La mexicana Alma Guillermoprieto, una de las más conocidas cronistas de América Latina y ganadora del Premio Princesa de Asturias en Humanidades, lleva 40 años recorriendo el continente, escribiendo sus historias y reflexionando sobre sus problemas. BBC Mundo habló con ella.

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10 de septiembre de 2018, 15:41 PM
10 de septiembre de 2018, 15:41 PM
Cartagena, Colombia, abril de 1995. Ante un pequeño grupo de periodistas expectantes, el escritor Gabriel García Márquez define a la mexicana Alma Guillermo Prieto como "una de las diez mejores cronistas del mundo".

Lo hace durante el primer taller de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano. Y, desde entonces, miles de periodistas han pasado por la fundación y algunos de ellos han podido aprender la carpintería del oficio de la mano de la misma Guillemoprieto.

También desde entonces la presencia en el periodismo y la cultura latinoamericanas de esta mexicana de 69 años no ha hecho sino crecer: este año le dieron el premio Princesa de Asturias en Humanidades y ya probablemente está entre los cinco mejores cronistas latinoamericanos de todos los tiempos, entre los cuales habría que incluir al propio García Márquez.

Con una particularidad que la hace única: todas sus crónicas las ha escrito en inglés -no en español, su lengua materna-, desde que comenzó a escribir para el diario inglés The Guardian.

Luego pasó por las redacciones de The Washington Post en la capital estadounidense y de Newsweek en Brasil. Finalmente decidió que las oficinas no eran lo suyo y empezó a escribir grandes reportajes para medios como The New Yorker y New York Review of Books, los que la darían a conocer.

Y todo empezó hace exactamente cuatro décadas, en 1978, cuando una joven que de niña soñaba ser bailarina llegó como curiosa a Nicaragua y salió, un par de años más tarde, como una reportera irreprochable.

Con Alma Guillermoprieto hablamos como parte del Hay Festival de Querétaro, en el que participa.


¿Por qué Nicaragua?

Porque me emocionó muchísimo ver las noticias de la insurrección que se estaba dando. Yo creo que para los latinoamericanos de cierta emoción ideológica y también de cierta época, Nicaragua fue la reivindicación de la tragedia de Chile.

Chile fue un golpe muy duro para todos los que teníamos inquietudes, digamos. Y Nicaragua se apareció como una cosa maravillosa, tenía mucho de ingenuidad, de candor, de un entusiasmo impresionante... Y fuimos muchos, no solo yo, los que acabamos en Managua aportando de una manera u otra. Y yo quise ir allá, ni siquiera a reportear, sino a ver cómo era eso.

También había cierta decepción con la Revolución cubana, ¿no? Que conociste de cerca porque incluso viviste en Cuba.

Sí, como que Nicaragua presentaba la posibilidad de ser una revolución sin las rigideces y los dogmatismos y las crueldades infinitas de la Revolución cubana. También eso creo que fue muy importante para muchos que, con respecto a Cuba, teníamos una relación tremendamente conflictiva: de admiración por su postura frente a Estados Unidos y de rechazo frente a lo que significaba la vida de los cubanos en la isla.

¿Qué siguió después de Nicaragua?

Me pasé cuatro años seguidos en Centroamérica. Llegué un año antes del triunfo sandinista, a comienzos de la insurrección, y me quedé hasta un año después, trabajando como reportera.

Después me fui a El Salvador, entrando y saliendo de allí porque era muy difícil. Luego me contrató el Washington Post y estuve dos años en Washington. Después fui la corresponsal de Newsweek para Sudamérica en Río de Janeiro.

Luego te fuiste a Colombia. ¿Por qué?

Justamente había renunciado a Newsweek. Había estado reporteado mi primer libro, "Samba", sobre una de las escuelas de samba mas queridas, Estação Primeira de Mangueira. Yo sabia que no podía escribir en Río porque no la sentía como un hogar. Me gustaba mucho Bogotá y me pareció que era un excelente lugar para escribir.

Ya había estado varias veces, había hecho buenos amigos, me fascinaba el clima. En esa época, Bogotá era una ciudad... pues no provinciana exactamente, pero sí muy apartada del mundo. El narcotráfico había aislado tremendamente a la sociedad colombiana. Además, las mejores historias siempre se cuentan en Colombia. Yo escuchaba fascinada por todo este delirio colectivo que es la historia colombiana.

Hubo muchos factores. Había muchos rumbeaderos, librerías. Era bonito.

Y te tocaron años terribles, ¿no? Cuando mataron a varios candidatos presidenciales y Pablo Escobar empezó todo lo del narcoterrorismo...

