El Deber logo
16 de enero de 2019, 4:00 AM
16 de enero de 2019, 4:00 AM

Bobby Sands, no es un nombre desconocido, asalta la memoria y hace recordar las miserables acciones de un gobierno deplorable, el de Margaret Thatcher. Bobby Sands, un hombre que sufrió desde su tierna edad discriminación y abusos en el colegio y el barrio. Era católico, lo mismo que toda su familia.

En el barrio donde fueron a vivir, Bobby fue intimidado, discriminado y en casos incluso insultado en las calles. Decidieron dejar el barrio y se fueron a un área donde el 30 por ciento de la gente era católica. Belfast no era una taza de leche para los católicos, y de hecho no era una taza de leche para nadie. Eran los días del IRA, un ejército de liberación que utilizaba el terrorismo como arma para lograr sus objetivos de independencia.

Bobby se hizo militante de esa fuerza, con la clara intención de liberar su tierra y de hacer prevalecer los derechos de los irlandeses. Fue arrestado y enviado a la cárcel, al infame bloque H. Muchas eran las demandas de los prisioneros políticos y muchas eran las negativas del gobierno central, es decir Londres. Bobby se declaró en huelga de hambre. El estatu quo no tomó en cuenta su demanda puesto que era un prisionero; si no se adaptaba a las leyes era su problema.

Bobby murió por inanición después de 66 días de huelga de hambre.

Hoy tenemos en Bolivia, huelgas de hambre. Gente que de muto propio, lanza su demanda de democracia y de respeto al resultado del referéndum del 21-F que rechazó la reelección a la presidencia del binomio Evo Morales - Álvaro García. Estos luchadores que están manifestando su repudio a una trampa legalista, hacen de su lucha una lucha de entereza y de virtud. Gentes que solo quieren que se respete la decisión del soberano.

La respuesta, hasta ahora, ha sido que al gobierno, el soberano, le vale narices, seguimos con la reelección a lo que cueste y si caen huelguistas y protestadores que caigan. Y si se mueren es su opción. No se dan cuenta, es más, no se quieren dar cuenta de lo que eso implica en Bolivia.

Que no se dé importancia a las medidas extremas, particularmente, habiendo sido el pueblo el que dijo, en mayoría, que no se acepta la reelección. La ley estipula que esa decisión es inalienable, es inapelable, y que es obligación de las instituciones, de todas, hacer cumplir esta decisión.

Evidentemente que hay errores políticos que no son fáciles de subsanar. El referéndum fue uno y grave. Ya es tarde para lamentar. Ahora la alternativa son o se respeta la voluntad popular manifestada libremente o se obliga a la gente a demandar cumplimiento de tal mandato.

Las protestas no son, bajo ningún punto de vista, caprichos o pequeños actos de valentonadas, son actos de un pueblo maduro y democrático que demanda claramente que se respete su decisión. Yo no quiero que se muera nadie de hambre, yo no quiero que se revolucione, erróneamente, un país a título de San José o San Juan, yo sé que algo anda mal, muy mal. Ese muy mal son la arrogancia y la desidia.

Ni un piquete más debería ser necesario. La lucha de los revolucionarios está ahora en la calle y en las huelgas de hambre. Eso no es capricho, es llamar a demandar que se respete su decisión. La democracia no se construye con trampas legales, se la construye con resoluciones efectivas. El pueblo en mayoría dijo que no le gustaba la propuesta de otra reelección; por tanto, lo justo y racional, es redibujar el mapa democrático.

Hay héroes y virtuosos en las peleas democráticas. Esta vez son los que están demandando que se haga justicia y se respete la constitución y eso es suficiente para apoyarlos.

Quien no entiende esto, que revise las consecuencias de los muertos en huelgas de hambre.

Incluso en la Gran Bretaña más recalcitrante de derechas de los 80, le costó a la M. Thatcher. No podemos pensar que la huelga en Bolivia no le costará al gobierno.

Tags