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27 de junio de 2019, 4:00 AM
27 de junio de 2019, 4:00 AM

El modelo de enfoque de la ley de startups puede ser objeto de acercamiento de muy diversas formas. Si se aborda la cuestión solo como una especie inicial de tipo societario, desde luego que una ley no basta para crear un ecosistema sólido de emprendimiento e innovación, hace falta además de una fuerte decisión política, cambiar viejas estructuras que hoy no son favorables para el emprendimiento: políticas y programas gubernamentales, normas sociales y culturales, educación, cultura emprendedora, transferencia de I+D, dinámica interna y barreras del mercado, infraestructura física, comercial y profesional, apoyo financiero, etc. Sin embargo, esto no viabiliza el camino de la elaboración de dicha ley, sino más bien lo complica.

En cambio, si en forma práctica y a partir de experiencias prodigiosas de los últimos años, en las que jóvenes, profesionales, niños y emprendedores han venido desarrollando prototipos, proyectos y procesos con base tecnológica, se entiende a las referidas experiencias como la forma organizacional a partir de la cual hay que pensar el enfoque del modelo, entonces el camino no solo es viable sino también alentador.

Experiencias emergentes como la del niño Diego Condori que a sus diez años construyó un robot pianista con el que ganó un viaje a la sede de la NASA, los estudiantes de secundaria del Colegio José Ballivián de Viacha que ganaron un concurso internacional con un robot buscaminas, la familia Vega Hidalgo que llegó a ser finalista en una competencia internacional con un proyecto hecho con inteligencia artificial para limpiar el Lago Titicaca, y los casos emblemáticos de Esteban Quispe y Roly Mamani que fabrican robots a partir de residuos electrónicos para diversas aplicaciones, y muchas otras a lo largo del país, nos muestran que dichas prácticas, -institución económica y hasta institución sociológica para los más avezados-, son a las que se pueden entender en términos de una forma organizacional a la que podemos denominar iniciativa startup, con su propia cultura, naturaleza y caracterización, tal como ocurrió en su momento con los modelos de Silicon Valley, Hong Kong, Estonia, Singapur, Taiwán, Corea del Sur e Israel.

Esta forma organizacional tiene una cultura y naturaleza distinta a los tipos societarios y las empresas en general, pues en un inicio no buscan ganancias económicas sino “sueños, visiones e ideales” a largo plazo; quieren contribuir en forma grande a “las necesidades de sus comunidades”, pensando en una aplicación tecnológica que podría ayudar. No buscan trabajo para adquirir experiencia o ascenso, sino para “buscar estrategias que ayuden a su comunidad”. No se desaniman por la falta de apoyos o beneficios, sino que para ellos todo depende del “esfuerzo y sacrificio” de sus propias personas.

No están de acuerdo en desarrollar sus “inventos” en instalaciones sofisticadas, estatales o privadas, sino que prefieren seguir “creando” en su “propio” taller. Pero, sobre todo, no están pensando solo en el financiamiento, la seguridad jurídica, la infraestructura o la rentabilidad, sino en cambiar el mundo: “Mi papá me decía que las personas que cambian el mundo no son personas que tienen conocimiento, sino personas que tienen necesidades” (Esteban Quispe). Precisamente, esta forma organizacional, con todas sus potencialidades tecnológicas, generada usualmente en “un pequeño cuarto de adobe y cemento, rodeado de barriles de metal y cajas de cartón con sus herramientas y asientos hechos de tronco de árbol”, es la que hay que hacer despegar con la futura elaboración de la ley de startups. Por nuestra parte, en la perspectiva de contribuir a la elaboración de la referida ley, ponemos en consideración el proyecto normativo de Ley de Startups basado en el modelo que acabamos de describir, al que se puede acceder en la Página de Facebook “BoliviaTech”.