Opinión

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Un tal Almagro

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28 de mayo de 2019, 7:29 AM
28 de mayo de 2019, 7:29 AM

Cada día se hace más difícil entender las motivaciones que llevaron al secretario general de la OEA, Luis Almagro, a desplegar un comportamiento inédito en la historia diplomática de esa organización internacional. Se ha dicho en estricta sujeción a los cánones diplomáticos que su paso por Bolivia fue “vergonzoso”, en realidad el término le queda chico. Su accionar en Bolivia da cuenta de la reducida talla del prominente funcionario, pues se inscribe en una escala que aún no tiene nombre; en todo caso, se trata de un fenotipo de última generación que encaja en los perfiles de quienes están dispuestos incluso a hundir en el fango una estructura internacional con el solo fin de perpetuarse en el poder. Un espejismo que suele cobrar facturas extremadamente caras.

Que a Almagro le quedara chico todo calificativo viene dado porque el tamaño del extravío es en verdad demasiado grande. Pasearse por Chapare, con guirnalda de coca y todo, y desdecirse de una forma tan grosera, desnuda un espíritu ensombrecido, o quizás, nunca estuvo a la altura de la misma OEA. Uno termina preguntándose si estos herederos del socialismo del siglo XXI no padecen un síndrome que termina por corroerles el alma hasta dejar solo esperpentos con la conciencia mal herida.

Se ha dicho que todo este periplo obedecía a un frío cálculo político en pos de su reelección, salta sin embargo la duda certera: ¿valdría la pena semejante cantidad de fango por un solo periodo más? ¿Vale la pena dejar una imagen que para propios y extraños solo puede engendrar desprecio? De lo que no cabe duda es que de que todo este embrollo será una sombra poco memorable en el historial de la OEA y absolutamente ignorada por el conjunto de los países que la conforman. Una mancha indeleble infringida por un espíritu maligno en el historial de la organización.

Quizá intentar comprender este desastre solo sea posible por la naturaleza del contexto en que el señor Almagro se mueve. Todos sabemos que fue un hombre fuerte en el régimen de Mujica que, pese a su encomiable humildad presidencial nunca dejó de participar de una visión totalitaria del poder, otra cosa es que las condiciones de su país no le permitieron ejercerlo en calidad de caudillo al mejor estilo chavista, o aplicarse en los “estilos” de la familia Castro, pero en el fondo, estos hombres que en su momento se creían poseedores eternos del poder y artífices de una jolgoriosa victoria que terminó en un aberrante fracaso, hacen parte de una camada de autoritarios que nunca creyeron en la democracia. ¿Por qué Almagro debía ser diferente? Técnicamente solo es la reproducción bajo camuflaje internacional de lo que los populistas latinoamericanos de última generación encarnan; irrisiones de una visión totalitaria de la historia. Productos de un momento de incertidumbre global sobre el destino de los países y sus pueblos. Despojos de una historia rebasada por la historia.

No es, en consecuencia, imprescindible explicarse qué o quién es Almagro, solo basta reconocer el sello de sus acciones para comprender todo lo que dijo e hizo en su fugaz paso por Bolivia. De lo que sí debemos tomar debida nota, es de la vulnerabilidad de nuestras instituciones regionales, y de la habilidad castro-chavista de controlarlas.

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