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12 de enero de 2018, 4:00 AM
12 de enero de 2018, 4:00 AM

A pesar de contar con todo el financiamiento y con un edificio confiscado a Usaid, el presidente Evo Morales se demoró dos años en inaugurar la imprenta del Estado; aún en la víspera había problemas con el techo. ¿Quién, quiénes, qué autoridad, qué empresa es responsable de tantos anuncios fallidos, de tantas incapacidades acumuladas?

A poco de estrenarse, el Aeropuerto de Alcantarí que atiende a la capital del Estado Plurinacional, Sucre, no soportó la primera granizada y los pasajeros comprobaron asombrados la cantidad de goteras que presentaba el techo. Apenas un mes después un albañil cayó gravemente herido al intentar parchar algunos de esos orificios y 30 días más tarde, en noviembre de 2016, falleció un ingeniero en similar tarea. En diciembre de ese año, la Sociedad de Ingenieros de Bolivia (SIB) confirmó fallas técnicas estructurales en esa cubierta.

¿Quién es el culpable? ¿Dónde estaba la mano del imperio para embrujar esas instalaciones que no cuentan ni con papel higiénico ni jaboncillo? ¿Hay sanciones?

En agosto de 2017, algunos parlamentarios de la oposición publicaron su preocupación por las fallas estructurales en los aeropuertos de Chuquisaca, Chimoré, Viru Viru y El Alto. El propio Sindicato de Trabajadores del Servicio de Aeropuertos Bolivianos (Sabsa) denunció hace cinco meses que existen problemas en esas terminales, incluso pidió la intervención del Viceministerio de Transparencia, pero hasta la fecha no se conoce un informe.

La plataforma de estacionamiento en Viru Viru se construyó a las apuradas para la Cumbre del G77 + China en 2014, donde, según la queja sindical, podría hundirse y donde los buses para trasladar a los pasajeros no tendrían documentos correctos. Aunque el gerente de esa empresa nacionalizada, Mauricio Rojas, desmintió a los trabajadores, al poco -en octubre- otra lluvia se llevó parte del techo lateral en el Aeropuerto de El Alto.

Mientras, los anuncios oficiales de otorgar aeropuertos a los puntos turísticos como Copacabana en La Paz o San Ignacio de Velasco en Santa Cruz se quedaron en ello, simples anuncios. Ni hablar de BoA, TAM, LaMia.

Los aeropuertos bolivianos ocupan los últimos puestos en las calificaciones a escala internacional, peleando la cola con Nicaragua, Haití y
Venezuela. El Dorado de Bogotá ocupa el primer lugar y es actualmente el reflejo de la recuperación económica de Colombia. El Jorge Chávez de Lima traslada millones de pasajeros al año, los cuales expresaron su satisfacción en esas mismas encuestas. También los aeropuertos de
Panamá y de Ecuador ganan posiciones en la oferta latinoamericana.

Sin embargo, poco importa esto a la ministra de ‘la no cultura’ Wilma Alanoca, o al viceministro de Turismo, Ricardo Cox, que está angustiado por las protestas sociales y la imagen que pueden dar a los pilotos del Dakar.

Según frase de los expertos, un aeropuerto es uno de los símbolos más fuertes del estado de prosperidad o de desorden de una ciudad y de un país. En Bolivia, ese es el espejo de los 12 años de gobierno masista.
Se aplica a otros asuntos materiales y también a los inmateriales, como coordinación interinstitucional, meritocracia, diálogo, democracia y Estado de derecho.

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