Aunque las huellas de la explosiva actividad del cinturón de Fuego del Pacífico son visibles en más de la mitad de América Latina, el título de "tierra de lagos y volcanes" es propiedad indiscutible de la pequeña Nicaragua. ¿Por qué?

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15 de mayo de 2019, 10:20 AM
15 de mayo de 2019, 10:20 AM
El volcán Concepción en Nicaragua
AFP
Nicaragua es a menudo llamada "tierra de lagos de volcanes". Y el volcán Concepción, que se alza en la isla lacustre de Ometepe, puede ayudar a entender por qué.

Aunque las huellas de la explosiva actividad del cinturón de Fuego del Pacífico son visibles en más de la mitad de América Latina, el título de "tierra de lagos y volcanes" es propiedad indiscutible de la pequeña Nicaragua.

Pero no es porque la mayor de las naciones centroamericanas sea la que más volcanes tiene, ni siquiera proporcionalmente.

Efectivamente, a pesar de ser seis veces menor en extensión que su vecina del sur, El Salvador tiene un número mayor, y Chile es -con distancia- el país más volcánico del continente.

Por lo demás, el más joven de todos los volcanes de la región -el Paricutín- está en México; el más alto -el Nevado Ojos del Salado- en la frontera entre Chile y Argentina; y el que lleva más tiempo en erupción -desde junio de 1922 hasta la fecha- es el volcán Santa María, en Guatemala.

Y Nicaragua no puede siquiera presumir de ser el único país latinoamericano con volcanes en su emblema nacional, pues conos volcánicos también adornan los escudos de Honduras, El Salvador, Costa Rica y Ecuador, que luce orgulloso en el suyo al Chimborazo.

Un joven sostiene una bandera de Nicaragua.
AFP
Cinco volcanes adorna el escudo nacional de Nicaragua.

Para la periodista ecuatoriana Sabrina Duque, sin embargo, la relación entre los nicaragüenses y sus volcanes es "especial", radicalmente diferente a la que ella pudo observar entre los habitantes de su propio país y la región andina, donde se concentra la mayoría de los volcanes de América Latina.

"Para mí, allá los volcanes eran una cosa muy inasible y muy de temor", explica Duque, quien en 2018 obtuvo la beca Michael Jacobs de crónica viajera de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano para, en sus propias palabras, "escribir sobre la relación -que me encanta y me asusta- entre los nicaragüenses y sus volcanes".

"Me parece una relación supercercana, amorosa, hasta suicida", la caracteriza la ecuatoriana, quien pergeñó la idea poco después de mudarse a Nicaragua y al contrastar la tranquila convivencia con numerosos volcanes activos como el Masaya, el Cerro Negro o el Telica (por mencionar algunos), con el pánico que acostumbra generar en Quito y sus valles aledaños cualquier actividad del Cotopaxi.

Un turista le toma una foto a la caldera hirviente del volcán Masaya
AFP
El volcán Masaya, el más visitado de Nicaragua, es también el más peligroso.

Y cuando sus planes originales se vieron truncados por el estallido social que empezó a sacudir al país centroamericano en abril del año pasado, Duque supo transformar el proyecto en "VolcáNica: crónicas desde un país en erupción", que da cuenta de otra dimensión de ese vínculo y de la profunda identificación del país centroamericano con sus montañas de fuego.

"Un amor loquísimo"

"Yo comienzo el libro contando la historia de cómo llegué a Nicaragua y como me parecía increíble eso de vivir tan cerca de volcanes, de ver el penacho del Momotombo todos los días al ir a la escuela a dejar a mi hijo", relata Duque.

"Pero comienza la revolución de los nietos de la revolución sandinista y en ese momento me doy cuenta de que el país no era un país lleno de volcanes, sino que el propio país era un volcán que había erupcionado de repente", le dice a BBC Mundo.

Portada de
Cortesía Penguin Random House
Sabrina Duque es la autora de "VolcáNica: crónicas de un país en erupción".

