Opinión

Desaprender, para pacificar

17 de noviembre de 2019, 4:00 AM
17 de noviembre de 2019, 4:00 AM

Catorce años de prédica violenta y de prácticas abusivas, antecedidos por un quinquenio conturbado que adobó lo que vendría después, han dejado una herencia letal en una gran parte de la población boliviana, que será difícil de contrarrestar con otras prédicas en las que el amor se sobreponga al odio y la confraternización a la confrontación. No digo que sea misión imposible. Solo anticipo que será una tarea muy difícil, marcada por trabas de todo tipo, muchas de ellas guardadas como armas secretas en lo más íntimo de cada uno. Trabas que ya se asoman ahora, a solo una semana del inicio de un prometido y deseado nuevo camino, y que se traducen en dificultad y rechazo a desaprender malas lecciones.

La primera: caer en el nefasto uso de la violencia verbal para contrarrestar al que antes –y aun hoy- nos ahogó con su violenta verborrea, cargada de odio racial. Cuesta mucho dejar de repetirla, y cuesta porque hay un mal previo que tampoco es fácil de sanar: el afán de revancha, alimentando por años de rabia contenida. Hemos vivido, sobre todo a lo largo de las últimas dos décadas, escuchando consignas, discursos y arengas cargadas de odio, alentadas por una cúpula partidista que apostó por ellas desde su nacimiento, segura de lograr el control del poder total. Odio racial, sobre todo. Manipulando y sembrando terror.

La tentación de pagarle con la misma moneda es muy grande. Y parece imposible evitar el que muchos de los que han combatido con tanta convicción a esa cúpula masista, caigan en la tentación de pretender darles de su propia medicina. Pero hay que insistir en el afán aún a sabiendas de que, muy probablemente, rechacen y hasta se ofendan por el llamado a no caer en el pecado capital de la defenestrada cúpula masista. Aquí surge la segunda mala lección a desaprender: idolatrar, en vez de fiscalizar; sumisión, en vez de rebeldía; connivencia, en vez de lealtad a los principios. Sin superar ésta, resulta imposible avanzar.

La tercera mala lección que urge desaprender es esa que tanto repitió el expresidente, al punto de convencer a muchos a seguirla a pie juntillas: de que la política estaba hecha solo para algunos iluminados o elegidos casi de manera sobrenatural (más precisamente, solo para él y sus seguidores), y que por lo tanto estaba vetada para el resto de bolivianos contrarios a él. Osar ejercer el derecho ciudadano a la participación y acción política pasó a ser un acto sedicioso. Criticar su gestión, peor. Muchos pasaron a hacerlo solo en sigilo, como si estuvieran en la clandestinidad. ¡Cuánto daño ha causado esta pésima lección! Sí le fue útil por muchos años a esa cúpula evista, porque contuvo la protesta e indignación ciudadana que estaba a punto de estallar tras cada nuevo abuso de poder. 

Hay muchísimas más lecciones nefastas impartidas a sangre y fuego en los últimos años, pero si solo nos ocupamos de estas tres primeras en este periodo de transición que toca enfrentar ahora, podremos comenzar a revertir los graves estragos causados por Morales y su cúpula. Estragos que suman más que los logros que se jacta haber alcanzado en estos casi catorce años, y que se reflejan sobre todo en la miseria de indígenas, mineros y hasta cocaleros lanzados como misiles sobre carreteras y calles a lo largo y ancho del país, a los que no duda seguir utilizando hasta hoy con el único afán de volver y perpetuarse en el poder. Está clarísimo: al expresidente y a su entorno no les conmueven siquiera la muerte de su propia gente, de sus llamadas bases sociales, de los que aun creen en el mito Evo.

Sin la capacidad de desandar caminos, de desaprender para aprender de nuevo, de ver la realidad como es, de escuchar todas las voces posibles, de resistir a la tentación del ojo por ojo o al impulso de sentirse vencedores cuando aún no se ha librado la última batalla, será misión imposible ponerle fin, de verdad, a estos casi catorce años de poder abusivo. Y lo más triste aun: estará en riesgo el gran y maravilloso capital social generado en casi un mes de movilizaciones ciudadanas no vistas en Bolivia hace décadas, y que ha costado la sangre de más de diez bolivianos. Cinco hasta hace una semana. Ocho solo el viernes.

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