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20 de junio de 2018, 4:00 AM
20 de junio de 2018, 4:00 AM

Dicen los expertos en materia laboral que una persona, promedio, cambia de trabajo una decena de veces en el transcurso del ejercicio de su oficio u profesión. Y la mayoría de las veces, no siempre son favorables para las ambiciones laborables que uno tiene. Y ni qué hablar del crecimiento horizontal que nos atrapa en una larga curva para acceder a aquel cargo soñado junto al bendito cheque de fin de mes un poco más abultado, pero que, al final, se demora y dilata tanto que nos pilla con canas, la espalda doblada y un cansancio tan grande que, como diría el poeta peruano César Vallejo, pareciera que toda la resaca del mundo se habría empozado en nuestra alma. Ahí caemos en cuenta, haciendo las sumas y restas de rigor, de si efectivamente logramos lo que quisimos o simplemente todo fue un mal sueño y ahora es (o sería) mejor que todo terminase de una vez.

¿Pero qué pasa si no termina de una vez? Lynda Gratton y Andrew Scott, ambos profesores de la reconocidísima escuela de negocios de Londres, publicaron un libro cuyo título reza: La vida de 100 años. Un despertar de la conciencia sobre los problemas a los que nos enfrentaremos en el corto y mediano plazo, a causa de los avances médicos y tecnológicos que prolongarán la vida de nosotros hasta tiempos, quizás, no deseados. 

Saltarán los problemas de demencia senil, de una población de ancianos que se deben alimentar, cuidar, proteger, de brindar atención médica y, claro, la factura de los jóvenes trabajadores que están en la antesala cada vez será mayor, para mantener este ciclo de vida gigantesco. Gratton y Scott plantean que un niño nacido en el mundo occidental, por estas fechas, tendría más de un 50% de posibilidades de vivir por encima de los 105 años. Este antecedente, para los analistas, significaría nada menos que si tenemos ahora 20 años, tendremos un 50% de posibilidades de vivir por encima de los 100 años; y si tenemos 40 años, tendremos la misma posibilidad de llegar a los 95 años; y si tenemos 60 años, tendríamos chances de un 50% de soplar 90 velitas en un pastel de fiesta de onomástico.

¿Será posible compatibilizar nuestra longevidad con nuestra forma de vida? ¿Será posible, incluso, llegar a un centenar de años y aportar activamente a la economía familiar y al desarrollo del país? Para estos dos autores la respuesta es sí. Al igual que la globalización y la tecnología cambiaron nuestras vidas y nuestras costumbres de trabajo, el aumento de la longevidad lo hará de forma similar en los próximos años. De hecho, sostienen que -a diferencia de nuestra concepción de que la longevidad es una maldición o una carga económica y social- es una bendición. Incluso la llaman “un regalo”.  

Nuestra visión de nuestras vidas en tres etapas será una atemporalidad: aquella primera de la educación y formación, seguida de la carrera profesional y, finalmente, la jubilación o retiro. El desafío que los profesores británicos plantean entonces es que la mayoría de las personas simplemente no podrán disfrutar de una pensión generosa si viven más, por lo tanto, para ellos solo quedarían dos caminos: trabajar más o conformarse con una menor pensión. 

No sé usted, amigo lector, pero para mí ninguna de las dos opciones me resulta atractiva. Así que habrá que mirar el dilema de vivir más y trabajar más o llegar a un punto en la vida donde el descanso y la paz del trabajo cumplido es, efectivamente, un regalo. ¿O no? 

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