Para ese entonces, Duque todavía estaba tratando de entender ese "amor loquísimo" entre los nicas y sus volcanes, evidenciado por ejemplo en la costumbre de acampar al lado del cráter del Telica, uno de los más activos del país, o por el regreso a las laderas del volcán Casita de los sobrevivientes de uno de los peores deslaves en la historia de Nicaragua.

"Inclusive hablaba con un geólogo y me decía que vino un día un colega de Estados Unidos y el pobre hombre se llevaba las manos a la cabeza porque decía: ´¡Pero te das cuentas que están construyendo encima de la caldera del Masaya!´. Y el otro: ´Si, me doy cuenta, pero qué vamos a hacer, la gente no le da importancia´", relata.

"Y otra cosa que me impactó fueron las huellas de Acahualinca", dice de las pisadas que hace más de 2.000 años quedaron marcadas en ceniza y fango volcánico cerca de Managua, consideradas una de las evidencias más antiguas de presencia humana en Nicaragua.

Huellas de Acahualinca
Getty Images
Las huellas de Acahualinca, el registro de una erupción volcánica de hace miles de años, es una de las evidencias más antiguas de presencia humana en Nicaragua.

"Les habían hecho una pericia forense a las huellas de Acahualinca, que ocurren mientras hay una erupción pero son huellas de gente que va caminando tranquila", se maravilla Duque.

"La gente de esta tierra ha tenido sangre fría frente a las erupciones volcánicas desde tiempos inmemoriales", destaca.

Las puertas del infierno

Para tratar de encontrar una explicación a este comportamiento, la autora de "VolcáNica" había empezado a adentrarse en la historia de Nicaragua, empezando por las Crónicas de Indias.

"Y al final llegué a un par de personas que me dieron una explicación que me pareció bastante plausible, que tiene que ver con el pasado", le dice BBC Mundo.

Volcán Masaya
iStock
Para los conquistadores españoles, los volcanes eran la puerta de entrada a los infiernos. Y por eso colocaron cruces a la orilla de los cráteres.

En ese pasado, la tranquilidad evidenciada por las huellas de Acahualinca también contrastaba drásticamente con el horror con el que reaccionaron los españoles a su encuentro con los volcanes centroamericanos.

"El primer volcán que aparece en las Crónicas de Indias es el Masaya y lo llaman ´la puerta del infierno´", afirma Duque del que hoy en día es uno de los principales destinos turísticos de Nicaragua, una caldera volcánica de fácil acceso en la que se puede contemplar el bullir del magma.

"Y todos los sucesivos volcanes que van encontrando van llevando el mismo nombre, son puertas del infierno, las puertas del averno", dice, para luego recordar las procesiones con las intentos de los frailes cristianos por exorcizarlos.

En contraste, según los antropólogos que entrevistó, los pueblos de la zona "consideraban a los volcanes como algo sagrado, porque conectaban el cielo, la tierra y el inframundo".

Volcán San Cristóbal, Nicaragua
AFP
Para los pobladores originarios de Nicaragua, volcanes como el San Cristóbal eran sagrados.

"Para ellos los volcanes eran el lugar donde habitaban sus muertos, eran el lugar de recuerdo. También eran un lugar de donde, según la tradición, salían unas mujeres sabias que les indicaban cuándo tenían que cosechar, les advertían los peligros de las invasiones, una cantidad de cosas. Eran como la habitación de los oráculos", explica Duque.

"Y con la mezcla, con el mestizaje, esa partecita parece que no se olvidó y que quedó en el inconsciente colectivo de la gente", teoriza la periodista ecuatoriana.

Duque enfatiza además la mayor accesibilidad de los volcanes nicaragüenses, a los que califica como casi "domésticos", especialmente si se los compara con los gigantescos conos de los Andes.

