y sin importar diferencias, Morales contó con el respaldo de Jorge Tuto Quiroga, Carlos de Mesa, Eduardo Rodríguez y Guido Vildoso

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2 de octubre de 2018, 4:30 AM
2 de octubre de 2018, 4:30 AM

Evo Morales es un vendaval que se abre paso por el lobby del Crowne Plaza de La Haya. Detrás de él, autoridades, asambleístas y embajadores tratan de seguirle el paso, desordenados, casi tropezando unos con otros. “El Rodríguez Veltzé dará una conferencia de prensa en la embajada. Ve allá”, ordena, sin que nadie le pregunte y sigue camino. Detrás de él pasa sonriendo la ministra de Comunicación, Gisela López; el canciller, Diego Pary, y unos pasos más atrás casi en una amalgama vienen el ministro de Justicia, Héctor Arce; la presidenta de Diputados, Gabriela Montaño; y el presidente de Senadores, Milton Barón. Cierra el desfile el embajador ante la OEA, ‘Gringo’ Gonzales, con algo parecido a una sonrisa en el rostro.

Antes de que toda la comitiva pueda alcanzarlo, una cortina con una gigantografía le cierra el paso al presidente como un manto. Duda. Todos dudan. Vuelve sobre sus pasos, busca un ascensor, una salida, un lugar para que el edificio rectilíneo del Crowne se lo trague.

–¿Cómo se siente?

–Bien, bien.

Dice Evo Morales, que tres horas después del fallo, de su derrota más dura desde que es presidente del país que él renombró Estado Plurinacional de Bolivia, es una fiera acorralada que busca por dónde escapar para no lastimar a nadie.

Por acá, presidente, grita Gisela López, que acaba de encontrar un atajo entre la cortina de plástico y los ascensores. Cuando el telón se levanta, se los ve a todos tratando de entrar en un ascensor y siendo eyectados por la balanza de seguridad.

Así, desorientado, terminó su día en La Haya. Un día marcado para pasar a ser el presidente que acercó a Bolivia a volver soberano al Pacífico, un día que había comenzado con un tuit con una foto suya mirando la costa del mar del norte y prometiendo que “los sueños se cumplen”, un día en el que esos mismos colaboradores que viene detrás llegaron sonrientes, declararon su “moderado optimismo”, almorzaron pescado con papas y berenjenas antes de partir confiados de que “buenas noticias” vendrían para Bolivia.

Ya se lo habían advertido, pero Evo Morales tenía fe. En Nueva York, antes y después de la intervención ante la Asamblea General de la ONU, le habían dicho que modere un poco el optimismo y en La Paz hubo gente que le propuso que no venga a La Haya, que era mejor esperar el veredicto en el país, ser prudente. Pero él no llegó a la Presidencia siendo prudente y apostó a una victoria que en la previa convenció hasta a los chilenos. Nadie dudaba que Bolivia –no solo Evo Morales– había venido a La Haya a ganar. Lo preguntaban los periodistas en los breves contactos con autoridades bolivianas. Dudaban que Sebastián Piñera y sus autoridades acatarían el fallo, preguntaban cómo haría para obligarlos a acatar la medida.

Claudio Grossman, agente chileno ante la Corte Internacional de Justicia, era la fiel imagen de la derrota al entrar al Palacio de La Paz. Llegó solo, absolutamente solo, a la corte, cargando un montón de papeles en medio de un ventarrón y rodeado por periodistas que querían adelantar las consecuencias de la derrota. “Esperemos a escuchar el fallo, esperemos a escuchar el fallo”, repetía mientras se abría paso entre los micrófonos como quien atraviesa una ciénaga.

Evo Morales, en cambio, entró como ingresan los campeones al ring: rodeados de gente y con música. Una caravana de autos negros se abrió el paso detrás de motos policiales, mientras un grupo de bolivianos lanzaba melodías al viento desde el borde de la reja de la corte. Evo Morales descendió del primer auto, levantó el brazo izquierdo en señal de saludo, sonrió y entró en el imponente edificio. Fue la última vez que se lo vio sonreír.

