Los retrocesos en la democracia, la expansión del populismo y de los discursos de odio son repasado por el filósofo más crítico de nuestra sociedad

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14 de julio de 2019, 4:00 AM
14 de julio de 2019, 4:00 AM

Hugo Celso Felipe Mansilla Ferret, más conocido como H.C.F. Mansilla es, qué duda cabe, el filósofo más completo y más crítico de la modernidad y los procesos políticos. Heredero de la mítica Escuela de Frankfurt, Mansilla no deja de ejercer la reflexión, como atributo fundamental del trabajo intelectual en momentos difíciles, en particular para la sociedad y la democracia en Bolivia. Ilusionado tras el regreso de su hijo Alfonso Mansilla de China donde vivió durante ocho años, así habló con Séptimo Día (*).

— Los bolivianos van a votar el próximo mes de octubre. ¿Cómo ve al electorado boliviano? ¿Desencantado, pragmático, demandante de qué carencias?

Por suerte para los ciudadanos la preocupación por esta temática es escasa porque los resultados son ya ahora de una claridad casi absoluta. Una dictadura que se viste torpemente como democracia, cuyas reglas de juego no son las mismas para todos, cuando no se respeta la ley, cuando la más básica de las premisas de la democracia y de la Constitución es ignorada, motiva que el interés de la gente por las elecciones pase a segundo plano. Se trata, parcialmente, de un electorado desencantado con la política y con la democracia.

—Dilemas y valoración de la democracia en América Latina. ¿Qué factores culturales nos alejan más de la democracia como sistema de gobierno?

Creo que los procesos incompletos de modernización y democratización fomentan la sedimentación de valores autoritarios de orientación política que provienen de las propias tradiciones histórico-culturales de numerosas sociedades de América Latina. Hay que añadir, por fortuna, que los factores de la cultura política del autoritarismo son históricos, es decir, pasajeros. No conforman esencias inamovibles, perennes e inmutables, aunque pueden durar varios siglos. Estos factores pueden mantenerse activos durante periodos muy largos, y entonces determinan el fenómeno gelatinoso de la mentalidad colectiva. Un ejemplo: hasta nuestros días en Bolivia predomina una cultura política del autoritarismo, dentro de la cual la posición del individuo frente a la autoridad estatal puede ser calificada de ambigua: las personas no disponen de un ambiente de invulnerabilidad, protegido por la normativa jurídica, que es indispensable para el despliegue de la dignidad humana, como se la entiende en el ámbito moderno. No hay duda, según todos los indicadores y las muchas encuestas de opinión pública, que la cultura política boliviana es antidemocrática, antiliberal, antipluralista y, en una palabra, antimoderna. Esta es la base del autoritarismo. Es probable, por otra parte, que la creciente economía informal en Bolivia constituya una amenaza para una democracia consolidada y una modernización adecuada, pues no fomenta una buena educación de acuerdo a parámetros racionales y no promueve valores como el respeto a los derechos de terceros y la protección al medio ambiente.

—¿Cómo ve la expansión de los populismos de derecha y de izquierda?

Numerosos regímenes democráticos de tendencia neoliberal en el Tercer Mundo, establecidos a partir de 1980 y que poseen una economía de libre mercado, un empresariado privado más o menos exitoso y un funcionamiento aparentemente aceptable de sus instituciones democráticas, son sistemas que al mismo tiempo exhiben tasas alarmantes de corrupción, preservan mentalidades autoritarias, denotan dilatados fenómenos de nihilismo social, manifiestan un desempeño económico mediocre y ostentan un índice exorbitante de destrucción ecológica. En estos casos se puede observar la fatal combinación de ineficiencia técnica y carencias éticas. La ineptitud y la corrupción administrativas, practicadas abundantemente por las élites neoliberales en América Latina, son dos motivos importantes para el rechazo de las mismas por los votantes y para el descalabro del sistema de partidos. Todo esto ha contribuido a la expansión de populismos de variado signo. En buena parte de América Latina la democracia moderna y la desilusión con sus resultados prácticos son factores vinculados estrechamente en la consciencia colectiva.

—Hoy se habla mucho de la necesidad de la equidad de género, también en la política, una asignatura aún pendiente en América Latina. ¿En qué medida una mayor participación de la mujer garantiza una mejor democracia?

Me indica Alfonso: Nilse Bejarano publicó “Movilizaciones y votos. La participación política de la mujer en Bolivia”, uno de los mejores estudios sobre el proceso y progreso de la identidad femenina y su influencia en la construcción democrática. Yo solo puedo agregar que la igualdad es una necesidad imperativa para crear una sociedad más justa. La participación de la mujer no solo establece unos parámetros para garantizar una identidad más democrática, sino que sirve para fomentar el respeto y la igualdad, ideas esenciales que todavía no logran establecerse como fundamento básico de nuestra realidad. No sirven solo leyes, cuotas y declaraciones en papel. Sirve esa idea de la pregunta anterior, la educación como premisa esencial para el desarrollo de nuestra sociedad. La otra cara de la moneda: La mayor participación de la mujer en asuntos públicos no va a cambiar sustancialmente el panorama, porque ellas han sido educadas mayoritariamente bajo el predominio de los valores culturales tradicionales. En este terreno pueden haber, sin embargo, sorpresas notables que no logro vislumbrar ahora.