"Son más pequeños y además están súper cerca del nivel del mar, entonces en posible subir al Masaya a pie, es algo que tú haces sin necesidad de un esfuerzo adicional", dice de su favorito entre los volcanes de Nicaragua, al borde de cuyo cráter también se puede llegar en auto.

Volcán Masaya
AFP
La caldera hirviente del volcán Masaya, a menos de kilómetros de la capital, es un popular destino turístico.

En contraste, "para subir los volcanes que yo conocía tienes que prepararte durante semanas físicamente, tienes que mejorar tu capacidad de oxígeno… Necesitas ropa especial para subirte al Chimborazo y necesitas ir pasando por diferentes refugios para irte aclimatando a la altura que vas llegando", indica.

"Son volcanes que te imponen una distancia que los volcanes nicas no te imponen", destaca.

Lo mismo dice la geóloga italiana Graziella Devolli, profesora e investigadora del departamento de Geociencias de la Universidad de Oslo, quien trabajó durante 10 años en Nicaragua.

"A parte del San Cristóbal y el Concepción, que son los dos volcanes más pesados, y tal vez el Maderas, a todos los demás podés llegar en carro, en caballo o caminando tranquilamente", le explica a BBC Mundo.

"(A los volcanes) no los ven con miedo. La gente ve como parte de su vida, incluso en momentos de erupción, porque sabe lo que tiene que hacer en esos casos", agrega.

"Y hasta ahorita siempre ha habido erupciones con ceniza o una lava que baja tranquila", dice Devoli de la actividad volcánica a la que están acostumbrados los nicaragüenses.

Señal de evacuación en caso de erupción en Ometepe, Nicaragua.
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Para Devoli, la gran mayoría de los nicaragüenses que viven cerca de los volcanes saben qué tienen que hacer en caso de emergencia.

"La última erupción explosiva, la más espantosa de todas, fue la del Cosigüina, que nadie la recuerda porque fue en 1835", señala la geóloga, quien destaca que hace siglos que en Nicaragua no ha habido una erupción con flujo piroclástico como la que hizo el volcán de Fuego en Guatemala el año pasado.

"Esas son las erupciones más espantosas", le dice a BBC Mundo.

"Aunque la otra cosa que sí ha habido son los deslizamientos, como el del Casita", advierte la especialista, recordando el deslave que en 1998 se cobró la vida de más de 2.000 personas en Nicaragua.

Profunda huella

Todo eso, y la fertilidad de las tierras abonadas por las cenizas volcánicas, puede sin embargo ayudar a entender por qué, a pesar de los peligros, los nicaragüenses se han empeñado en vivir al pie o incluso en las laderas de sus volcanes.

Y esa proximidad han dejado una profunda huella en la historia, tradiciones y el carácter nacionales.

Volcán Momotombo
Getty Images
El volcán Momotombo está estrechamente vinculado con la historia de Nicaragua.

Efectivamente, la primera capital del país, León Viejo, fue abandonada por culpa de la actividad del Momotombo, el volcán celebrado por Víctor Hugo y Rubén Darío en sendos poemas que seguramente ayudaron a cimentar la fama del país como tierra de lagos y volcanes.

También se dice que el debate sobre el mejor lugar para la construcción de un canal interoceánico por tierras centroamericanas se zanjó definitivamente a favor de Panamá cuando el propulsor de la opción panameña distribuyó entre los senadores estadounidenses una estampilla en la que aparecía el mismo Momotombo, como prueba irrefutable de los peligros de la actividad volcánica en Nicaragua.

Y una de las historias que Duque se quedó sin escribir por causa del estallido de abril de 2018 es la de como el final de la erupción del Cerro Negro, el más joven de los volcanes centroamericanos, está en la génesis de una de las celebraciones más tradicionales del país, "La Gritería chiquita".

Esta celebración religiosa, en la que los devotos erigen altares callejeros en honor a la Virgen María y recompensan con golosinas a los niños y adultos que se acercan a cantarle, es la versión exclusivamente leonesa de la fiesta de La Purísima o "Gritería mayor" que se celebra en todo el país en la noche del 7 de diciembre.