Una audiencia para el olvido

Cuando Abdulqawi Ahmed Yusuf comenzó a leer el fallo, todas las noticias comenzaron a ser malas. Primero cayeron todas y cada una de las negociaciones bilaterales. Incluso las de 1950 y las de 1975, en las que Bolivia tenía mucha fe, porque fueron de hecho negociaciones. Luego cayeron todas las medidas unilaterales. Evo Morales estaba con bolígrafo en la mano y una especie de cuaderno tamaño oficio al frente de él y no paraba de anotar cosas. A esas alturas las imágenes oficiales mostraban una página completa de anotaciones y un gesto de profunda preocupación. Evo no tiene cara de póker, no sabe fingir. Evo Morales no sabe perder.

Mientras tanto, unas filas más atrás, Tuto Quiroga cuchicheaba con Carlos de Mesa sus presentimientos: Chile comenzaría ganando por goleada, creía que la corte también echaría por tierra el estoppel y la aquiescencia, pero que concedería a Bolivia la razón del acta de la Asamblea General de la OEA en la que Chile se compromete a negociar. Creía que eso más la suma de las partes llevaría a un fallo más equilibrado, a una especie de empate o solución salomónica. Cuando cayó la resolución de la OEA supo que todo estaba perdido. A esas alturas, los periodistas que estaban distribuidos en salas a 100 metros del salón de la corte, ya habían guardado computadoras y apuntes y esperaban ansiosos ser liberados para ver las reacciones de ambas delegaciones a tan apabullante resultado: 12 a 3, leía Yusuf. Goleada absoluta: una condena perpetua a depender de la voluntad chilena para volver al Pacífico.

Evo Morales y su comitiva tardaron 40 minutos en salir a leer un comunicado en las escalinatas del Palacio de la Paz. Lo hizo después de que Grossman se mostrara exultante, rodeado de una comitiva que lo había dejado llegar solo. Fue él el que levantó el puño en señal de victoria al acabar su rueda de prensa.

Cuando Evo Morales por fin salió, no estaba solo, sino que caminaba en la misma línea que Carlos de Mesa, Jorge Quiroga, Eduardo Rodríguez Veltzé y Guido Vildoso. Los expresidentes no dejaron desamparado a Morales en su peor hora. El presidente no lucía seguro. Tenía la mano derecha en el bolsillo del pantalón y una cara de derrota que superaba al día después de conocerse los resultados oficiales del referendo del 21-F. Los ojos más achinados que nunca, la voz titubeante, la boca apretada.

Adentro del Palacio se había analizado la posibilidad de que se fuera sin hablar, pero al final invirtieron el tiempo en traducir el párrafo 176 del resumen y amarrarse a la última esperanza de volver al Pacífico: rogar la buena voluntad chilena. Morales lo dijo con voz convencida: “Estamos con la justicia y tenemos razón, y por eso entiendo esta invocación de la CIJ al diálogo entre ambas partes”, dijo, antes de entrar sin contestar ninguna pregunta.

“¿Presidente Morales, se siente derrotado?”, le gritó un periodista chileno, a modo de pregunta. Evo no volteó. Subió a su auto y se fue tan lejos que algunos especularon que desde allí regresaba a La Paz, sin escalas.

Un Evo abrumado

- Morales no supo disimular su malestar por el veredicto de la corte

- Grossman, solitario

- Llegó a la corte solo y con un mensaje de cautela, pero se fue con alarde

En favor de Bolivia

EL JUEZ ROBINSON

Para el juez Robinson, “una expresión de voluntad de negociar puede tomar el carácter de una obligación legal si las circunstancias particulares o el contexto en el que se utilizan las palabras evidencia una intención de estar legalmente obligado”.

EL JUEZ SALAM
Para Salam, los hechos que siguieron del intercambio de notas de 1950 (y en particular el Memorándum Trucco), la Declaración de Charaña, la carta del 18 de enero de 1978 y la participación de Chile en rondas posteriores de negociaciones (el periodo del llamado “nuevo enfoque”, la Agenda de 13 puntos de julio de 2006 y el establecimiento en 2011 de una comisión para negociaciones) constituyen acciones que generan la obligación de negociar.

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