Opinión

Un sombrío año para la democracia

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30 de diciembre de 2017, 4:00 AM
30 de diciembre de 2017, 4:00 AM

Los líderes de EEUU y de China han socavado las ideas liberales a nivel mundial. Donald Trump sigue siendo una fuente de desconcierto y de confusión para la clase dirigente estadounidense. Pero yo creía entender mejor al presidente estadounidense después de haber realizado viajes en el transcurso de 2017 a Sudáfrica, Turquía, Brasil y China, en donde políticos como el Sr. Trump son extremadamente familiares. Él es el líder charlatán que está preparado para atacar y socavar las instituciones de su país, en lugar de aceptar tener controles sobre su poder o desafíos a su dignidad. Él es el demagogo que siempre está preparado para ser atractivo para las masas por encima de los medios de comunicación. Él es el presidente fanfarrón que atrae a obsecuentes holgazanes y a oportunistas venales hacia su órbita. Él es el hombre con el poder, excesivamente dispuesto a mezclar sus intereses comerciales y políticos.

El ascenso del Sr. Trump, sumado al creciente poder de China, ha cambiado la atmósfera política en todo el mundo. El estado de ánimo global y las señales provenientes de Washington y de Beijing son inquietantes. La administración del Sr. Trump está enviando el mensaje de que EEUU ya no está interesado en defender la democracia y el gobierno recto. Mientras tanto, la China de Xi Jinping se siente cada vez más segura en la defensa de un modelo autoritario que tolera el capitalismo, pero que aplasta a la sociedad civil.

Los efectos indirectos de esas señales han avivado una crisis de valores liberales que es visible en lugares tan diferentes entre sí como Sudáfrica, Turquía y Brasil. Estos tres países son significativas potencias de rango medio y miembros del grupo de naciones líderes conocido como G20. Cada uno de ellos, en el pasado reciente, parecía ser un lugar donde los valores liberales y democráticos estaban avanzando ininterrumpidamente. Sin embargo, actualmente todos están luchando por mantener instituciones independientes que puedan luchar contra la corrupción y controlar el poder de los líderes políticos. Las raíces de sus crisis individuales son locales y particulares. Pero los liberales en los tres países ahora sienten que están nadando contra la corriente global. 

La sensación de que las libertades ganadas con tanto esfuerzo estaban en peligro fue muy palpable en Sudáfrica durante 2017 conforme el país esperaba la decisión de quién sucedería a Jacob Zuma como líder. Una década más de corrupción al estilo Zuma pudiera convertir a Sudáfrica en un estado fallido. Que el año haya finalizado con la elección del ampliamente respetado Cyril Ramaphosa como el nuevo líder del Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés) representa entonces una señal esperanzadora. 

La historia de Turquía es mucho más sombría. Bajo el presidente Recep Tayyip Erdogan — un propagador de noticias falsas y de un culto a la personalidad — el país está cayendo en el despotismo. El Sr. Erdogan ha utilizado un fallido atentado golpista en 2016 como pretexto para organizar un ataque contra la independencia de los tribunales y de los medios de comunicación. El hablar con mis colegas periodistas en Estambul en mayo me recordó lo afortunado que soy de trabajar sin la amenaza de ser encarcelado o perseguido. 

En cierta medida, una visita a Brasil unos meses más tarde proporcionó un inspirador contraejemplo. Los valientes fiscales brasileños están desarraigando la corrupción. Una presidenta, Dilma Rousseff, fue acusada y forzada a abandonar su cargo. El presidente actual y el anterior, Michel Temer y Luiz Inácio Lula da Silva respectivamente, también están siendo investigados por corrupción. Sin embargo, toda esta purga de corrupción conlleva consecuencias. La confianza del público en el sistema político brasileño se ha desplomado. Y el apoyo a un populista de extrema derecha, Jair Bolsonaro, está aumentando antes de las elecciones presidenciales de 2018.

Los fiscales brasileños temen que las viejas prácticas y hábitos sean difíciles de desarraigar por completo. Ellos han encontrado relativamente pocos ejemplos de campañas anticorrupción que hayan generado un cambio duradero. Un modelo alentador es la experiencia de Hong Kong bajo el régimen británico. 

Pero en Hong Kong, cada vez existen más temores acerca de la erosión del enfoque de "un país, dos sistemas" que China ha usado para regir el territorio desde el final del gobierno británico en 1997. Este año fue testigo del encarcelamiento de Joshua Wong, de Nathan Law y de Alex Chow, tres de los jóvenes líderes de la "revolución de los paraguas" a favor de la democracia en Hong Kong. 

La represión en Hong Kong refleja el creciente autoritarismo del gobierno de China continental. El XIX Congreso del Partido Comunista en octubre presenció la incorporación del "pensamiento de Xi Jinping" a la ideología oficial del partido. En China esa semana hubo un marcado contraste entre la emoción de los nacionalistas — que sentían que su país estaba avanzando — y la casi desesperación de los liberales a medida que su sueño de una transición a la democracia se alejaba aún más. 

Para los políticos liberales en China y en otros países, es desorientador no poder acudir a Washington en busca de aliento. Durante los primeros meses de la administración Trump, el gobierno chino anunció que otorgaría numerosas marcas comerciales valiosas a la organización Trump. Tal y como me comentó un frustrado académico chino: "Pareciera que acabábamos de sobornar al presidente estadounidense". Fue un momento fugaz, pero que capturó la desilusión y desánimo de 2017.

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