El álbum, que el estadounidense lanzó, es un vaivén de sensaciones y sentimientos que tiene mucho que ver con el mundo de hoy

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7 de diciembre de 2019, 3:00 AM
7 de diciembre de 2019, 3:00 AM

Raúl Julián - mondosonoro.com

Beck Hansen es una de las figuras más deslumbrantes y originales surgida en la década de los 90 y, con Mellow Gold (Geffen, 94), se convirtió en paradigma de modernidad, además de escenificar a aquel ‘perdedor’ que todo el mundo adoraba. Un cuarto de siglo después, el californiano cuenta con una carrera sólida y dilatada, a lo largo de la cual no ha dejado de evolucionar y cambiar de registro constantemente. Por el camino ha manifestado sus diferentes personalidades creativas, en una serie de retos de los que siempre ha salido triunfador. Así se sucedieron consecutivamente el autor vanguardista, el hedonista, el profundo, el experimental, el gamberro o el intimista.

Dos años después del más bien inocuo Colors (Capitol, 17), el vocalista regresa con el que es ya su decimocuarto álbum de estudio y en el que, en cierto sentido, parecen converger varios de esos talantes artísticos. Si bien la referencia tiene en el electro-pop esa base común que de algún modo armoniza las piezas, Hyperspace (Capitol/Virgin EMI, 19) no deja de ser una especie de cajón de sastre, en el que Hansen da rienda suelta a su creatividad apuntando en diferentes direcciones. 

Lo hace con cierta irregularidad, agrupando composiciones de diferente pelaje pero también valía y alternando así joyas que añadir al catálogo destacado con otras anecdóticas o directamente fallidas. 

El álbum comienza con el introductorio minuto y medio de la brumosa Hyperlife, antes de dar paso al efectivo y exótico medio tiempo Uneventful Days, mientras que Saw Lightning es algo facilona pero resulta funcional recreada sin tapujos en su propia lúdica. 

Die Waiting (junto a Sky Ferreira) es una de las gemas del disco, apurando esa faceta nostálgica e introspectiva que también aparece en otras destacadas como Dark Places y la evocadora Stratosphere.

Entre las que podrían ser intrascendentes se sitúan Chemical, esa especie de acercamiento al R&B que es See Through, o el tema que da título al elepé (con la colaboración de Terrell Hines). Por su parte, Star es una convincente representación del Beck de toda la vida, y Everlasting Nothing ejerce como majestuoso cierre.

Sería arriesgado afirmar que, en conjunto y en media, Hyperspace es uno de los grandes discos del firmante, situándose éste lejos del calado emocional de Sea Change (Geffen, 02) y Morning Phase (Capitol, 14), la locura de Midnite Vultures (DGC, 99) y amplitud de miras del insuperado Odelay (Interscope, 96). Pero, a cambio, contiene al menos media docena de canciones de gran nivel.



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