Me tocó una época terrible. Del 88 al 92 fue una época muy dura en al vida de Colombia. Y compartir eso creo que también me hizo parte de ese país. Cuando se comparten las cosas duras pues se forja solidaridad.

¿Hay algún país en América Latina que te hubiera gustado conocer más?

Em... ¡pues todos! (Risas).

Bueno, pero es que los conoces a todos...

Me falta el Caribe: República Dominicana, Puerto Rico, todo el Caribe. Y me faltan las Guyanas, que son como un hueco negro en la conciencia de toda América Latina...

Exactamente, como si vivieran a espaldas de... o mejor: nosotros vivimos de espaldas a ellas.

Más bien. Es extraordinario eso, porque son enormes, riquísimas en potencial e ignoradas totalmente.

Pero te diría que (me gustaría conocer más a) todos. El tiempo que pase en el Perú me parece poquísimo, Chile conozco muy poco. Yo viviría en Argentina feliz... De Brasil conozco Río solamente. No, no hay un solo país de América Latina que no me hubiera gustado en ese momento conocer más.

Grupo del
BBC
Alma
Guillermoprieto junto a Gabriel García Márquez empleados de la Fundación para un Nuevo Periodismo y los diez periodistas colombianos que participaron en el primer taller.

Volviendo a Colombia, ¿cómo viste el proceso de paz?

Pues yo lo vi con una emoción enorme. Fue una de las razones por las que me regresé a vivir a Bogotá. Pensé que México era un país que cada día me producía más tristeza. Y que sería bonito volver a vivir una América Latina ilusionada.

Y me pareció que (el proceso de paz) era la gran carta de la esperanza y del optimismo que se jugó el país. Falta a ver si ese proceso se pierde o no.

Seguramente los que votaron a favor del "No" (en el referendo sobre los acuerdos de paz) no estarán de acuerdo conmigo, pero me parece que apostarle al proceso de paz era un acto de optimismo y de buena fe. Le hace mucha falta a Colombia no lo la paz, sino la tranquilidad y la estabilidad, y el descenso en la tasa de homicidios que el proceso de paz aportó.

Has sido testigo privilegiada de lo que ha ocurrido en América Latina en los últimos 40 años y le has traducido el continente a un mundo anglosajón que es lleno de estereotipos sobre América Latina...

Y también a los latinoamericanos, que han vivido siempre de espaldas a sus propios vecinos, digamos.

Y a nuestro propios países incluso...

Sí, como que se mira hacia Europa o Estados Unidos, pero para obtener inspiración muy poco se miran los unos a los otros.

Algunos han dicho -creo que Vargas Llosa entre ellos- que lo más importante que ha ocurrido en los últimos 40 años en América Latina es que la mayoría de los países hicieron la transición de gobiernos militares de extrema derecha a la democracia... ¿Qué piensas tú?

Pues uno de mis desacuerdos con esa idea es que la gente pensó que las elecciones puntuales periódicas eran la democracia. Y siempre me pareció que no: era la puerta que se abría que permitiría que la democracia se fuera desarrollando. Es un ritual, importantísimo, pero un ritual al fin y al cabo.

Creo que en estos años se han dado dos grandes avances: por un lado que los programas sociales de todos los gobiernos aumentaron la longevidad de la población, la tasa de supervivencia de las criaturas y de las mujeres sobre todo. Y que el nivel educativo subió un poquito.

En muchos países hay más comunicación de todos los niveles, todo mundo tiene celular, las carreteras han mejorado. Eso por un lado es innegable y muy importante.

Por otro lado creo que en el terreno de las mujeres se avanzó mucho. Parte del auge de los feminicidios que estamos viviendo se debe justamente a eso: que hay un efecto de latigazo.

Pero creo que los avances son innegables y eso se refleja también en los hombres, la liberación de las mujeres lleva a la liberación de los hombres y eso se olvida mucho.

Yo creo que hoy día los hombres que conozco en todos los niveles sociales son más libres de expresar afecto a sus hijos, de mostrarse más vulnerables. Eso me parece muy bonito.

Y en general hay una conciencia de los derechos humanos que en México es una conciencia que se viola cotidianamente de la manera más espantosa. En Nicaragua hoy día también se pisotean los derechos humanos, pero la conciencia existe.

Alma, ¿y lo peor?

Yo creo que, justamente, como se pensó que la democracia eran elecciones y resultó que no es así, la decepción con la idea misma de la democracia -en los últimos 15 años, digamos- nos está llevando a situaciones muy peligrosas. Venezuela es el ejemplo más notable de eso.

