En 2016 los animales fallecieron en el sudeste de Noruega. Dos años después, el cuerpo de los animales ha tenido un efecto sorprendente en el paisaje

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24 de agosto de 2018, 11:42 AM
24 de agosto de 2018, 11:42 AM

En 2016, 323 renos murieron al mismo tiempo debido a un incidente completamente fortuito: un rayo. Sucedió en la montaña Hardangervidda, al sudeste de Noruega. Dos años después, la descomposición del cuerpo de los animales tuvo un efecto sorprendente en el paisaje.

Cuando se conocieron los hechos, las autoridades retiraron las cabezas de los renos muertos para realizar un estudio sobre enfermedades en esos mamíferos. Los cuerpos fueron abandonados en la zona montañosa con la idea de que se pudrieran con el paso del tiempo.

Al parecer, los restos terminaron aumentando la diversidad de plantas, ya que las aves carroñeras han estado arrojando heces que contienen semillas cerca de los cadáveres, como explica un estudio de Biology Letters, publicado hace unos días y replicado por Gizmodo.

Sam Steyaert, investigador de la Universidad de Noruega, y su equipo establecieron un laboratorio en la zona donde fue el suceso. Allí observaron que las heces de las aves y los zorros se concentraban alrededor de los cadáveres. El equipo también detectó glotones, águilas reales y lobos.

Muchos de los excrementos contenían semillas de casis o grosellero negro, y los científicos descubrieron que estas podrían convertirse en plántulas (la planta en sus primeros estadíos de desarrollo).

La casis es una especie clave de la tundra alpina, que tiene un impacto grande en la biodiversidad, en parte porque es una fuente importante de alimentos. El suelo desnudo y denso en nutrientes puede ayudar a las plántulas a crecer, y los cuerpos sin vida de los renos producen las condiciones adecuadas para que esto suceda.

Según el estudio, la vida de las plantas más cercana a los restos de los animales termina de forma muy rápida debido a los cambios repentinos en la acidez y las concentraciones de nutrientes del suelo. En ese momento, el pedazo de tierra se convierte en una “isla de descomposición”, que sostiene la vida vegetal que de otro modo no podría crecer.

Sólo el tiempo dirá hasta qué punto este insólito suceso cambiará el paisaje de la zona.