No discriminemos. Las leyes tienen excepciones, seamos más humanos. Esto fue lo que vivió Ale y lo cuenta

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22 de noviembre de 2017, 4:00 AM
22 de noviembre de 2017, 4:00 AM

“Hoy a las 10:30 quise depositar el monto para renovar mi cédula de identidad en la sucursal del Banco Unión de la calle Florida, entre 24 de Septiembre y Libertad. Por salir apurada de casa a las 7.00, solo me puse una gorra y no tomé ninguna pañoleta para cubrirme la cabeza. 

Al ingresar al banco, el guardia me pide que me la saque. Le explico que me estoy quedando sin pelo y es muy  humillante, que por favor me ayude. Me dice que es el reglamento y que pruebe suerte con la señorita del escritorio 'Punto de Reclamo'. Cuando me acerco al escritorio, el jefe de seguridad del banco me dice que me saque la gorra, le digo que de eso voy a hablar con la señorita y él me sigue, repitiéndome lo mismo.

Amablemente me acerqué a la señorita, quien estaba atendiendo a otra mujer en ese momento y espero en silencio. Ella levanta la mirada y con cara aburrida me dice: ¿qué desea? Cuando abro la boca para explicarle, me espeta: “sáquese la gorra para dirigirse a mí”. Me acerco más al escritorio, para evitar hacer una escena y le explico que estoy calva de la mitad de la cabeza, que por favor... no logro terminar porque me interrumpe cortante y alzando la voz: “le dije que se saque la gorra”. La mujer sentada con ella en el escritorio bajó la mirada y trata de hacerse invisible, mientras otra mujer sale de las ventanillas y se acerca a ver qué pasa y el jefe de seguridad sigue detrás mío.

Se me salen las lágrimas mientras vuelvo a explicarle en tono educado y bajo a la señorita, que no puedo, que solo quiero hacer un depósito rápido, que espero afuera hasta mi turno si quiere, pero no me escucha y vuelve a repetir: “lo siento mucho niña, no hay nada que pueda hacer. Ese es el reglamento de seguridad, ahora o se saca la gorra o se retira del banco. Y si insiste la hago retirar con seguridad”.

Se me agolpó toda la sangre en la cara mientras pensaba qué hacer, cómo reaccionar. Le pido en voz baja: "por favor, no me haga sacar la gorra", una y otra vez, mientras me siguen saliendo las lágrimas. Ella mira a seguridad y pide que me retiren. 

No puedo creerlo y una parte de mí quiere pelear, sentarse, gritar y decirles que si se atreven a tocarme van a ver cómo les va, mientras otra parte de mí, la humillada, mientras todo el banco mira, ya empieza a darse vuelta para irse. Una luz se enciende y le digo: “bueno, entonces quisiera poner una Odeco por favor”. A lo que ella sonríe mientras se levanta y me dice: “claro, pero para que la atienda usted tiene que sacarse la gorra”.

Yo entiendo, entiendo todo. Tengo cinco dedos de frente y entiendo las medidas de seguridad y demás. Lo que no entiendo es la crueldad, el malhumor que se contagia, las ganas de hacer sentir mal a la gente. El poco interés en ayudar y encontrar soluciones.

Salgo del banco humillada, se me caen las lágrimas y me dan ganas de desaparecer. Sé que no es para tanto, sé que puedo hacer el depósito otro día, pero uno nunca sabe qué clase de día o de vida lleva el prójimo y la amabilidad es gratis. Y es quizá estar perdiendo el pelo me hace frágil, pero con todo lo que uno tiene que chuparse en el hospital, en la quimio, en la casa, con los parientes, amigos, colegas, economía, estrés, edad; una espera que al menos un extraño sea amable. Y así fue. El guardia inicial salió del banco para decirme: “no llore señorita, me va hacer sentir mal. ¿Cuál era su transacción?”.

Le explico llorando y le digo que estoy sola, que no traje pañoleta, que estoy con quimio, se me ahogan en el llanto las ganas de contarle de cómo sentí que se caía mi mundo cuando el poco pelo que me quedaba se empezó a caer de nuevo, de a poco, en su ritmo de miedo, cómo me dan ataques de ansiedad al meterme a la ducha y adivinar cuánto más va a caerse antes de que logre llegar a la graduación de mi hermanito y bailar con él como me pidió, cómo se me cayó el mundo al averiguar el precio de las pelucas y como fui a encerrarme en casa y llorar sin querer ver a nadie. Cómo mis amigos me salvaron del pozo y me distrajeron, y cómo cada momento me recuerda que este quilombo una lo vive sola.
Porque no dan ganas de ir por ahí regando el llanto y entristeciendo la vida de los demás. . 

Una luz de esperanza

Mientras me atraganto con todo, el guardia me pide mis datos y le dice a un policía amigo suyo que haga el depósito por mí. Luego, el guardia sale con el comprobante, me sonríe y rechaza amablemente cuando trato de reconocerle su cortesía. Me dice que me cuide y me despide con una sonrisa tan amable, tan gente.? Ese hombre pudiera dar cátedra de civilidad y amabilidad a sus colegas.

Y así me fui llorando y sonriendo. Tan triste y feliz que ni le pregunté su nombre. Queriendo salir de ahí rápido y tratando de sonreír a quien sea, porque nunca, nunca, nunca sabemos qué batallas están librando los demás”.