En León, sin embargo, la también llamada "Gritería de Penitencia" empezó a celebrarse el 14 de agosto de 1947 para pedir la intercesión de la Virgen de la Asunción antes los estragos que las cenizas de la erupción del Cerro Negro estaban causando en la ciudad universitaria.

Turistas en el Cerro Negro
AFP
En la actualidad el Cerro Negro es un popular destino de turismo de aventura.
Turistas en el Cerro Negro
AFP
Y es que las arenosas laderas del volcán permiten practicar vertiginosos descensos.

"Mis planes se fueron al espacio y para mí fue obvio que ese libro que estaba escribiendo ya no iba a salir como lo había planificado", dice Duque de esas y otras historias descartadas por la ola de protestas antigubernamentales que dejaron más de 327 muertos y al gobierno de Nicaragua acusado de gravísimas violaciones de derechos humanos, que ella documenta en "VolcáNica".

"Pero llegó un momento en que dije: ´No, el libro sí va a salir, pero va a salir por ese quiebre: voy a entrar a un país que estaba tranquilo como el volcán que uno va viendo todos los días y de repente va a erupcionar, y voy a contar lo que pasó", recuerda para BBC Mundo.

País-volcán

Según Duque, pronto además se hicieron evidentes los paralelos entre algunas de las historias en las que había estado trabajando y lo que estaba presenciando.

Por ejemplo, uno de los protagonistas del diálogo convocado para tratar de encontrarle una salida a la crisis, el exrector de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua Carlos Tünnermann, también había sido clave en la relocalización de las ruinas de León Viejo, en 1967.

Grabado de León Viejo
Getty Images
León Viejo, la primera capital de Nicaragua, es conocida como "la Pompeya nicaragüense".

La ciudad había sido abandonada a mediados del siglo XVI por unos pobladores que estaban convencidos de que la actividad eruptiva del Momotombo era un castigo por el asesinato del obispo defensor de los indígenas, Antonio de Valdivieso, en 1550.

Pero el rol de Tünnermann en la recuperación de "la Pompeya nicaragüense" fue borrado de la historia oficial por causa de sus desavenencias con el gobierno del presidente Daniel Ortega, lo que llevó a Duque a escribir su historia: "la del hombre borrado, que había descubierto una ciudad borrada y la había puesto de nuevo en el mapa" y de pronto estaba siendo redescubierto por una nueva generación de nicaragüenses.

"Ver como los sacerdotes católicos se pusieron frente a las balas y sacaron al santísimo para hacer procesiones improvisadas para detener las masacres, me hizo pensar en los frailes del pasado que veían al fuego de los volcanes como el mal y se les enfrentaban con las armas de su religión", recuerda también Duque.

"Solo que ahora el mal estaba caracterizado por las balas y los paramilitares", dice de la génesis de otra de las crónicas en las que enlaza pasado y presente vía los volcanes de Nicaragua que conforman "VolcáNica".

Un paramilitar en Monimbó, Masaya.
AFP
Para Duque, los paramilitares remplazaron a los volcanes como amenaza.

La obra ha sido descrita por el escritor nicaragüense Sergio Ramírez como "un reportaje agudo, intenso, perspicaz", que "ofrece una visión de doble fondo en cuanto a la naturaleza volcánica del país, que a su vez se repite en su historia con sus sacudimientos, explosiones y llamaradas".

Y aunque los 13 textos que lo conforman incluyen un epílogo, Duque cree que, como muchos de los volcanes de Nicaragua, la revuelta social que documentan está lejos de haberse apagado.

"Este volcán está esperando su segunda erupción", dice de la explosiva tierra de lagos y volcanes.


Este artículo fue elaborado para la versión digital de Centroamérica Cuenta, un festival literario que se celebra en San José de Costa Rica entre el 13y el 17 de mayo.


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