El autor describe cómo la demanda de Bolivia ante el Tribunal de Justicia Internacional permitió que el mundo conozca el centenario reclamo y cuestiona las voces que hablan de ‘fracaso’ o de un ‘inviable’ acceso al océano Pacífico.

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14 de octubre de 2018, 4:00 AM
14 de octubre de 2018, 4:00 AM

Bolivia, sin mar, tiene el crecimiento económico más alto de la región desde 2014. Sin mar, consensuó una Constitución Política acorde a su pluralidad e historia. Sin mar, con0 el oleaje de sus movimientos sociales, recuperó la propiedad de sus recursos naturales. Sin mar, creó un modelo económico propio y sostenible (para perplejidad de las academias). Sin mar, bajó la extrema pobreza de 45% a 16% en 13 años. Sin mar, incorporó en la clase media al 58% de la población. Sin mar, es autónoma en sus políticas distributivas. Sin mar, articuló su vastedad geográfica en una red vial integral. Sin mar, encara proyectos de inversión a gran escala sobre recursos naturales que antes se enajenaban. Sin mar, produce energía con perspectiva de incidencia en el consumo de sus vecinos. Sin mar, estableció diversidad de relaciones internacionales basadas en el reconocimiento a su soberanía y el intercambio justo. Sin mar, lidera el mega proyecto del tren bioceánico (paradójicamente) con impacto global. Sin mar, conserva y proyecta identidades culturales en resistencia a la globalización, como ningún otro país de América. Sin mar, acogió y acoge migraciones de allende los mares. Sin mar, su proyección de desarrollo en las próximas décadas la pone entre las potencias sudamericanas. Sin mar, no renuncia al mar.

Independientemente del fallo del pasado 1 de octubre en la CIJ de La Haya, Bolivia cambió el escenario de su mediterraneidad e hizo avances fundamentales hacia un futuro con mar. A partir de la decisión de llevar el centenario reclamo a una corte internacional, rompiendo la esterilidad de diálogos sin intención honesta, logramos cosas importantes. Por ejemplo, que la sociedad chilena tome conciencia de que su territorio fue consolidado por asalto y felonía; que “el salario de Chile” (como Allende llamó al cobre de Chuquicamata), es un salario robado; que la tierra y el mar y los servicios en Chile, no son de los chilenos; que sus gobiernos trataron con Bolivia, en diversas oportunidades, la compensación territorial con soberanía; que Bolivia nació a la vida independiente con 400 kilómetros de costa. Es decir, avanzamos en desmontar el andamiaje de encubrimiento y mentira propio de la educación y la historiografía chilenas, y avanzamos a que el mundo conozca tanto la verdad de los hechos históricos del enclaustramiento boliviano como la justicia de su reclamo en los tiempos actuales.

Ante tan contundentes evidencias, algunos podrán mirar a otro lado; pero nuestro proceso hacia La Haya logró posicionar el asunto en una dimensión inédita, tanto para sus protagonistas como para los organismos del derecho internacional y no pocos países también despojados. Movimos y removimos conciencias. Nunca más nuestra reivindicación marítima podrá ser reducida a “tema resuelto” en un tratado apócrifo, ni a majadería anacrónica, ni a ilusión sin horizonte. Se abrió un tiempo de nuevas relaciones a partir de premisas nuevas. E iba a ser así también en la eventualidad de un fallo favorable a Bolivia. De manera que, si Chile “ganó”, es una victoria pírrica; y si Bolivia “perdió”, es una derrota capitalizable (ese el desafío boliviano). Porque está claro que sin mar seguiremos progresando (mientras haya gobierno digno); y como Bolivia está hecha de perseverancia y paciencia, construiremos paso a paso el tiempo de la enmienda, el pacha kuti, hasta que llegue; y llegará, lo sabemos por las supremas leyes ancestrales que rigen la vida.

Ponderaremos con todas nuestras fuerzas lo mucho que somos y podemos como pueblo, sobre todo ahora que ciertas voces locales, históricamente detractoras de Bolivia, proclaman a sus anchas el viejo discurso de la “inviabilidad” de la nación, aprovechadas del efecto emocional posterior al fallo, sin siquiera respetar ocho días de duelo en su angurria de oportunidad política. Son rapiña en sobrevuelo, herederos mentales de los que enajenaron el Litoral. Para ellos, y para los (todavía) propietarios de Chile, van las palabras intemporales de Franz Tamayo: “Chile no ha enterrado el derecho boliviano, ni lo enterrará jamás. Llegará el día de la verdad resurrecta cuando ya no será posible sostener ante el mundo crédulo, que fue víctima la agresora del victimario, ni que el crimen fue jamás virtud”.

 

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