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Traficantes de enfermedad y muerte

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15 de abril de 2019, 3:00 AM
15 de abril de 2019, 3:00 AM

Los mercaderes de armamento y de drogas adictivas tienen una fama bien cimentada como parte de las peores alimañas que produce el género humano, porque sus negocios se fundan en el sacar partido de nuestros peores instintos homicidas y destructivos. Hollywood ha contribuido a mostrar lo malos que son los chicos que venden armas y municiones, igual que los famosos narcos.

Pero, el destape de una red de falsificación y tráfico de medicamentos, que abastece farmacias, mercados y mercadillos bolivianos con toneladas de ‘medicamentos’, elaborados exclusivamente con bicarbonato, estuco, harina y colorantes, echa luz sobre un negocio construido con tal vileza y perversidad, que fácilmente compite con los traficantes de armas y estupefacientes.

Teníamos pistas, hace bastante tiempo ya, de que nos llegaba de contrabando una gran cantidad de fármacos de dudosa procedencia y calidad, pero jamás sospechamos que pudiese haberse formado una vasta red, con negocios estimados en millones de dólares que, desde el Desaguadero, estaban íntegra y masivamente dedicados a fabricar basura, que imita y replica perfectamente todo tipo de “remedios” y “medicinas” no solo para un dolor de cabeza o un malestar estomacal, sino especialidades farmacológicas usadas en quirófanos, tratamientos de cáncer o unidades de terapia intensiva.

Nos es difícil entender cómo un gran número de personas se organiza con gran eficacia y detallismo, que incluye recolectar envases legítimos, de basureros, consultorios y hospitales para sacar ventaja de nuestra pobreza y vendernos productos que, ellos saben no aliviarán nada y, en muchos casos, agravarán dolencias y, sencillamente acelerarán la muerte de quienes los consumen esperanzados. Se trata, lisa y llanamente, de una operación que se ajusta perfectamente a la definición de crimen de lesa humanidad y así debe tratarse; no como tiende a tipificar la Fiscalía, como una colección de delitos menores.

El problema es todavía mucho mayor, cuando caemos en cuenta de que la fuerza que nos impulsa a buscar opciones baratas para aliviar nuestra salud y a caer en manos de estas redes está impulsada por el hecho de que nuestro país está entre los primeros del continente en cuanto a altos precios de medicamentos, incluyendo los más necesarios, y que también encabezamos la lista de aquellos donde es muy difícil encontrar una lista larga de fármacos. Brasil, Perú, Argentina, Colombia, ofertan una mucho mayor variedad de medicamentos y de menores precios.

La vileza de los falsificadores se facilita por la codicia de importadores y farmacias, que alimentan sin tregua una constante inflación de precios, igual que la estupidez y complacencia de autoridades sanitarias que, mientras ofrecen ilusorios beneficios universales, no garantizan condiciones de atención mínimas y han descuidado cuestiones tan simples como el abastecimiento constante, asequible y seguro de medicamentos genéricos para las patologías de mayor impacto en nuestro medio.

Es bueno, pero insuficiente, que la Fiscalía apunte a la estupidez y complacencia de organismos especializados del Ministerio de Salud, acusados de ocuparse de minucias menores cuando simulan fiscalizar a importadoras y farmacias. Ocultas, detrás de la vileza de los falsificadores, están las responsabilidades de importadores y comerciantes legales de fármacos, de la burocracia sanitaria y la de todo un Gobierno, dedicado a la propaganda y alejado e indiferente ante nuestros problemas básicos y cotidianos.

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