Este sociólogo y arquitecto rescata una celebración popular en Santa Cruz de la Sierra y lo que su simbología muestra acerca de la idiosincracia del cruceño

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2 de diciembre de 2018, 4:00 AM
2 de diciembre de 2018, 4:00 AM

Alguna vez pregunté sobre las cruces que había visto en distintos rincones de la ciudad. Mi madre me contó de la Fiesta de la Cruz, señalando que antes se celebraba en los barrios cruceños. Esa anécdota hubiera quedado como uno más de los relatos a los que me tenía acostumbrado, pero un evento en 2012 en Río de Janeiro, despertó en mí el interés por las fiestas populares y su función como articuladora de la sociedad. Comencé a preguntar por qué en mi ciudad, con sus 457 años de antigüedad no se desarrolló una fiesta popular que transmita el sentido de su pasado a las nuevas generaciones.

En mi búsqueda de referencias a esta fiesta en tierras cruceñas, encontré en las crónicas del viaje científico por Sudamérica de Alcides D’Orbigny (1826-1834), una descripción de la fiesta y sus preparativos. Asimismo, descubrí en la obra El Velorio de la Cruz del pintor Armando Jordán (1950), los detalles de esta celebración. La pintura trasciende lo estético para transformarse en un testimonio de la sociedad y sus costumbres. Jordán elaboró un discurso antropológico donde se puede apreciar la interacción de diversas clases sociales, confirmando la participación masiva en esta celebración popular. Las diferencias de clase marcadas por una estricta jerarquía, evidenciable por la ubicación hacia el altar y el tipo de vestimenta de los asistentes, muestra que la fiesta es el punto de encuentro de la comunidad; un evento forjador de unidad y sentido de pertenencia.

También encontré una recopilación de ensayos sobre la cultura de la década de los 80 en Los Cruceños y la Cultura, que registra eventos, fiestas y ceremonias religiosas que marcan la cultura cruceña. Se referencia a la Fiesta de la Cruz celebrada cada año el 3 de mayo o en el domingo posterior a la fecha en los distintos barrios de la ciudad. Para la fiesta se adornaban las insignias de madera con frutas de la región, horneados típicos y golosinas. Pasada la medianoche del velorio de la Cruz se procedía al ‘descuelgue’. Consistía en que los asistentes al velorio, sin ninguna distinción, sacaban todos los adornos y comestibles para llevárselos. El descuelgue permitía la participación democrática y solidaria de todos. En el barrio se comparte entre todos, proveyendo a los más necesitados. La fiesta no es solo para el más pudiente, sino que los que menos tienen acceden a gustos a los que no acceden normalmente. En ese encuentro, el compartir y la solidaridad se reivindican como parte de la idiosincrasia de los nacidos en esta tierra.

La presencia de cruces en la ciudad evidencia que aún perdura esta fiesta popular en ciertos sectores urbanos. Con la ayuda de mis estudiantes, comencé a registrar la ubicación de cruces para explorar las actividades que se desarrollan en el lugar en la fecha del 3 de mayo y determinar si el lugar aún está relacionado a la fiesta religiosa o ha quedado sin uso. Encontramos más de 30 cruces y estudiamos en detalle 28. Contrariamente a lo esperado, las cruces no estaban dentro del Casco Viejo. La mayoría estaban distribuidas fuera del primer anillo, e incluso en barrios alejados. No fue fácil comprobar su antigüedad, se tuvo que confiar en los vecinos. La colocación de cruces en los barrios fue una tradición que se perdió con el siglo XX. Pero descubrimos que por lo menos 15 barrios aún conservan y festejan con diferentes características. Un hecho llamativo fue que alrededor del 25% de las cruces estudiadas no se encuentran en su ubicación original. Se determinaron tres periodos para los traslados de las mismas. Primero (1970), los traslados obedecieron al afán de mejorar su localización. Segundo (años 80 y 90), los traslados se deben a la construcción de infraestructura y equipamiento urbano. A partir de 2000 comienza el tercero en el que el traslado de las cruces se realiza a las plazas cercanas a sus ubicaciones originales por diversos motivos: cambio de fe, no querer asumir responsabilidad o estorbo.

Esas razones obedecen a que ya las cruces no se sienten como patrimonio de la comunidad o han perdido el significado o la relevancia que tenían para el barrio.

La presencia de estas llamadas ‘cruces verdes’ en diferentes rincones de la ciudad son vestigios materiales de la cultura popular.

Fiesta traída por los españoles, el día de la cruz sobrevivió al tiempo y se adaptó. Las cruces se constituyeron en un elemento simbólico de la pertenencia a los nuevos barrios que iban anexándose a la ciudad de frontera que crecía en medio de la selva. Estas cruces reprodujeron la antigua lógica y acción fundacional del conquistador del espacio urbano, lo que se convirtió a través de los años en un ritual de transición -la acción de pasar de un espacio rural a un espacio urbanizado. La fiesta popular de la cruz reforzaba, y aún refuerza en los barrios donde se la practica- el sentido de pertenencia a la comunidad como agente igualitario y espacio de participación.

El futuro de estas cruces es el futuro de la identidad cruceña, que muchas veces se cree sin vestigios físicos de su pasado y acusa a su carácter tropical y sus materiales perecederos por no contar con rastros de su historia. Nuestra ciudad disculpa la ignorancia de su propio pasado con el hecho del rápido crecimiento urbano y la explosión demográfica, sin mirar los modestos patrimonios materiales e inmateriales que aún perduran. Pero así es el pasado de Santa Cruz de la Sierra: humilde y sencillo, mestizo y de conquista constante frente a la naturaleza indómita. Desde ahí parte la construcción de lo ‘cruceño’ y está en las manos de cada uno de los que aquí vivimos, proyectarlo hacia el futuro.

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