Opinión

A ponerle razón a la pasión

3 de noviembre de 2019, 3:00 AM
3 de noviembre de 2019, 3:00 AM

Pocas cosas son tan difíciles la vida, como la de llamar a la razón cuando la pasión está tomando cuenta de todos nuestros sentidos. Lo digo pensando en el momento histórico que estamos viviendo estos días en Bolivia, marcados por una movilización ciudadana que no se veía hace años. Millones de bolivianos se han volcado a las calles en todo el país y sostienen, con una firmeza admirable, un paro nacional que suma ya doce días, hastiados de una cúpula gubernamental que creyó no tener límites en el uso y abuso de poder.

Las protestas explotaron tras las elecciones generales del domingo 20 de octubre, marcadas por denuncias de fraude, y han ido en aumento, alimentadas por más sinrazones oficiales.

Lo que comenzó exigiendo apenas segunda vuelta entre los dos frentes que aparecieron como los más votados, ha derivado en estas dos semanas en demandas más radicales que incluyen ya la renuncia del gobierno, la anulación de las elecciones del 20 de octubre, la realización de nuevos comicios con nuevo árbitro electoral y el enjuiciamiento de todos los responsables intelectuales y materiales del señalado fraude electoral.

Unos cambios drásticos criticados por el gobierno, cómo no, pero inevitables ante la torpe reacción del oficialismo, al que le ha costado trabajo darse cuenta que ya no tiene saldo en la cuenta de credibilidad abierta a su favor, hace más de una década, por una ilusionada Bolivia.

Ni el gobierno central, ni las diferentes instituciones públicas dirigidas por sus operadores políticos y, lo más grave aún, ni varios organismos internacionales que hasta hace poco se destacaban por credenciales como garantes de la democracia y los derechos humanos, habrá que remarcar.

Todos ellos creyeron que, como la ciudadanía aceptó ir a elecciones amañadas, estaba todo dicho. E insistieron en llevar agua al cántaro, hasta que rebalsó. Lo siguen haciendo aun hoy, jugándose sus últimas cartas: la de la violencia y vandalismo al amparo de los aparatos represivos del Gobierno (ya no del Estado) y la de una mayor exacerbación del odio racial.

Es un intento desesperado para sobrevivir sembrando terror Ninguno de esos recursos les ha dado resultado hasta hoy. Y no les ha surtido efecto por una cuestión central: la gente no se ha dejado ganar por el miedo, las movilizaciones son pacíficas, espontáneas y masivas.

También, porque hasta hoy ha primado la cordura y el sentido común entre los diferentes frentes y organizaciones civiles que les están dando sustento.

Un factor fundamental al que el gobierno quiere aniquilar reeditando ataques violentos, como el de los mineros con dinamita en mano en La Paz, Oruro, Cochabamba y Potosí, o como el de sus “movilizados” con armas de fuego en Santa Cruz de la Sierra y en Montero, sin contar los que llegaron palo, piedra y fuego en manos a Mairana y El Torno.

Pero ni con todas esas armas, que han dejado al menos dos muertos en Santa Cruz y más de medio centenar de heridos en las principales capitales del país, ha logrado el gobierno imponer su mala voluntad. Sabe que su única salida es la violencia y hacia ella quiere llevar a todos los que le piden su renuncia. Una insistencia que amenaza acabar con la paciencia de muchos que no aguantan más tanto cinismo.

Un peligro difícil de sortear, incluso para los más pacíficos. Pero una provocación a la que no queda otro camino que vencer desde la razón, y no desde el arrebatador ojo por ojo, diente por diente. Contener la pasión es difícil, pero en estas circunstancias es la salida más inteligente.

 Es de sabios lograrlo. Y es de sabios que necesitamos ahora. La gran duda en este momento es si al frente de las movilizaciones hay gente sabia, no en el sentido de acumuladores de saberes, sino destacada por su buen juicio, su prudencia y madurez, tal como describe la RAE.

Quiero creer que las hay, no solo a la cabeza de las movilizaciones, sino en el corazón de las mismas.

Sabiduría y creatividad, imprescindibles ahora para no llevar a bancarrota un movimiento ciudadano tan valioso como este, capaz de enderezar el tortuoso camino trazado por una cúpula gubernamental enferma y letal.

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