Y por otro lado me parece que la revolución tecnológica está avanzando a una velocidad inimaginable en cualquier país del mundo. Y la brecha que se está abriendo entre nosotros y los países que llevan la vanguardia de la revolución tecnológica y científica es muy peligrosa. Estamos otra vez volviendo a quedar en situación de países atrasados, que no vamos a poder ser actores en el mundo, sino reactores. Otra vez.

Y la violencia que parece ser cíclica. Lo que se está viendo ahora en Nicaragua, ¿no te recuerda a la época en que empezaste como reportera?

Justamente esta semana estoy cumpliendo 40 años de haber empezado como reportera en Nicaragua. Y me parece terrible estar volviendo a lo mismo pero de una manera... surreal.

El problema de los homicidios en Colombia no es el problema de los homicidios. Tampoco lo es en México. El problema de la violencia es el reflejo de la lentitud con que las sociedades se organizan para cumplir sus propios sueños. No quiero decir ni siquiera los gobiernos.

Estas sociedades tan tremendamente divididas, clasistas, de clases gobernantes tan arrogantes... Entonces esta brecha entre ricos y pobres es violenta, y esa violencia genera la violencia física que padecemos en Brasil, en Colombia, en México, en Centroamérica.

Algo más que parece cíclico es el populismo, ¿no? Perón, sí, pero también Chávez y el mismo Uribe...

Si, y es reflejo de lo mismo. Son sociedades fragmentadas, en guerra consigo mismas, no reconciliadas, no equitativas, no igualitarias. Y en esa brecha de la incapacidad de la sociedad de cumplir los sueños de sus habitantes llega siempre el demagogo. Siempre.

Llega a decir: yo los voy a hacer felices. Y trafica con la rabia de la gente ignorada, de la gente marginada. Por eso es recurrente, porque mientras no se resuelva el problema de nuestra terrible desigualdad, siempre va a haber un populista que llegue y ocupe ese enorme espacio negro en el que las personas no ven un futuro mejor.

Has mencionado varias veces a México, tu país natal. Se nota ahora mucho entusiasmo entre jóvenes y sectores intelectuales de izquierda por la llegada de López Obrador al poder. ¿Compartes ese entusiasmo?

Estoy mirando. Creo que la intelectualidad está muy dividida entre los que han sido siempre grandes entusiastas de Andrés Manuel López Obrador y los que lo vemos con gran escepticismo, justamente por ese problema del populismo. De las promesas enormes, que no vemos el camino de aquí a allá para cumplirlas.

Pero sí, siento que es un cambio enorme para el país en la medida en que se ha derrotado absolutamente el modelo de gobierno anterior y del partido gobernante durante tantas y tantas décadas trágicas. Entonces ahí cabe el optimismo. Yo estoy esperando a ver cómo funciona esto y de repente nos va bien. Ojalá.

¿Por donde empezar en México? La violencia es tan enorme, la corrupción tan profunda...

El problema de López Obrador es ese: que promete mucho y las soluciones son hasta ahora poco estructuradas, cuando la corrupción y la violencia son estructurales. El PRI lo que le legó al país después de 80 años fue la idea de que sin corrupción no es posible participar en la sociedad.

En México, uno para acceder a cualquier mínimo privilegio tenia que estar dispuesto a corromperse. Y el narcotráfico se montó en esa maquinaria que le regaló el PRI. Va a ser muy difícil.

Decías ahora que habías vuelto a Colombia por el proceso de paz y para vivir ese momento de esperanza... ¿Te provoca ahora volver a vivir en México?

No, yo estoy muy a gusto en Colombia, no me pienso ir.

¿Alguna historia en América Latina que se te hubiera quedado sin escribir?

Uff... Emm... No, son tantas historias y como todavía tengo la esperanza de cumplir con alguna de ellas... Ahí mejor no digo nada.

O sea que no estás dejando el periodismo después de 40 años.

Pues, hago menos, obviamente, porque después de 40 años uno tiene la sensación de que conoce el desarrollo y el final de muchas historias, y eso es muy peligroso a la hora de reportear. Entonces tengo que buscar las historias que me inspiran justamente porque no sé cómo van a terminar.

¿Alguna en especial te está inspirando ahora?

Bueno, lo que tengo muy pendiente es volver a Nicaragua. Porque me parece que estamos hablando demasiado poco de lo que esta ocurriendo en ese país, que es una lección para todos.


Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Querétaro, un encuentro de escritores y pensadores que se realizó en esa ciudad mexicana entre el 6 y el 9 de septiembre de 2018.

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