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17 de agosto de 2018, 4:00 AM
17 de agosto de 2018, 4:00 AM

El martes 7, en el paraninfo universitario, la premiada socióloga y valiente luchadora Silvia Rivera denunciaba cómo militares aprovechan trampas sexuales para debilitar a los líderes de organizaciones sociales, sobre todo en espacios estratégicos como el Chaco o la Amazonia.

Rivera detalló asuntos que muestran la descomposición de las Fuerzas Armadas bolivianas en múltiples casos de corrupción nunca sancionados. Uno de los últimos, el involucramiento del ex comandante general Tito Gandarillas en el permiso a la oscura aerolínea LaMía (a lo que se pueden sumar el colapso del TAM que no paga impuestos, el fracaso en carreteras como La Paz a Chulumani y sigue un largo etcétera).

Llamó la atención sobre las poco transparentes actividades de Ademaf, entidad creada al perfil del capitán Juan Ramón Quintana. Rivera desnudó el cogobierno cocalero/chapareño con los generales, un patético escenario que nada tiene que ver con las utopías por las que luchó el pueblo boliviano durante décadas. ¿Qué nos pasa que soportamos tanto?, desafió al auditorio.

A esa misma hora, 20:12, unos delincuentes (honrados) sacaban de un vehículo parqueado en un burdel de la zona más roja de El Alto una mochilita. Digna de una historia de Alejandro Dumas, cuando pensaban hallar un celular o una laptop se encontraron con la medalla de oro y diamantes que el pueblo potosino obsequió al Libertador Simón Bolívar. ¡La corona de la reina!

Podría ser un argumento cinematográfico si no fuese que la joya es la más importante de la historia boliviana, que su custodio era un militar que estaba ebrio y tan primitivo que no podía posponer sus urgencias sexuales a una misión oficial. ¡Patria o muerte, beberemos! Él es solo la punta del iceberg del desmoronamiento institucional: un presidente del Banco Central que deja un tesoro bailoteando varios días; tres ministros que se esconden en el silencio; inteligencia que tiene asesores caribeños insólitamente desaparecidos; cadenas de mando sin protocolos. Si aquello parecía miserable, representativo de las caricaturas de lo que se llamó “repúblicas bananeras”, al día siguiente se realizó la farra-da militar que terminó en tal borrachera (y seguramente más) que un diputado dejó al desnudo su miembro en pleno aeropuerto de Cochabamba. Un personaje que no pide perdón a su familia ni a la población, que pagó su pasaje, sus viáticos y su wisky, sino que dice que otros estaban como él y nadie los filmó, que fue pildoreado, que es víctima de las redes sociales.

Y la cereza, el primer mandatario Evo Morales que al final de la misma fiesta se ríe y vuelve como tantas veces a temas sexuales que parecen obsesionarlo y nombra los atributos eróticos de Iván Canelas que sonríe cómplice como en anteriores ocasiones y anuncia su chaqui y que irá ¡zas cholita! Y Gisela López no dice nada, ni ninguna de las mujeres que tanto reclamaron por una caricatura en un periódico de Alacitas.

Dicen que los pueblos se merecen a sus gobernantes y así es. Muchos festejan las actitudes presidenciales y él vuelve a insistir en que de borrachito era más cariñosito con las mujeres cocaleras. Y ahora las patotas del MAS no solo cercan o chicotean, ahora humillan manoseando a las muchachas, más si son periodistas o rubias. ¡Salud! Y ese es el proceso de cambio y ese es el líder mundial de los indígenas.

Así como hay esos acólitos, hay muchos otros bolivianos, entre ellos los militares de honor, que están hastiados de esta descomunal descomposición y sienten asco. Como escribió José Martí, en esos restos de decoro personal siembro mi esperanza.

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