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18 de septiembre de 2018, 4:00 AM
18 de septiembre de 2018, 4:00 AM

Según la Real Academia Española, secuestrar significa “Retener indebidamente a una persona para exigir dinero por su rescate, o para otros fines”, los mismos que pueden ser diversos, como lo sucedido recientemente en el Tipnis que, según algunas denuncias, sirvió para ocultar evidencias de la presencia de plantaciones ilegales de hoja de coca, cuya existencia fue admitida en televisión nacional por uno de los máximos líderes de las comunidades asentadas en dicho parque. Independientemente de la opinión que las autoridades del Poder Ejecutivo o Judicial tengan sobre lo ocurrido en este caso particular, lo cierto es que a estas alturas la opinión pública ya estableció su propio fallo.

Lamentablemente, lejos de ser un caso aislado, este hecho refleja la realidad que vive nuestra sociedad en los últimos años, cuando no solo ha visto afectados sus derechos a la libre circulación en ciertos sectores del territorio nacional, donde no se puede ingresar de forma segura si no se tiene una determinada visión política, sino que también ha visto embargado su derecho a la libre expresión, por temor a represalias. Sin embargo, más grave aún resulta la intención de algunos de secuestrar los derechos políticos de la mayoría al pretender desconocer su voluntad plasmada en las urnas.

El síndrome de Estocolmo es un trastorno sicológico en que la persona víctima de un secuestro se muestra comprensivo y desarrolla un fuerte vínculo afectivo con sus secuestradores, identificándose progresivamente con sus ideas. Todo parte con un deseo de cooperar con sus captores para tratar de salir ileso del incidente.

Al observar detalladamente las acciones y declaraciones de muchos periodistas, empresarios, y políticos inicialmente opositores y que actualmente sorprenden por su incoherencia intelectual y moral, resulta claro que muchos de ellos, en mayor o menor medida, son víctimas de este síndrome. Tras un largo tiempo de vivir bajo el temor, terminan cooperando con quienes los persiguen para evitar perderlo todo, pero tristemente, en el proceso desarrollan un vínculo con sus opresores que les impide comprender que son víctimas de un trastorno muy singular, el síndrome de Estocolmo en Bolivia.

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