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12 de junio de 2019, 4:00 AM
12 de junio de 2019, 4:00 AM

Lee Shapiro es un juez norteamericano retirado y una persona amable y cariñosa. En un momento de su carrera, se dio cuenta de que el amor es el poder más grande. Como resultado de ese descubrimiento se convirtió a la religión del abrazo y empezó a abrazar a todos.

En el parachoques de su auto se lee: No me fastidiés, ¡abrazame!

Lee inventó lo que él llama su Equipo de abrazar. La caja dice: ‘Un corazón por un abrazo’, y contiene corazoncitos rojos bordados con un adhesivo al dorso. Lee saca su equipo, se acerca a la gente y le ofrece un corazón, por un abrazo.

Gracias a esta práctica se ha hecho conocido, lo invitan a conferencias para que comparta su mensaje de amor incondicional. En una charla que dio en San Francisco, los medios de comunicación le plantearon el reto de dar abrazos por las calles, seguido de un equipo de TV.

Lee salió y vio a una joven encargada de un parquímetro que lo estaba pasando mal. Caminó hacia ella y le dijo: “Soy el juez de los abrazos, creo que a ti te vendía bien uno”. Ella aceptó y sonrió.

“Viene un bus”, expresó el comentarista de TV. Los choferes de autobús de San Francisco son la gente más dura, descortés y mezquina que hay en la ciudad. “A ver si consigue que lo abracen”. El bus llegó a la parada, y Lee dijo: “Hola, soy el juez de los abrazos. El suyo debe de ser uno de los trabajos más agotadores del mundo. Hoy ofrezco abrazos para aliviarles un poco la carga. ¿Le apetece uno?”. El hombre de un 1.84 m y más de 90 kilos, se levantó del asiento, bajó y le dijo: “¿Por qué no?”. Y así pasó el reto.

Un día, una amiga llamó a su puerta. “Lee, coge tus equipos de abrazar y vamos al hogar de incapacitados”. Llegaron, comenzaron a repartir globos, sombreros y abrazos entre los pacientes. Lee se sentía incómodo, nunca había abrazado a un enfermo terminal, ni con disfunciones físicas o mentales.

Se sumaron los médicos y las enfermeras. Lee llegó donde Jhon, este tenía un babero sobre el cual babeaba sin pausa. Lo miró, se desanimó y su amiga le dijo: “Es un ser humano”. Él inspiró, se inclinó, lo abrazó, y Jhon chillaba y reía. Los acompañantes lloraban, jamás vieron esa reacción en aquel hombre.

Así de sencillo es cambiar en algo la vida de la gente.

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