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4 de febrero de 2018, 4:00 AM
4 de febrero de 2018, 4:00 AM

El marketing político recomienda que cuando una figura pública comete un error muy notorio, se disculpe de inmediato a fin de cortar la cadena de críticas, que en caso contrario puede verse reforzada por un efecto ‘bola de nieve’.

Como todo invento, este de las disculpas soluciona un problema (el de la sensibilidad del sistema político ante las demandas de la opinión pública) al mismo tiempo que crea otro, que socava su contribución inicial. Si el arte de pedir disculpas es mal practicado termina por desactivar el potencial comunicacional del mismo. Esto es lo que viene sucediendo en nuestro país.

El más reciente ejemplo lo proporcionan las disculpas del diario Página Siete por una ilustración de su edición de alasitas que trataba de ‘Malcogidas’ (haciendo un juego de palabras con el título de la película de Denisse Arancibia) a varias dirigentes del MAS y (de manera realmente escandalosa) a una mujer totalmente ajena a la guerra sucia política, la esposa del vicepresidente.

Pese al antimasismo del público de este periódico, el brulote se pasó de la línea y ocasionó una reacción que obligó a sus directoras a disculparse. O, mejor dicho, a fingir que se disculpaban, porque en realidad ellas no querían hacerlo. Así lo prueba el que de inmediato invalidaran sus propias disculpas con editoriales y tuits en los que borraban con el codo lo que antes habían escrito con la mano.

De lo que Página Siete debía rendir cuentas era de la ofensa vulgar, machista y sin ápice de humor que había hecho a unas mujeres políticas y a una periodista. Pero en lugar de referirse a esto sus directoras y algunos de los columnistas intentaron atenuar y justificar la ofensa, por medio de su ‘contextualización’. Usaron dos vías: a) revictimizar a las ofendidas, al disputarles su derecho a protestar por el ataque, derecho que, según Página Siete, habrían perdido por no haber protestado también ante ciertas alusiones machistas del presidente Evo Morales; b) asociar la censura pública del error concreto con un supuesto deseo de censurar todas las expresiones presentes y futuras del diario y, es más, todas las expresiones humorísticas de todos los periodistas del país.

En ambas actitudes hay, en mi opinión, arrogancia y dogmatismo. Quienes muestran estas actitudes se niegan a admitir que pueden haber estado equivocadas. Además, meten los principios de igualdad y de respeto, o en general la ética, en el molde de las necesidades de la polarización política.

Sin entrar en el cálculo de si las coplas del presidente son comparables con un insulto de grueso calibre a mujeres identificadas con nombre y apellido (no porque este cálculo no me convenga, sino porque no le va al caso), lo cierto es que una víctima de la violencia contra la mujer lo es incluso si defendiera a sus victimarios. En cambio, según la lógica de las directoras del Página Siete, una mujer que sufre un acoso de un extraño no puede quejarse si en el pasado toleró el acoso de algún familiar. En consecuencia, como ya dije: revictimización. Lo que resulta de este debate es que las mujeres masistas no solo son ‘malcogidas’, sino que además son machistas en el fondo y por tanto, ¿de qué se quejan?

Por supuesto que necesitamos luchar contra el machismo en todos los ámbitos y en todos los planos, porque este es un mal universal que afecta a la derecha y la izquierda, a hombres y mujeres. Pero es muy oportunista querer admitir mi machismo solo en la medida en que los demás reconozcan el suyo.

La responsabilidad de cada acto es de quien la comete. Y la responsabilidad de un periódico se establece, además, en relación a la elevada misión que dice cumplir (educar, informar y decir la verdad).

A su vez, la responsabilidad se asume o no se asume, y lo demás son artimañas. Como la de María Galindo, que dora la píldora diciendo que la palabra ‘malcogida’ en realidad es positiva (sería sinónimo de ‘rebelde’) o que no debe rechazarse el machismo concreto de Página Siete, sino el de ‘todos los medios’.

 Es verdad que una de las afectadas por la publicación pidió que la misma fuera retirada de circulación. La ley de defensa de la mujer, aprobada por consenso político, la ampara. Su pedido no es un exceso ‘dictatorial’ porque ninguna democracia considera la libertad de expresión como sinónimo de libertad de injuriar o calumniar. Pero, además, resulta humanamente comprensible para cualquiera que se ponga en los zapatos de la agredida.

Esta empatía no es esperable de alguien tan enconado como Agustín Echalar. Pero debería ser obligatoria para Página Siete, ya que se supone que un periodista serio que se da cuenta de un error se desvive por enmendarlo. Si la retractación fuera sincera, Página Siete debería haber retirado su material por su propia iniciativa (como hizo por ejemplo El País, a un costo de muchos millones, cuando se equivocó al publicar una foto falsa de la agonía del fallecido presidente de Venezuela, Hugo Chávez). Esto sería saber de verdad cómo pedir disculpas.

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