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7 de marzo de 2019, 4:00 AM
7 de marzo de 2019, 4:00 AM

Una de las utilidades del carnaval es que permite difundir, en son de broma, verdades que, divulgadas de otro modo, podrían ser consideradas ofensas e incluso delitos que derivarían en el encarcelamiento de sus propagadores.

 

Es cierto que las “verdades en broma” no son ninguna novedad y suelen publicarse en programas o suplementos humorísticos. Las ferias de Alasitas, por ejemplo, permiten la publicación de periodiquillos que, a título de humor, difunden noticias supuestamente falsas o con la ironía necesaria como para que no se consideren serias. Y la verdad es que su trasfondo es la verdad.

 

La diferencia entre el carnaval y esas publicaciones es que en aquellas fiestas se puede graficar el humor político mediante disfraces y, cuando la censura lo evita —mediante las prohibiciones de las convocatorias a las “entradas”  o “corsos”—, siempre quedan las coplas como recurso del pueblo para criticar a los poderosos, aunque sea “en chiste”.

 

Gracias a esas coplas sabemos que a nuestros gobernantes no les interesa para nada el monto de su sueldo porque sus verdaderos ingresos provienen de los sobornos, especialmente los que son pagados por la adjudicación de contratos del sector público. Así, a ninguno le duele bajar su sueldo a título de “ejemplo” y “austeridad”.

 

En las coplas se canta lo que los medios callan. En ellas se habla de las cuentas que nuestros políticos tienen en el exterior mientras que en los bancos nacionales solo depositan unos cuantos pesos para después mostrarse transparentes publicando sus saldos.

 

Para estos cantos carnavalescos no existen los desmentidos. Sin importar lo que digan los gobiernos, ellos siguen cantando sobre las amantes de los presidentes, sus hijos extramatrimoniales, el tráfico de influencias y el fraude electoral.        

En los pueblos, donde el carnaval se prolonga incluso más allá del Domingo de Tentación, las coplas son todavía más atrevidas porque sus autores son anónimos y generalmente “componen” para un público reducido. En ellas se canta a los presidentes involucrados con el narcotráfico que, por eso mismo, no quieren dejar sus cargos. En uno de esos pueblitos escuché, por ejemplo, una copla que dice “Maduro se quiere ir / Diosdado no le hay’dejar / Nicolás tiene la lista / que a los narcos va’deschapar”.

 

Y entre “servites” y “salud”, uno se pone a pensar cuánto de verdad y cuánto de fantasía existen en esos cánticos burlescos. ¿Serán exclusiva invención de sus “compositores” populares o revelan verdades evidentes o secretos a voces que todos conocen pero los medios no se atreven a publicar?

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