Según el INE, nuestro departamento es el segundo que registró más decesos, siendo La Paz el lugar con más fallecimientos (casi 19.000). Aquí los pros y los contras de la cremación, un método rodeado de tabús y desinformación

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28 de octubre de 2018, 4:00 AM
28 de octubre de 2018, 4:00 AM

Flores, tarjetas de condolencias, los seres queridos vestidos de negro o de blanco, alguna marcha fúnebre, la comida o la bebida que más le gustaba al finado, figuras de santos a su alrededor... muchas son las cosas que adornan a la muerte en nuestro medio. Muchas son también las prácticas, las creencias y los tabús que se tejen alrededor.

Si hay algo seguro en la vida es la muerte o todos nacimos para morir... es una certeza que la mayoría pretende ignorar y muy pocos son los que se animan a hacer planes con su muerte y cuando hablamos de planes nos referimos a prever la forma en que quieren que se lleve a cabo su último adiós. En Bolivia somos 11. 307.314 habitantes y este 2018 hasta, mitad de año, nacieron 248.830, mientras que 66.628 personas fallecieron. Esas son las proyecciones con respecto a la población del Instituto Nacional de Estadística (INE). Santa Cruz es el departamento más poblado, con 3.224.662 habitantes, y en lo que va del año han nacido 75.082 personas y han pasado a mejor vida 15.376.

Lo más curioso es que el departamento en donde han muerto más personas este año es La Paz, con 18.838 defunciones, seguido por la región cruceña y en tercer puesto está Cochabamba, con 12.093 fallecimientos.

Llama la atención que el departamento que registra mayor esperanza de vida es el de Tarija, en su población femenina con 77 años y la más baja la registra Oruro con 68 años para su población masculina, esto tomando en cuenta que en Bolivia la esperanza de vida ronda los 73 años.

Otro dato curioso es que Pando es el departamento en donde se registró menor cantidad de defunciones (587), pero es a la vez el lugar con menor población del país, con 144.099 habitantes.

Modo tradicional versus el moderno

Es oportuno decir que en nuestro medio las familias todavía persisten en el modo tradicional de enterrar a sus muertos y un porcentaje muy bajo considera, por ejemplo, la cremación. Por eso subimos a nuestras redes sociales la pregunta al lector de si ha considerado la cremación después de la muerte. En el lapso de cuatro horas, 446 personas votaron, 81% dijo que sí lo ha considerado, 13% dijo que no y el 6% manifestó que le era indiferente.

Aún así, en la práctica, optar por la cremación sigue siendo un asunto tabú, aunque va en ascenso. Este es un servicio relativamente nuevo en Santa Cruz, pese a que en el mundo es considerado la solución a la progresiva saturación de los cementerios. Aquí solo existen dos cámaras incineradoras, una en Las Misiones (km 10 al norte) y otra en Cineris (sobre el anillo de circunvalación de Cotoca). Alberto Ávila, del departamento de Funeraria de Las Misiones, confesó que las cremaciones representan apenas el 5% del servicio funerario y que al mes llegan a cremar o a incinerar 15 cuerpos, como máximo.

Tanto Las Misiones como Cineris existen hace unos cuatro años. Esta última tiene un horno británico automatizado que en los primeros meses de funcionamiento cremaba solo tres cuerpos y que ahora incinera entre 7 a 15 al mes.

Optar por la cremación requiere la inversión de entre $us 500 y $us 600, mientras que despedir a los deudos de la manera tradicional puede ir desde Bs 1.300 a $us 1.800, a lo que hay que agregar Bs 1.800 para los nichos (que son prestados por cinco años, después de ese tiempo hay que retirar el cuerpo y volver a vivir esa experiencia) o adquirir un espacio en un cementerio privado pagando desde $us 2.700 (con lugar para tres).

“Es increíble cómo ahora nos están preguntando más por la cremación, pese a que se cree que en la biblia no está permitido o se relaciona fuego con infierno”, dice Sergio David Orías, de Cineris.

Prejuicios de por medio, falta de información, el tema del costo y la necesidad de ocupar menos espacio entran en juego a la hora de sopesar cómo se quiere pasar del mundo de los vivos al descanso eterno.

Con tabús de por medio

Se entiende por cremación a la acción de incinerar (quemar) el cuerpo del recién fallecido, obteniendo como resultado sus cenizas. Estas se colocan dentro de una urna o ánfora, la cual sigue el proceso funerario según la religión que profesan los deudos o el propio fallecido. Incinerar el cuerpo de alguien es acelerar el proceso natural de volver a la tierra sin pasar por el largo proceso de descomposición.

En el afán de entender cómo se lleva a cabo la cremación, acudimos a Cineris, donde no se restringe el paso al familiar y este puede acompañar a su ser querido en todo el proceso.

“Todo el tiempo se le dice a la familia qué está pasando y hay cada cosa que preguntan. Se imaginan un horno de barro, que el difunto entra en pedazos o desnudo. A partir de esa desconfianza nosotros los involucramos en todo, les damos la opción de despedirse y de cerrar la puerta (del horno)”, explica Orías.

Con música ambiental de fondo, como Happy ending (final feliz, en inglés) o la marcha funeraria, una camilla metálica recibe el ataúd, que no ingresa al horno, por lo tanto, si la familia lo compró lo puede donar al Oncológico o al San Juan de Dios, y si no lo hizo puede prestarse uno porque este no es parte de la incineración. Antonio Balderrama opera el horno, presiona los botones y vigila que funcione a la temperatura adecuada (800 grados centígrados).

Antonio ha sido testigo de todo tipo de ceremonia, católica, budista, asiática... asegura que en sus años de trabajo (fue panteonero en el Cementerio General varios años) nunca ha tenido miedo ni visto ‘bultos’ raros. Explica que la cremación en sí dura dos horas. Una vez concluida, quedan dos kilos de cenizas tan blancas como la arena de la playa y algunos fragmentos óseos. “No queda ningún hueso con su forma original, lo que hace el horno es evaporar el agua del cuerpo, pues somos más del 70% agua”, explica Sergio David.

El receptáculo final es una urna que puede ser de madera (para darse una idea pueden entrar 20 urnas en un nicho) o biodegradable (de cartón), a la que se le pone un plantín de tajibo blanco para los más naturalistas que deseen que su cuerpo descanse a la sombra de un árbol y no bajo una lápida de concreto o de mármol.

El tiempo que demanda la incineración se lo puede pasar en compañía de dos perros golden retriever, Luigi y Molli, de un año y poco más, que son mascotas de consolación, muy sociables y juguetonas. Otros familiares prefieren aprovechar la cercanía con Cotoca para asistir a misa o sentarse en la plaza.

“Un espacio en el cementerio es una bien raíz, cuesta dinero, mantenimiento e impuestos. La cremación es una alternativa a enterrar e igualmente puede haber el velorio tradicional”, explicaron los de Cineris.

Este servicio también se da en exhumación (cuando se quiere incinerar restos humanos de más antigüedad para reducirlos aún más) y para cremar miembros amputados, la mayoría de ellos son casos de pie diabético, por ejemplo.

Pasos más o pasos menos, lo cierto es que el cuerpo embalsamado, suturado, maquillado, vestido, velado por 24 horas y dentro de un átaud de madera al interior de un sarcófago de concreto, bajo o sobre tierra le sigue ganando a la cremación. Y con imaginarios románticos, religiosos o prácticos de por medio, la muerte es un hecho real en el que culturalmente a todos los que estamos vivos nos cuesta pensar en ella y ser conscientes de ella.