Una nación, dos sistemas. Socialismo y capitalismo conviven en el país más poblado del mundo. Pekín, Cheng Du y Shanghái muestran los progresos y los ajustes fundamentales para ser la primera potencia antes de 2050

El Deber logo
3 de junio de 2018, 4:00 AM
3 de junio de 2018, 4:00 AM

Ni Karl Marx ni Adam Smith, los padres del comunismo y del liberalismo, hubieran imaginado jamás que dos sistemas económicos antagónicos, el socialismo y el capitalismo, pudieran convivir y crecer al mismo tiempo en una misma nación. China ha logrado este hito histórico con éxitos y contrastes impresionantes para más de 1.300 millones de chinos, bajo un proceso de apertura que tiene un alto impacto en todos los rincones del planeta.

China es un universo donde conviven varios mundos: uno moderno e hipertecnocrático con otro tradicional y costumbrista. Un país abierto al mundo y, al mismo tiempo, sin libertades plenas y partido único que todavía está cerrado a las redes sociales y al internet global. Una China materialista y consumista, y otra espiritualista y sensible con el medioambiente y la integración social. Entre banderas rojas y retratos de Mao, en Pekín, Shanghái y Cheng Du se respiran los aires de un dragón que está dispuesto a transformar todo el orbe.

Esa China de dimensiones colosales se levanta hoy con la aspiración de convertirse en la primera potencia mundial y realizar el sueño de una “gran renovación nacional” antes de 2050. 

Primero deberá resolver cinco grandes desafíos: pobreza, corrupción, contaminación, deuda interna y desequilibrio comercial, tal como reconocen los propios funcionarios del Gobierno chino y que se enfrentarán, aseguran, a través del denominado Socialismo con Particularidades Chinas (SPC), el modelo propuesto por el presidente con mandato vitalicio Xi Jinping en el 19º Congreso del PCCH realizado en octubre de 2017, antes del centenario del Partido Comunista Chino (PCCH), el 1 de julio de 2021. 

A su vez, Xi Jinping, el mandatario más reformista después de Deng Xioping (1904-1997) y quien se ha entronado como el sucesor de Mao Tse Tung (1893-1976), ha decidido colocar a China en el primer lugar del nuevo orden mundial antes del 1 de octubre de 2049, cuando se cumplan 100 años de la fundación de la China comunista.

“Hasta 2021 buscamos construir una sociedad moderadamente próspera, y hasta 2049 crear un país socialista moderno que sea próspero, fuerte, democrático, que sea armonioso y bello”, dijo Xi Jinping.

En este complejo proceso, la comunidad internacional le reclama a China una apertura política que garantice libertades plenas, respeto de los derechos humanos y más espacios de participación de organizaciones no gubernamentales de la sociedad civil. Aquellos son los desafíos y los plazos de un país de perfiles continentales que no deja de sorprender al mundo.

Una misión especial del diario EL DEBER, encabezada por su director general, Pedro Rivero Jordán; la directora de Relaciones Institucionales, Ingrid Rivero; y el editor de Mundo, Carlos Morales Peña, visitó las ciudades de Pekín, Cheng Du y Shanghái a invitación del Gobierno chino a través del Consulado General de ese país en Santa Cruz de la Sierra.

EL DEBER habló in extenso con el subdirector de América Latina y el Caribe del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Zhang Run; con la directora del Instituto de Relaciones Internacionales del Pueblo Chino, Ou Boqian; y con el director del Departamento de Asuntos Exteriores de la provincia de Sichuan, Xiao Yonggang. 

Los tres funcionarios remarcaron los grandes logros sociales, políticos y económicos del modelo chino en las últimas décadas. Sin embargo, coincidieron en alertar que “no hay socialismo con corrupción, pobreza ni contaminación”. Para ello, explicaron que el Gobierno de Xi Jinping ha puesto en marcha medidas estrictas contra estos tres flagelos a fin de hacer realidad el Socialismo con Particularidades Chinas, un modelo único que combina políticas sociales con apertura hacia el capitalismo. 

