Una mirada crítica al ‘outsider’ que rompió esquemas, arrolló en El Salvador y que se ha convertido en el presidente más joven de su país

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9 de junio de 2019, 4:00 AM
9 de junio de 2019, 4:00 AM

“Si tienes un hijo de 50 años pidiéndote más dinero, algo está mal. Pero ¿y si tu hijo fue un drogadicto durante 49 años y finalmente salió de las drogas?”. Así empieza el cuento que Nayib Bukele, el nuevo presidente de El Salvador, contó a un grupo de congresistas de EEUU en una reunión privada en mayo. Bukele negociaba la continuidad de la ayuda económica de EEUU hacia El Salvador, una línea económica vital que Donald Trump ha amenazado con cortar.

Bukele asume como presidente de El Salvador y su avasallante triunfo promete una gestión que no dejará piedra sin remover. Pero por todas las promesas de cambio y revolución que lo llevaron hasta la silla presidencial, hay un aspecto que parece que no cambiará: la política timorata y complaciente de El Salvador hacia EEUU.

A Bukele se le acumulan los títulos, cual personaje de Juego de tronos: el presidente más joven de la historia de su país, el pionero en ganar una elección sin ninguno de los dos partidos que la Guerra Fría heredó a su país, el millennial, el “rey de los símbolos”. Empieza en el tope de su popularidad (80%, según encuestas). Pero antes de empezar también ha jurado su lealtad a la bandera de EEUU y a los valores que representa.

El cuento del hijo drogadicto termina así: “Si tu hijo viene, y te dice: ‘Papá, mi doctor dice que ahora estoy bien, quiero trabajar, soy independiente y encontré un trabajo’. Y tú le dices: ‘No te voy a ayudar más. Te he ayudado por 49 años’. Pero este año es muy importante porque acaba de salir de las drogas”.

El Salvador, en palabras de su nuevo presidente, es un adulto drogadicto que apenas se está recuperando. El Salvador, según su nuevo timonel, requiere de la ayuda de papá EEUU. Aunque en otras ocasiones se ha referido a EEUU como socio y aliado en público, es esta metáfora, proferida en una reunión más íntima, la que perfila cómo entiende las relaciones exteriores.

Y por las novedades que augura su gobierno, la parábola del hijo drogadicto ya es una más en una larga lista de frases y hechos de mandatarios salvadoreños en su vasallaje a EEUU. Bukele es parte de estos nuevos liderazgos mundiales que traspasan las ideologías tradicionales. Empezó en política como alcalde de la exguerrilla salvadoreña. Fue expulsado de ese partido y fracasó al querer inscribir uno propio, hasta que terminó cobijado en uno de derecha con el que ganó la elección.

El magnetismo de Bukele le lleva a orientarse en ejes como anticorrupción o modernidad, en lugar de las tradicionales derecha o izquierda. Eso jugó a su favor durante la campaña. La candidatura de Bukele floreció tras los fracasos gubernamentales de gobiernos de derecha o de izquierda. Esas décadas se saldaron con tres presidentes perseguidos por corrupción, un país en el que solo el 40% de los que empiezan la educación se gradúa de secundaria; con una gran cantidad de madres adolescentes y con una crisis económica y de seguridad que ocasiona una perenne migración hacia EEUU.

Acabada la campaña, sus acciones construirán o desmitificarán su halo de progresista. Y las señales, hasta ahora, indican que Bukele terminará su viraje hacia la derecha. “Soy de izquierda porque considero que el Estado debe velar por todos, y con más énfasis aún en los desprotegidos”, escribió Bukele en una publicación en Facebook, en 2012. Pero desde su salida del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional ha ido en otra dirección. Durante la campaña, llegó a decir que se oponía al aborto y al matrimonio igualitario.

Nadie sugiere que un presidente progresista tenga, de entrada, una relación tensa con EEUU. En mayor medida cuando se considera que El Salvador es un país de seis millones de habitantes, con más de un millón de residentes en EEUU, y cuya economía depende en casi el 20% de las remesas.

Pero los reclamos de activistas en favor de los migrantes no van por ahí. “Esperamos que el presidente Bukele ponga atención a las historias y denuncias que se están haciendo de violación de derechos humanos”, dice Yanira Arias, directora de campañas para Alianza Américas, una organización que defiende a migrantes.

El gobierno de Trump ha cancelado programas de protección a migrantes, lo que pone en riesgo de deportación a 250.000 salvadoreños; ha implementado como política la separación de familias en la frontera e incluso se ha referido a El Salvador como un “hoyo de mierda”. Desde la campaña electoral, Trump ha caracterizado a los migrantes salvadoreños como pandilleros de la Mara Salvatrucha o como delincuentes y terroristas.

“El respeto a los derechos humanos de nuestras comunidades migrantes es urgente”, dice Arias. Bukele no lo ve así. En palabras suyas y en las de su canciller designada,su estrategia es acercarse a Trump para “cambiar su percepción” sobre los salvadoreños. El presidente ha omitido hacer comentarios críticos a esa política antiinmigrante de Trump.

Bukele ha dicho estar “alineado” con EEUU y en su primer discurso público tras ganar la elección afirmó desde el podio de la conservadora Heritage Foundationque le gustan “la libertad de empresa, el gobierno limitado, la libertad de expresión y la democracia”. Nunca como en estas intervenciones Bukele se ha ganado tantos aplausos de la derecha.

Desde El Salvador, la derecha criticó a los salientes gobiernos su apoyo a los regímenes de Venezuela y Nicaragua, y algunos insinuaron que la hostilidad estadounidense contra los migrantes se debían a esa postura en el foro internacional. Habrá que ver si a Bukele la estrategia le funciona. Y si, en la persecución de sus objetivos de gobierno, sus políticas pueden seguir siendo consideradas como progresistas. Para eso es demasiado pronto.