Por más cadenas de solidaridad

Hace muchos años, una mujer llamada Casimira, estaba tan cansada de ver cada día solo malas noticias en los medios de comunicación, que deseó tener una Navidad en la que todo el mundo fuera verdaderamente bueno, generoso y solidario.

Al salir a la calle, descubrió a la gente haciendo cosas totalmente increíbles: los conductores no insultaban a nadie si se cruzaba por un sitio inadecuado; los policías sonreían; e incluso, una mujer con pinta de poseer mucho dinero, donó todo lo que llevaba encima a un mendigo que pedía unas monedas para sobrevivir.

Tan complacida estaba con lo que veía, que decidió ir al supermercado en el que solía hacer sus compras normalmente, para dejarle una propina a la cajera. Lo que no esperaba, es que, en lugar de la propina, una fuerza invisible la obligó a entregarle casi todo el dinero que tenía en la cartera.

Estaba completamente confundida y a la vez, feliz.

Cadena de generosidad

De pronto se sintió aturdida ante aquel ataque de generosidad tan repentino, se alejó de allí con la intención de ir al gimnasio. Un lugar al que no consiguió llegar, ya que se confundió de bus y acabó en la galería más peligrosa de la cárcel, compartiendo la tarde con los presos.

Entonces se sintió muy enfadada consigo misma, por hacer ese tipo de cosas en contra de su voluntad, y cayó en la cuenta de que eran situaciones provocadas por su deseo.

Unas situaciones que no fueron todo lo agradables que a ella le hubieran gustado, porque sintió una fuerza extraña que la empujaba a actuar así, siendo que era un deseo para que realicen las otras personas; pero gracias a estas situaciones descubrió que no era la más indicada para dar lecciones de espíritu navideño, puesto que su justicia y generosidad eran iguales que las demás.

Casimira no podía forzar la Navidad en el alma de los otros. Se convenció que este sentimiento está en el interior de cada uno. Comprendió también, que el deseo de algo, y contagiar amor puede tener un peso muy grande entre los que tocaba.