Opinión

Un laberinto complicado

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3 de febrero de 2018, 20:18 PM
3 de febrero de 2018, 20:18 PM

El partido de Gobierno ha anunciado (Dip E. Romero) que el 21-F va a proclamar a Morales como candidato a la Presidencia del Estado y que esa fecha será considerada el “Día de la Unidad Nacional”, situación de por sí risible, dado que ese día, precisamente (2016), se mostró un país casi dividido a la mitad, aunque con un claro voto por el No (el 51,3%) a la posibilidad de Morales de presentarse como candidato de nuevo.

El resultado hizo llorar a Morales y a algunos de los suyos (declaración del propio perdedor), mientras más de la mitad del país votante festejaba en calles y plazas; de ahí que, salvo que ahora salgan con el cuento de que el presidente no es rencoroso, estuvimos y seguimos estando frente a la muestra que ese día no fue precisamente el de la unidad, sino el de una definición clara: Morales no puede volver a ser candidato.

Evidentemente, reproclamar a Morales (ya lo hicieron hace pocos días, en Cochabamba también) es parte de una necesidad de meter al partido de Gobierno en el centro de la polémica o, al menos, intentar recuperar un espacio donde cada vez le cuesta más estar. La calle la vienen ganando los que no quieren otra cosa que respeto al voto del 21-F, mientras el partido de Gobierno se debate en conflictos internos, donde muchos denuncian hechos que se sabían y que no se avisaban porque el triunfo ‘tapa todo’. 

El problema racista/clasista está cada vez peor en el MAS y su aparición y denuncias de golpe tienen que ver con el debilitamiento de la moral política y orgánica y, hasta probablemente, de fe en el líder. Las denuncias son de la bancada masista contra los “asesores que se creen más que los parlamentarios”, de dirigentes medios que llevan el asunto a racismo y discriminación y son varios quienes se quejan de lo mismo; se conoce que esto no comenzó recién, sino que se viene arrastrando desde hace tiempo; curiosamente, este hecho de racismo/discriminación (clasismo/racial) era el ‘leit motiv’ del presidente Morales para acusar a opositores y mantener cohesionado a su propio movimiento.

A eso se suma lo político-institucional, como el vergonzoso pleito entre un fiscal departamental (La Paz) y un viceministro (de Gobierno) con acusaciones de altísima gravedad, por un lado encubrimiento a asaltantes y delincuentes y, por el otro, mucho peor, porque estamos frente a un tema aún no aclarado del todo, como es el caso del viceministro Illanes, tema que, por otra parte, no es nuevo y pareciera ser la continuación en menor escala del pleito entre el fiscal general, el ministro Carlos Romero y la estructura policial.

Illanes fue asesinado por los mineros cooperativistas y, en los espacios donde se debiera haber aclarado todo, se encargan de cobrarse cuentas públicas, merced a una lucha de poder que no tiene explicación; un viceministro fue cruelmente asesinado y, al parecer, su caso sirve para ‘medir fuerzas y cobrarse cuentas’ entre dos instituciones fundamentales del Estado. Eso se da, insisto, por la pérdida de autoridad del poder político. Una vez más, el Poder Ejecutivo deja ver su agotamiento en sí mismo.

Y el asunto se da donde se lo mire. Fue grotesco ver a Morales con una picota y las botas limpias intentando hacer show en Tupiza, donde terminó molestando a los pobladores; puede que haya llegado con la mejor intención, pero había más fotógrafos que ayuda, más pose que trabajo (no era necesario que agarre la picota, no iba a eso y no es la tarea presidencial) y una vez más se pone en evidencia su imposibilidad de empatar con aquello que alguna vez tuvo y que, haga lo que haga, no molestaba.

La calle está movida y el equipo presidencial lo sabe y no ayuda porque no atina a nada; más bien, cada intento que hacen termina volviéndose contra ellos. No es buen momento para el poder, definitivamente, pero aún tiene la ventaja de que al frente la oposición política institucionalizada parece ser la única que no se da cuenta de lo que sucede… Y así les va.

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