Canedo analiza tres obras que llevaban el nombre de tres platos de comida que ofrecía el snack del local: Bocato (bocata), Alitas picantes y Manjar blanco

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19 de octubre de 2019, 3:00 AM
19 de octubre de 2019, 3:00 AM

Texto y Foto: Andrés Canedo / Escritor

Esta modalidad que introduce Tía Ñola, me parece interesante y fecunda, porque no sólo presenta tres obras diferentes, con diez o quince minutos de intervalo entre cada una de ellas (para que el público, mediante el llenado de tres cuestionarios diferentes, sugiera la temática de las próximas obras a presentarse) sino, porque se estimula así la creatividad de los dramaturgos y, desde luego, la labor renovada de los actores.

Bocato

Con un muy buen texto de Ariel Vargas y dirigida por Jorge Calero, nos muestra a una actriz solitaria y destacable, Nicole Cornejo. La historia es la de la migración que ha desangrado a nuestros países. 

Frente al mar, “gigante azul, abierto y democrático” (como quería Guillén), Nicole se dedica a cuidar y limpiar mansiones de los millonarios europeos, que son ocupadas sólo una vez al año y que muestra su aparente felicidad, ya que gana bien y porque está lejos del “nido de víboras” del barrio de bolivianos en el que vivía en la ciudad y, aunque el trabajo es duro mirar el mar la alegra.

 Después sabremos que sólo mira el mar, no entra ni se baña en él, porque le tiene miedo y porque está agotada cuando termina su jornada, y sabremos también, que ella sabe que más allá del mar, está su tierra, su Bolivia que vive en ella y le duele por la distancia y la soledad.

 Nicole Cornejo es dulce e intensa, es una actriz que trabaja desde adentro y que en las palabras, pero sobre todo en las pausas, en los largos silencios, nos conmueve con su sentir.

Alitas picantes

(Any thing for you) de Kristen Higgins, dirigida por Bryan Camacho. Con excelente estructura dramática, este texto nos muestra con toda su rotundez el acto de “salir del closet”. 

Dos amigas, Alana Delgadillo y Valeria Barrios, se encuentran en una especie de salón de té, donde una de ellas, a pesar de tener buena relación con su novio, le confiesa a su amiga que está loca por darse un revolcón extra, por coger con alguien más. 

Esto horroriza a su contraparte, que está de novia con el amigo íntimo del novio de la primera, pero al cabo de un rato se entera, esta última, que con quien quiere hacer el amor su amiga, es precisamente con ella ya que la desea intensamente. 

La antoganista se niega, se declara heterosexual pura, pero al final nos hace saber que no sólo su amiga casquivana le gusta, sino que, además, la ama. Y aquí, el amor, el amor verdadero, se convierte, al menos de momento, en el obstáculo para que ambas se vayan a la cama. Con notables actuaciones de Alana Delgadillo y de Valeria Barrios, sobre todo en los momentos de seducción (pero con algunas ráfagas de dicción defectuosa), el espectáculo es divertido, picante (como las alitas) y muy bien logrado.

Manjar blanco

El texto es de Jorge Calero y la dirección de Jorge Vargas. Actúan Rodrigo Heredia y Gonzalo Michel. Un músico de “tamborita” está sumamente nervioso antes de iniciar, suponemos, una nueva actuación. Llega su primo, miembro también del grupo y trata de tranquilizarlo. 

En la charla entre ambos nos enteramos de la historia familiar trágica y, después, vamos conociendo que el “manjar blanco” (dulce de leche camba) es en realidad cocaína que va mimetizada entre los instrumentos y que la actuación que tiene que hacer el primero y por la cual está nervioso, es llevar esa mercadería a los EEUU con el pretexto de que él, como sus compañeros de tamborita van a hacer presentaciones en ese país. 

Así, lo cómico se va volviendo intensamente dramático y se generan escenas fuertes y emotivas que tocan al espectador. Pero la vida es como es y así hay que vivirla y lo que nos apega al ser humano básico son nuestras emociones y el cariño de familia. Bien actuada por Heredia y Michel y hablada en lenguaje camba puro, la obra nos conmueve.

No hago alusión a las labores de dirección que están todas correctas, ni a las características de las puestas en escena, que también son impecables, porque la brevedad y la escasa cantidad de actores no hacen necesario el hurgar en estas especialidades. 

Yo, como antes de entrar no estaba advertido del nombre de las obras que se correspondían con las especialidades de la casa para esta noche, me comí, inadvertida y felizmente una milanesa picada acompañada de mocochinchi, que constituyen el menú habitual que consumo en Tía Ñola. 

Lo demás, es lo de menos. Asimismo, salí con la conciencia clara, que el espectáculo que había presenciado no era para nada “ni chicha ni limonada”, sino teatro bien hecho, capaz de elevar el espíritu.



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