Daniel Parodi percibe tres escenarios en un fallo de la corte de La Haya; primero, que obligue a Chile a negociar con Bolivia; el segundo que los bolivianos se olviden de salida al mar; el tercero, que se busque un pacto que favorezca a ambos

El Deber logo
15 de abril de 2018, 4:00 AM
15 de abril de 2018, 4:00 AM

Una reconciliación que parece imposible en realidad no lo es. Nos referimos a la que lograría la armonía entre tres pueblos hermanos: Perú, Chile y Bolivia. Por el lado peruano, las cosas andan bien, las relaciones con ambos países son las mejores.

La situación entre Chile y Bolivia es inversa: ambos países acaban de concluir la fase oral del litigio que los bolivianos introdujeron en la Corte Internacional de Justicia y la tensión está al máximo, pues este proceso no ha venido acompañado de políticas de distensión y acercamiento como las que aplicaron Perú y Chile cuando enfrentaron una circunstancia análoga entre 2008 y 2014. La complejidad del problema responde más al punto de vista nacionalista con el que se le enfoca que a su intrínseca dificultad. 

Bolivia le reclama a Chile, ante la CIJ, iniciar negociaciones que concluyan en la obtención de una salida soberana al océano Pacífico y es en la definición del concepto soberanía donde se sostiene el eje central del problema. Ambos países están pensando en soberanía como se pensaba en el siglo XIX, como la defensa, con la vida y la sangre, del último centímetro del territorio nacional. 

 Es por esa mirada que ambos países no alcanzan un acuerdo, a pesar de venir discutiendo el tema prácticamente desde que Chile invadiese el litoral boliviano en 1879. Y es también por eso que en La Haya se manifiestan posiciones antagónicas: Bolivia quiere una salida soberana al mar, mientras que Chile se niega a ceder su soberanía.

El posible escenario
Aunque los fallos de la CIJ se caracterizan por su complejidad, distan de darle toda la razón a una parte o a la otra, en este caso es difícil pensar una postura intermedia; lo más probable es que la corte o le señale a Chile que debe negociar con Bolivia su salida soberana al océano Pacífico o falle algo distinto que implicaría que no pese sobre Chile dicha obligación.

De producirse el primer caso, Chile debería allanarse a otorgarle a Bolivia un puerto soberano en el océano Pacífico. Si le restamos al tema la mirada nacionalista, el país de la estrella solitaria obtendría tanto o más que su vecino si acatase la sentencia. Ganaría con el incremento del comercio boliviano en sus costas en tiempos de globalización y potenciaría su imagen país ante el mundo. Chile convalidaría la autoimagen del país respetuoso de los tratados internacionales y reflejaría, ante la colectividad mundial, las virtudes de la solidaridad y de la integración vecinal, que es un déficit que siempre le ha preocupado. Por descontada queda la eterna gratitud de Bolivia, lo que reconfiguraría favorablemente las relaciones entre los países sudamericanos.

De producirse el segundo caso, Bolivia debería eliminar, de su pretensión marítima, la condición de la soberanía y por varias razones. La primera es ella misma, ya que su identidad nacional reposa en el anhelo de alcanzar las aguas del Pacífico y no es justo condenar a una colectividad al duelo eterno de la pérdida de su costa. La segunda es que los fallos de la CIJ, la máxima instancia jurisdiccional del planeta, están hechos para acatarse, más aún si es la propia Bolivia la que ha recurrido a sus fueros. Con un fallo a su favor, Chile tendrá la razón jurídica de su lado y difícilmente perderá motu proprio lo que ganó en La Haya.

Sin embargo, de presentarse este escenario, Bolivia podría tentar la obtención de un puerto en las costas chilenas, pero sin soberanía, a manera de concesión, por ejemplo. De hecho, si esta mirada -que es la del siglo XXI- estuviese instalada en las partes, hace mucho tiempo este problema, que agobia a todos los sudamericanos, estaría resuelto.

La presencia de Perú

Es verdad que el Protocolo Complementario al Tratado de Lima de 1929 establece que Perú debe ser previamente consultado y autorizar cualquier cesión chilena del territorio de Arica a un tercer Estado, tanto como Chile debe hacer lo propio ante cualquier cesión peruana de territorio de Tacna. Esta indicación suele interpretarse como que Perú tiene necesariamente que oponerse a la eventual cesión chilena de un trozo de su costa ariqueña a Bolivia y eso no dice el Protocolo.

Y es aquí donde alcanza a Perú la mirada nacionalista del siglo XIX. Lo que pasa es que nuestro concepto de soberanía, reitero, es de hace dos siglos y nuestra idea de frontera es la de un muro, como el de Berlín. La renuncia que se espera de Bolivia, imprescindible para alcanzar cualquier acuerdo, es a la vieja pretensión del corredor soberano.  

Basta de muros, lo que necesitamos son trenes, carreteras, puentes aéreos, puestos aduaneros libres de aranceles, si es posible trinacionales, y una policía de aduanas, también trinacional, para combatir el contrabando que es muy fuerte en esa región. Sucede, que ya sea por
Antofagasta, como por Arica, siempre hemos imaginado la salida boliviana al océano Pacífico como un muro que, o separará indefectiblemente al Perú y Chile, o partirá en dos a este último país. 

Dije, comenzando estas líneas, que este problema es complejo. A un puerto, solo a un puerto se reduce un tema que nos ha enervado y preocupado demasiado tiempo a chilenos, bolivianos y sudamericanos en general. Lo que antes veíamos como una separación, hoy deberíamos ponderarlo como una alianza estratégica, tripartita, me estoy imaginando un TLC de Perú, Chile y Bolivia con el mundo, y a una Bolivia integrándose, más tarde, a la Alianza del Pacífico. Este debería ser nuestro horizonte.