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19 de junio de 2018, 4:00 AM
19 de junio de 2018, 4:00 AM

Mi pedido al presidente Morales de que no viaje a la inauguración del Mundial de Rusia y mi denuncia de que este periplo le costará al erario alrededor de dos millones de bolivianos no lograron que él se arrepintiera; tan solo dieron mucho trabajo al Gobierno, que tuvo que cubrir el viaje con una operación comunicacional destinada a presentarlo como un acto de sacrificado cumplimiento de los deberes presidenciales.
Pero esta operación no ha engañado a nadie. Un día antes de la inauguración del campeonato, Evo Morales y la improvisada delegación que se armó para acompañarlo fueron recibidos por el presidente Putin por unos pocos minutos, durante los cuales Evo hizo un confuso discurso que mostró a las claras que la reunión no tenía ningún objetivo claro. 

Además, se esgrimieron no una o dos, sino muchas justificaciones del viaje a Rusia: primero, que era una escala de un viaje posterior a China, lo que pronto se reveló falso, pues nos enteramos de que después de Rusia el primer mandatario tendría que esperar dos días en Holanda para después poder ir a Pekín. Luego se dijo que se llegaría a unos acuerdos gasíferos. Más tarde, que se trataría del tren bioceánico y de las Fuerzas Armadas. Finalmente, Morales planteó a Putin algo sobre el litio, pero “no tuvo tiempo” para concretar nada. Esta profusión de justificativos bastaría para probar la operación comunicacional que he mencionado.

La firma en Moscú de un acuerdo de exploración con Gasprom, que el jefe de Estado presenció, no fue lo que el Gobierno quiso vender. Como señaló la prensa, este acuerdo ya existía y solo se “ratificó” en Moscú. No necesito decir que la “ratificación” de un convenio entre YPFB y una de sus contratistas no requería de la presencia del primer mandatario, mucho menos después de un viaje aéreo de 22 horas. Por otra parte, el acuerdo para venderle gas a unas petroquímicas que la empresa privada rusa Acron planea construir en Brasil fue una declaración de intenciones sobre un proyecto que todavía está en fase de diseño, que beneficia sobre todo a Acron y que, por supuesto, no justificaba el viaje de una delegación boliviana de alto nivel a Rusia. 

Hemos llegado a un punto desgraciado de nuestra historia democrática en el cual se ha subordinado al Estado a los deseos de un individuo. No a su inspiración o su genialidad, sino a sus pulsiones más ordinarias. Esta subordinación halaga sicológicamente y conviene materialmente a este individuo y a quienes dependen de él (el “entorno”), pero resulta amenazadora para la sociedad en su conjunto. Porque así como puede usarse para tonterías sin demasiadas consecuencias, como este viaje que, sin embargo, es simbólico de la enfermedad pública que padecemos, también puede usarse y se ha usado de hecho para cancelar los derechos de la mayoría, como ocurrió cuando una parte del
Estado, nada menos que la parte encomendada a mantener la ley, se plegó a la demanda de Morales de una reelección indefinida, en contra de los resultados del 21-F. Por eso, hoy la tarea principal que necesitamos cumplir para reconstituir plenamente la democracia en Bolivia puede describirse como la tarea de “despersonalizar el Estado”.

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