Una China que deslumbra

Con sus propios ojos los emisarios de EL DEBER pudieron apreciar los gigantes avances que ha logrado la sociedad china bajo el mandato firme del PCCH, que le han permitido alcanzar índices de crecimiento espectaculares a un promedio del 8% desde 1997, cuando se aceleran las medidas de apertura económica y consolidación de este modelo mixto entre socialismo y capitalismo. 

Se pierde la vista antes de observar los miles de edificios que albergan a cientos de miles de personas como parte de las políticas sociales para garantizar vivienda, educación, salud e ingresos mínimos para trabajadores y sectores de clase media.

Entre 300 y 400 millones de personas conforman aquellos sectores de clase media, mientras que otros 800 millones son trabajadoras industriales y campesinos. Unos 50 millones, entre tecnócratas, burócratas estatales y empresarios, son parte de la clase alta. 

A su vez, 50 millones de personas han quedado rezagadas por debajo de la línea de la pobreza.  

En ese contexto, Xi Jinping ha ordenado la erradicación de la pobreza hasta 2020, al mismo ritmo de la transformación social que permitió la salida de la pobreza a 200 millones de personas en los últimos 10 años.

Esta verdadera revolución social y demográfica se ve en las grandes ciudades chinas, donde los niveles de consumo y confort son comparables con las principales capitales europeas. 

Urbes impecablemente organizadas, con seguridad policial a cada paso, limpieza extrema de calles y avenidas y centros financieros e industriales que solo se ven en los países más desarrollados y modernos del planeta.

Además, China impulsa la Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda que, desde 2013, apunta a unir a Asia, Europa y África sobre la base de la antigua Ruta de la Seda hace más de dos milenios. 

El proyecto parte de la reconstrucción de la antigua ruta de la seda y la creación de una ruta marítima paralela, de aquí el nombre de "Cinturón y Ruta". El proyecto incluye 60 países, el 75% de las reservas energéticas conocidas al mundo, el 70% de la población mundial y generaría el 55% del PIB mundial. 

Esta nueva Revolución China se produce en momentos de creciente inestabilidad en el sistema internacional (Siria, Irak, Corea del Norte), con tendencias hacia la consolidación de fortalezas territoriales (México-EEUU), fracaso del multilateralismo, expansión del yihadismo, proliferación de la pobreza extrema (África subsahariana), Estados seudodemocráticos (Rusia, Venezuela) y declive del poder hegemónico de Estados Unidos como única potencia geopolítica global.

En ese contexto, América Latina aparece como una de las prioridades del Gobierno chino, tanto con inversiones como en relaciones diplomáticas. Hoy, China se ha transformado en el segundo socio comercial más importante de la región después de Estados Unidos. 
El gigante chino está dispuesto a dar pelea en todos los terrenos a fin de transformarse en el potencia número uno antes de 2050.

Claves de futuro

Cinco ajustes

1.- Pobreza. Hasta 2020 se erradicará la pobreza. Hoy, 50 millones de chinos viven por debajo de la línea de la pobreza.

2.- Corrupción. “No hay socialismo con corrupción”, advirtió Xi Jinping. Para ello se han puesto en marcha medidas estrictas para combatir las malversaciones.

3.- Contaminación. Pekín estableció una política muy firme para frenar los altos índices de contaminación.

4.- Comercio. China tiene una balanza comercial superavitaria que se corregirá con un incremento en las compras.

5.- Deuda interna. La deuda interna alcanza al 36,7% del PIB. La mayor parte está en las empresas estatales que tienen una deuda de 8,6 trillones de dólares en 2017.

Una China global obliga a sus estudiantes a dominar el idioma inglés
La visita oficial organizada por el Gobierno chino para los personeros de EL DEBER se ajustó a una impecable y rigurosa agenda. La misma incluyó la colaboración de Marcia y Betina, dos traductoras que demostraron su enorme dominio del idioma español.
Ambas contaron que los ciudadanos chinos tienen tres materias obligatorias desde el ciclo primario: Chino mandarín, matemática e inglés.
Las nuevas generaciones chinas ya no escuchan de los lamentos ideológicos contra el “imperialismo” y, en su lugar, están muy atentos a los últimos avances tecnológicos para su vinculación con la desafiante globalización.
Las calles en Pekín, Cheng Du y Shanghái están inundadas de celulares de última generación, sistemas de conexión instantánea y robots para la pujante industria china.

Tags