Personaje. Proviene de un matriarcado que marcó su vida. Tres veces se casó, dos veces se divorció y hoy es viuda. Fue madre casi a los 40  

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23 de mayo de 2018, 4:00 AM
23 de mayo de 2018, 4:00 AM

La actriz es la mamá de Matías Ameller, un jovencito de 17 años que llegó después de muchos años de matrimonio y vanos intentos por convertirse en madre. Es su cable a tierra y el centro de su universo, aunque ambos son conscientes de que tarde o temprano él alzará vuelo. 
Lorena Sugier Franco nació en Santa Cruz, creció en La Paz, radicó en Chile, tiene grandes recuerdos en Samaipata y es allá donde quiere colgar los tacos, pero muy ancianita. Eso sí. 

El próximo mes cumplirá 27 años de una prolífica carrera artística sin pausa. Debutó en Chaplin Show y fue fiel al humor por 17 años; salió de ese espacio de arte para manejar su carrera y seguir sus sueños, hace teatro, cortometrajes y cine con buena acogida y reconocimiento de sus colegas y espectadores.

Auténtica y franca, no le importan la moda, ni las arrugas ni las poses, se esmera por combinar a la perfección su oficio con la maternidad en porciones equitativas porque esas son sus pasiones.

Hablando de ser madre. ¿Cómo se llamaba su mamá y quién fue su abuela?
Soy hija de Fresia Leticia del Carmen Franco Quintanilla y Jean Pierre Sugier Dubois, mi padre falleció cuando mi madre estaba embarazada. Ella luchó sola junto a mi abuela para sacarnos adelante, tengo una hermana que se llama Ángela Farfán Franco. Y mi abuelita amada fue doña Ángela Petronila Quintanilla Sosa vda. de Franco, su esposo fue el vallegrandino Urbano Franco. 

¿Por qué le encanta decir los nombres completos?

Me siento orgullosa de mis raíces y de lo que he recibido. Adoro hablar de la matriarca de mi familia, de mi progenitora y de mi hermana, un clan íntegramente femenino.

Quiero transmitir ese amor a mi hijo, que se entere de dónde vengo y cómo he sido formada.  

¿Matías es hijo único?
Mi primer matrimonio se acabó porque mi exesposo quería hijos y no podía embarazarme; con el segundo, igualmente nada y empecé a criar un niño precioso que se llama Fernandito, era hijo de la señora que trabajaba en la casa y cuando estaba en el afán de ser mamá el chip de no puedes concebir se inhabilitó y quedé embarazada. Mi hijo se llama Matías, que quiere decir regalo de Dios. 

Es su compañero
Hoy es un muchacho bueno e inteligente; de la generación que no le gusta hacer tareas, pero no me complico por eso. Tiene un coeficiente intelectual superior a los de su edad y como no hay escuelas que acompañen sus habilidades,  lo apoyo en su desarrollo para que no las desperdicie.   

El tiene sus gustos, tiene la parte artística del cerebro más desarrollada, comprendo y  respeto su ritmo en la medida que él respete sus compromisos, porque el estudio no es para mí, es para él.

¿Cómo la llama?

Para él soy su ‘mima’. Vivimos solos, aunque su padre, del que me divorcié cuando ‘Mati’ era pequeño, siempre está presente, no es lo mismo que convivir; por ello es que mi tercer esposo fue un papá para él y aún estamos procesando su ausencia, porque nadie está preparado para la muerte.  

Hay personas que dicen que es parecido a su padre biológico y otros que tiene algo de ‘el Gordo’ (Ronald Méndez). Debe ser el amor que dejó en nuestro ‘Mati’ que hace que se asemeje físicamente.

¿Es una mamá protectora?

Por ser hijo único no quiero convertirme en una mamá gallina que no lo deje ni respirar. Y es difícil porque vengo de un modelo de matriarcado que ha dejado profundas huellas en mi vida.   

Todos los días le agradezco a Dios por haber puesto en mi camino a Yamil, porque él fue la herramienta para que tenga hoy a mi niño. Siempre le repito a mi hijo que él es Ameller 100%, pero la vida nos pone en el camino a otros amores que nos cobijan y nos dan un pedazo de vida también, de los que debemos aprender y sacar lo mejor para quedarnos con esos recuerdos. Como los que tengo de mi abuelita y de mi madre.

¿Está educando a un joven independiente?
Es autosuficiente, porque mi trabajo me absorbe. Quisiera tener todo el tiempo del mundo para estar con él, pero si me quedo en casa, cómo pagamos las cuentas, yo vivo de mi oficio, escribo una columna en un periódico y después es el teatro quien nos da de comer.   

Doy gracias a Dios que no me bajo del escenario desde hace dos años seguidos, y ya voy a cumplir 27 haciendo esto que tanto amo. 
Lucho por que mis tiempos con mi Mati sean deliciosos y exquisitos, que tengan un contenido que sea inolvidable para él. Eso es lo único que nos queda cuando nuestros padres parten, los recuerdos.
 
Insiste con las añoranzas  ¿Cuéntenos de su abuelita?
Ya vas a ver cuando seas mamá, recuerdo esas palabras como una sentencia y es tal cual, a veces me escucho y me siento como ella, es innegable. Al final de cuentas todo lo aprendí de mi madre y de mi abuela. Por eso es tan importante cada día de ser más compañera de los hijos sin olvidar los rangos. 

De mi abuelita aprendí que los malos ratos son como un veneno, si le das estancia en tu corazón a la ira, a lo que te ha provocado una reacción negativa, eso no va en contra del otro. Ella decía: "Dios dice que el nuevo día no te encuentre enojado, en la noche usted va y pide disculpas, no se eche cargas, no se enoje con la gente, déjelo que Dios se encarga de todo".

¿Siguió sus enseñanzas?
De La Paz, ella se vino a vivir a Samaipata por consejo de los médicos y compró una casita en la calle Bolívar Nº 98, la más bella herencia que me pudo dejar.  

Luego mi madre, la que llegó para acompañarla. Ella heredó la hostería de la abuela, luego al partir ella, yo le compré a mi hermana su parte y me quedé con esos viejos muros cargados de recuerdos.   

¿Qué fue lo más especial que vivió allá?
Cuando tenía cinco años vivíamos en Chile y me diagnosticaron leucemia, me dieron seis  meses de vida. Mi madre me trajo a Samaipata. Desde el momento que entramos a la casa mi abuelita me dijo: "Para mí usted no tiene leucemia y no se va a morir con cáncer, lo que usted tiene es hambre". 

Tengo grabadas sus palabras y han sido mi motor para reconocer el poder de la palabra. La fe de ella me salvó, doblaba rodillas y rezaba el rosario y me hacía las comidas más nutritivas para curarme y lo logró, tengo 55 años contra todo pronóstico.

¿Y su madre? 
Valiente y luchadora mujer que, a diferencia de mi abuelita, ella se fue muy joven. Por la memoria de las dos es que conservo la casa de Samaipata. 

Dios tiene sus planes y conoce mis anhelos. Mi mayor sueño es conseguir un crédito blando al turismo o un socio que apoye mi afición para refaccionar la casa vieja y acondicionarla con una sala de teatro y otra para ensayar. Así también deseamos con Mati convertirla en un restaurante que nos dé de comer a ambos, porque él quiere ser chef y la buena comida se vende en cualquier lado.