—¿Cómo explica el avance de la intolerancia y el odio hacia migrantes y musulmanes?

Para comprender el discurso del odio y su popularidad hay que estudiar las causas profundas de la desilusión con la modernidad en muchos países. Existe el poderoso anhelo por la dignidad y el reconocimiento, que prevalece, por ejemplo, en el seno de las comunidades indígenas andinas, y las dificultades de su satisfacción en un medio que se moderniza aceleradamente, es decir que evoluciona imitando los parámetros de los Otros, es decir de la civilización occidental.

Este anhelo se entremezcla en Bolivia con la contraposición entre patria y antipatria, nación y antinación, que fue formulado tempranamente por Carlos Montenegro y que constituye el núcleo emotivo de ideologías nacionalistas e izquierdistas.

Los indígenas constituyen un dilatado sector de la población, y han sido las víctimas de la discriminación y la violencia de los mestizos y blancos, pero asimismo han sido humillados o se sienten así en los últimos siglos por ser los perdedores de una evolución histórica, la que, como es sabido, se basa ahora en la ciencia y la tecnología occidentales.

La situación en el ámbito islámico es similar. Algunas corrientes indianistas, como también las islamistas radicales, recurren a una visión simplificada del desarrollo histórico: los indígenas (o los habitantes originales del ámbito musulmán) harían bien al alimentar un odio profundo a los representantes del colonialismo interno, al Estado manejado por los blancos y mestizos, a los extranjeros, pues ese odio sería sagrado, vivificante, una manifestación de la propia fortaleza, de auto-afirmación ante uno mismo. La voluntad de sacrificio histórico que nace de ese odio constituiría una especie de sana auto-afirmación colectiva, que se convertiría en amor al pueblo, a los pobres y marginados.

Esta concepción propugna al fin y al cabo la restauración del orden social anterior a la llegada de los españoles (o de la civilización europea), orden considerado como óptimo y ejemplar, pues correspondería a una primigenia Edad de Oro de la abundancia material y de la fraternidad permanente, como en numerosas utopías clásicas. Este retorno significaría en la realidad reescribir la historia universal y negar sus resultados tangibles, además de traer consigo la posibilidad de dilatados hechos de sangre.

 

—¿En qué medida la cultura de la postverdad y las “fake news” afectan a la democracia?

Como dice mi hijo Alfonso Mansilla, especialista en el tema por haber tenido que vivir largos años en China, las sociedades con un sistema educativo precario son mucho más proclives a creer las noticias y las opiniones que emergen de forma repetitiva. Si ocurre un evento, la gente tiende a buscar razones rápidas y fáciles para explicar la naturaleza del mismo.

En las sociedades modernas muchos eventos son de una complejidad abrumadora. Pero la gente quiere y necesita una respuesta rápida y absoluta. Es la cultura de la rapidez, no de la reflexión; es la cultura del espectáculo y del escándalo para llenar vacíos existenciales. Afirma Alfonso que todos tenemos principios morales muy elevados, pero, sin embargo, creemos que los demás solo actúan para lucrar rápidamente. Y en el fondo nos engañamos porque ni ellos tienen principios éticos tan bajos ni nosotros tan altos.

Esta ideología postmoderna de la simpleza, la rapidez y lo efímero necesita ser constantemente alimentada. Todos creemos tener el mismo valor, la misma fuerza moral y criticamos de una manera irascible los puntos de vista que resultan diferentes a los nuestros, alimentando así la falsa idea de las verdades absolutas. Naciendo de esas connotaciones, todo tipo de verdades muy relativas – entre ellas las fake news – crea un mundo de hostilidad que no da cuartel a la reflexión. La complejidad no es un asunto de las masas.

—¿Le preocupa que el declive de la lectura en papel en favor de la cultura digital?

Leer, y leer bien, largo y tendido nunca ha sido una un hobby de masas. Leer y reflexionar, pensar y argumentar requiere anotar, citar, comprender y reflexionar. Volver una y otra vez a la idea argumentativa. Esto se hace, y se seguirá haciendo en papel porque es más fácil y práctico, incluso cómodo. En América Latina y en Bolivia se nota que hay una mayor cantidad de publicaciones, una mayor demanda de textos escritos. Hemos comprendido que es un tesoro que hay que cargar, que no es solo un archivo digital. El libro no morirá.

— ¿Mantiene la esperanza de que la educación pueda ser la única vía para construir un cambio verdadero en la sociedad?

Los cambios profundos, los que impactan de verdad en el desarrollo de la sociedad, requieren mucho tiempo. En estos tiempos modernos, la premura y el desarrollo se han convertido en una misma cosa. En la antigua Grecia, en la Ilustración, en la Holanda del siglo XVII, fueron las ideas las que transformaban la sociedad. Pero agrega Alfonso Mansilla: tampoco hay que ser ingenuos. Se necesita una base material para que se puedan sustentar esas ideas. Las ideas, como los recuerdos se los puede llevar el viento. Lo importante no es la cantidad del cemento que se gasta, sino más bien cómo sirve el cemento para anclar esas ideas que cambian la sociedad. La formación de profesores y la mejora de los sistemas educativos, son esenciales para la construcción de esa sociedad que va a hacer los cambios profundos que todos demandamos. Tengo a bien pensar que algún día dejaremos de pensar que el desarrollo es igual a la cantidad de cemento.

(*) Respuestas en colaboración con Alfonso Mansilla.