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30 de junio de 2018, 4:00 AM
30 de junio de 2018, 4:00 AM

Resulta difícil escribir sobre la institución policial y el policía en temas que no sean los propios de su gestión, reglamento, especialidades y actividades. Confieso que me costó bastante justificar el título de este artículo debido, esencialmente, a que no quise caer en la egolatría, porque alabanza en boca propia es vituperio.

Así es que, luego de mucho pensar, elegí las palabras y términos adecuados para definir la actuación de los sacrificados policías. Estoy seguro de que su labor –sin distinción de rango, especialidad y sexo– puede resumirse en las siguientes palabras: sacrificio sin interés, servicio sin recompensa y solidaridad sin distinción. Pero analicemos el porqué de cada una de esas duplas. 

Sin duda que toda la vida de un policía, mientras está en servicio, es un permanente sacrificio porque sacrifica su vida familiar sin disfrutar del hogar, sin poder compartir con la esposa, hijos y, en la edad madura, de los nietos. Casi nunca goza de la compañía de sus seres queridos porque está pendiente de la hora en que debe presentarse al servicio; nunca como cualquier padre o madre de familia– puede jugar, pasear o reír con los suyos; no puede atender como debiera las preocupaciones, penas y rabietas que ocasionan los hijos, porque está inmerso en los problemas de la sociedad; no puede vivir pensando en el riesgo que su existencia sobrelleva cada día, peor en el interés de recibir algún reconocimiento.

El policía siempre esta dispuesto a dar el servicio más grande que su comunidad requiere, seguridad que le permita vivir tranquila sin preocuparse por los riesgos que la acechan; estos los asume el policía, el hombre que día y noche, con cualquier tiempo o en cualquier estación, está vigilante rondando, siempre atento a prestar el servicio que se le solicite. Por esta labor no espera, ni recibirá recompensa alguna.

La solidaridad que brinda sin distinción de clase, color de piel, o nivel de educación, es su comportamiento solidario ante pequeños –quizá mínimos problemas– o ante situaciones graves, tal vez desesperadas. Ahí estará siempre el policía para prestar su auxilio y apoyo, por lo que, la mayoría de las veces, no recibe un gracias, un apretón de manos, un abrazo, o una sonrisa de agradecimiento emocionado.

La descripción en estas pocas líneas es del policía que conozco, con el que trabajo en lo cotidiano, es el policía que me da sus conocimientos y su apoyo, el policía al que hoy le rindo mi tributo de agradecimiento por la amistad que con humildad me entrega y por las enseñanzas que recibo de él.

Por todo esto, en este 192.º aniversario de la Policía boliviana, solo puedo darle un sentido y modesto “gracias hermano policía, que trabajas las 24 horas del día y los 365 días del año sin festejar, muchas veces, un cumpleaños o una Navidad con los tuyos”. 

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