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30 de julio de 2019, 4:00 AM
30 de julio de 2019, 4:00 AM

La consultora alemana Growth From Knowledge (GFK) realizó en el año 2016 un estudio en 17 países con encuestas a  22.000 personas y llegó a la conclusión de que las mujeres son más lectoras que los hombres. El 32% de las mujeres declaró leer casi todos los días, mientras que solo el 27% de los hombres lo hace. Como este, muchos otros estudios en distintos países, respaldan resultados parecidos. En Bolivia, hay más mujeres que interactúan y siguen páginas de editoriales y más mujeres que descargan libros de páginas que los liberan.

Si son las mujeres quienes sostienen el universo editorial, ¿por qué son más los hombres con presencia y publicaciones? Y son más por mucho.

Las omisiones de mujeres del supuesto canon literario no tienen nada que ver con la calidad o la seriedad del trabajo de ellas, sino con las distribuciones de poder y las relaciones patriarcales que a la fecha, nos siguen dominando. No se necesita luz para escribir, pero sí para leer.

En mi experiencia, necesité de una luz especial para leer un poco más allá de lo que el sistema me mostraba, porque voluntades constantes e innegables para mantener la obra de las escritoras fuera de la luz que necesitan para ser leídas, exploradas y estudiadas a cabalidad en sus contextos.

Cuarenta y cinco mujeres bolivianas respondieron una pequeña encuesta que realicé en Twitter. Quería saber qué leían y cómo elegían sus lecturas. Esas respuestas me arrojaron algunas conclusiones, que si bien no funcionan como datos de referencia, sí se constituyen en experiencias. Respondieron que buscan formarse, estar preparadas y poder responder preguntas que para ellas siempre son muchas; hay una exploración emocional y afectiva: leen también para escapar y encontrar otras realidades alternativas; leen a mujeres como una posición política, estética y con una clara intención de descubrimiento, reivindicación y responsabilidad.

Pareciera que para las mujeres, leer y escribir, como amar, es una cuestión de vida o muerte. Estás romantizando, estás idealizando me dirán; pero en realidad no, y me explico. No dejo de pensar en la crueldad que encierra la realidad de esta afirmación de Alana Portero: “Cualquier mujer que ha esperado alguna vez a que todo esté en silencio, tranquilo y ordenado para regalarnos un mundo nuevo”. Se refería a las tareas de cuidado, porque leer y escribir se convierten en profesiones muy duras para las mujeres cuando deben limpiar, cocinar, alimentar y trabajar para sostener.

La escritora española Aroa Moreno, que estuvo el año pasado en Bolivia conversando de feminismo y poesía, contó que ella se levantaba muy temprano en la madrugada para poder escribir. En una de sus últimas columnas expuso: “los hombres tienen más recursos económicos o menos responsabilidades familiares que les permiten dedicarse a escribir”.

Es innegable que hay una invisibilización histórica que aún no se ha detenido. Sin embargo, en Bolivia es importantísimo destacar la tarea incansable de proyectos dedicados a la publicación y rescate de autoras como Dum Dum Editora, el sello Mantis de Plural o a las novísimas Lengua de Urucú que son un colectivo dedicado a la publicación de poesía escrita por mujeres.

Si es cierto que las mujeres escribimos en condiciones, a veces extremas, de renuncia irreconciliable, porque aún sin hijos la habitación propia nos cuesta un montón; tenemos el deber de destapar lo escondido en la oscuridad y ponerlo bajo su propia luz. Porque sí, las mujeres leemos y escribimos mucho.

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